La mula

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El Tata se parece a James Stewart. Ese comentario humorístico, formulado dos veces al personaje de Clint Eastwood, en “La mula”, es clave para entrar en esta película luminosa, relajada, serena, respirable, pero con un trasfondo melancólico y hasta terminal (la dedicatoria final a sus amigos Pierre Rissient y Richard Schikel da cuenta de ello).

Que le digan semejante cosa a Clint Eastwood podría resultar hasta faltoso.

¿Cómo comparar al “Hombre sin nombre”, a Harry Callahan, a William Munny, el del gesto congelado en rictus de revancha, con el buen Jimmy, bienhechor e inocente, atropellado, tímido y nervioso hasta el tartamudeo, tal como parece haber quedado fijada la imagen del protagonista de “Caballero sin espada” en el imaginario de los estadounidenses?

En verdad, la broma es perfecta,  porque el personaje de Earl Stone, la “mula” de noventa años que se pone al servicio del cártel de narcotráfico, está diseñado desde la ambivalencia. Como la figura del propio Stewart.

El hombre que cultiva lirios, que canta acompañando a Dean Martin en la carretera, que parece ignorar las exigencias del mundo actual, que lanza apelaciones ahora proscritas por el sentido del respeto al otro o por la corrección política, que no sabe enviar mensajes de texto, que bromea sobre las adicciones tecnológicas de los jóvenes, encarna cierta noción de una inocencia pasatista. Aunque esa sea solo la fachada.

James Stewart, luego de la luminosidad de Cukor y de los claroscuros de Capra, pasó a los estallidos y penumbras de Anthony Mann. Detrás de su gesto amable encontrábamos el instinto feral, la astucia del superviviente, la perspicacia para olfatear el peligro, el olfato que le llevaba a caminar más rápido o más lento para esquivar la caída o para enrumbar hacia el abismo.

Y eso es lo que ocurre con Earl. Bajo una apariencia de bonhomía permanente, sabe encontrar la vía de escape inesperada (como en la notable secuencia del policía y el perro) y desarrollar una estrategia para escapar del asedio policial (como en ese diálogo con Bradley Cooper que mezcla sinceridad, astucia y cinismo). O afirma su libertad de acción al desviarse de la ruta de la última entrega, perderse unos días y arriesgarse a todo, pase lo que pase.

A diferencia de “Gran Torino”, aquí el viejo Eastwood no se la pasa rumiando rencores.  No espera hasta el final para hacer el gesto que lo transforma. En “La mula”, el horticultor arruinado por la crisis y por la competencia del “e-commerce”, se reinventa, sale a la carretera y conoce la sensación de los nuevos riesgos. Y se mantiene en constante movimiento. 

Porque en esta película el tránsito es permanente. Sea que se avance a pie o por la carretera. La puesta en escena se organiza en torno a desplazamientos, atajos, desvíos. Son los caminos imprevistos que llevan al protagonista no solo a cambiar de vida, sino a ejercer su libertad. Señalado el derrotero, lo que sigue es la modificación inesperada de todas las rutas, desafiando los trayectos previstos o los mandatos del GPS.

Desde la primera secuencia, la cámara sigue a Earl con fluidez. Los trávelin se convierten en recursos expresivos fundamentales sin ser grandilocuentes. Por el contrario, tienen la sencillez, funcionalidad y discreción de los clásicos. Siempre flotantes, casi ingrávidos, establecen relaciones, marcan distancias entre los personajes, los ligan con los paisajes, crean centros de interés visual. Conectan tiempos distintos porque las elipsis se articulan en el movimiento. Pasa una década, el país ha vivido una gran crisis económica, todo se ha deteriorado y  no hay mejor forma de expresarlo que con un trávelin de seguimiento al personaje. De la visita a la Convención Nacional de los Lirios a la mudanza y la ruina posteriores hay un tránsito sustentado en la precisión del movimiento de la cámara. Lo mismo sucede cuando se pasa, con seguridad narrativa, de una “entrega” a la siguiente.

Esa fluencia aporta algo superior a la película. Da la impresión de una mirada abarcadora que se da el lujo de pasar de un género a otro (de la autoficción al thriller; de la película de carretera al melodrama familiar) sin alterar su pulso ni su respiración. Y de abrevar, con toda naturalidad, en mil y un asuntos esenciales de la tradición cultural y narrativa de los Estados Unidos, desde la resistencia del perdedor hasta la segunda oportunidad y la consciencia de la misión final.  

Y de sintetizar, en ese discurrir entre humorístico, crítico, auto paródico (esos tríos sexuales que emprende el Tata), y de lucidez final, lo que “La mula” ofrece sin subrayar: una mirada a la intimidad del cineasta, un retrato de su país y una alusión –como siempre problemática- a su vinculación con esas minorías que enfrentan muchas de las convicciones políticas que Eastwood defiende.

A propósito de ello, es interesante ver aquí el mecanismo de equivalencias morales que se establece entre policías y traficantes, sean yanquis o latinos, y el papel que cumple Earl en ese equilibrio. Todos parecen tener razones para actuar como lo hacen, y la película mantiene una neutralidad que le impide administrar sanciones o premios.

Una anotación final: ¿Recibirá Bradley Cooper la posta de Eastwood, así como el joven Clint la recibió de Leone y, sobre todo, de Don Siegel? No olvidemos que “Nace una estrella” era un proyecto original de Eastwood, y que esta es la segunda película del viejo realizador en la que Cooper aparece como actor. Y que las virtudes de “A Star is Born” son el resultado de un tratamiento cinematográfico templado y terso.

 

Ricardo Bedoya

3 thoughts on “La mula

  1. Buenos días. Depende con que James Stewart se le compare. Si es el de Anthony Mann es prácticamente un superhéroe salido del hombre común. Los actores son multifacéticos, cada quien se queda con la imagen que le provoca a su percepción. Aquí Ricardo Bedoya se queda con el de Capra, es su opción, claro. Yo me quedo con el de Anthony Mann, en especial con el hombre de Laramie, que es la cabecera actual de mi twitter. Es como quedarse con baby jean o margo channing por dar un ejemplo de polos opuestos y carreras multifacéticas y geniales. De todas formas ha quedado bien la critica con su percepción, y a eso va. Pero James Stewart como buen actor que es hay varios, depende de la percepción y apreciación, por ende de la subjetividad. Stewart representaba el típico americano. No sé aun cuan diferente sea del Eastwood de La mula, pero en ese sentido Eastwood con perdón de su reputación y popularidad siempre ha sido un actor parametrado, muy poco mutante o diverso, y se le recuerda más rudo que todo. Stewart incluso con Ford dinamitó su imagen de tipo rudo en el western, como en El hombre que mató a liberty valance, genial película donde Ford prefiere a John Wayne como héroe y su fetiche, pero eso es ser actor, un buen actor, cambiar, mutar, ser distinto. Se entiende la critica -es una buena critica, un buen arranque, interesante, en la variedad está el gusto-, el uso subjetivo, pero acoto unos puntos como contraste.
    Saludos atentos.
    Todo por un diálogo cinéfilo.
    Mario Salazar

  2. Quiero mencionar, a propósito de La mula , la repetición de un error habitual en los comentarios de Sebastián Pimentel en El Comercio. No se puede echar mano, como si de un cajón de sastre se tratara, de nombres de directores importantes precedentes a modo de comparación con el director o la película comentada si es que no hay una base sólida para hacerlo. Dentro de las últimas referencias fallidas está la del sueco Ingmar Bergman a propósito de la última versión de Nace una estrella, como si la preferencia por los primeras planos proviniera siempre del uso que Bergman hacía de ellos. En la crítica de La mula, como si se viese obligado a destacar antepasados célebres, invoca a Ford, Visconti y Kurosawa. No es una cuestión de apelar a quienes han tratado de una u otra manera el tema del deterioro o de la vejez, que por cierto nunca ha tenido en ellos el acento vital o divertido que tiene en La mula . Sí algunos viejos en Ford, pero no como exponentes de deterioro o senilidad; sí, un poco Madadayo, pero muy asociado a la nostalgia y a la terminación inminente. Madadayo es un poco la celebración del duelo en vida del profesor. En La mula no hay la menor celebración del duelo. Si se cita, la regla obligada es la pertinencia: ¿qué semejanza en tono, tratamiento, temple anímico tiene La mula con las películas de Visconti y Kurosawa? Ninguna.

  3. Viendo la lista de nominados al Oscar, se saca la conclusión de que definitivamente la Academia tiene un concepto muy distinto de la apreciación cinematográfica y que los criterios de selección responden más a los valores de producción y últimamente al gusto del público que a los de la propuesta de autor o de la realización. Es así que por ejemplo “La mula” no tiene ninguna nominación. Aunque parece que en el caso de Eastwood hay algo más, como que es considerado casi como un ex director y actor que sigue haciendo ñoñerias en la industria, como éste lúcido y sugerente “mea culpa” contemporáneo enrostrado en la cara de Donald Trump a quien apoyó como disciplinado republicano, y ya le estarian preparando su homenaje de rigor para que deje de joder y muera tranquilo.

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