Habría que empezar diciendo que la existencia de festivales como Lima independiente y Transcinema no solo resulta indispensable, sino formidable.
Decir esto no resta méritos al Festival de Lima. Al contrario. Lo ubica y lo perfila. Fue el primero; puso a Lima en el circuito y en la agenda festivalera del mundo; construyó un público; demostró ser el más organizado (virtud esencial), y abrió el campo para conocer algunas de las películas más importantes del año, sobre todo desde su asociación con La semana de la crítica del Festival de Cannes y gracias a los aportes de la distribuidora Mantarraya. Y desde que la dirección del Festival entendió que era preciso abrir una cuota de programación para las películas más arriesgadas o distintas desde el punto de vista expresivo.
Pero entre el nacimiento del Festival de Lima y la aparición de los nuevos festivales, mucha agua ha corrido bajo el puente. En las últimas dos décadas, el cine se transformó. La irrupción de lo digital creó nuevas formas de producir, exhibir y consumir el cine. Nada es igual que antes.
Lima independiente y Transcinema nos enfrentan a películas que son el resultado de esas maneras distintas de concebir y realizar el cine.
Nadie tiene el monopolio de la independencia en el cine. El término es vago e impreciso, pero las prácticas cinematográficas van creando matices y distinciones.
Si el Festival de Lima reserva lo central de su programación para las películas latinoamericanas -o de otras zonas del mundo- que se hacen con el concurso de los fondos internacionales de producción, los estímulos estatales, las empresas televisivas, el apoyo de los festivales más importantes (Cannes, Berlín), Lima independiente y Transcinema, en cambio, prefieren mostrar las que recurren a la financiación propia, a las formas cooperativas, al crowdfunding, a la producción guerrilla o de garaje.
Si el Festival de Lima prefiere los modos narrativos y representativos, Lima independiente se aventura por otros caminos, los del cine de autor autogestionario o por las películas de autores singulares y radicales, como Pedro Costa, el gran invitado de este año. Transcinema, a su turno, apuesta por las formas mutantes, las que se mueven en las fronteras porosas entre lo “real” y lo virtual, entre el registro y la recreación, o entre lo “cierto” y lo ilusorio.
Hace poco, Alberto Fuguet recordaba un diálogo que sostuvo con el director argentino Ezequiel Acuña. A la pregunta de qué lo motivó a hacer cine, Acuña respondió: el haber asistido todos los años al BAFICI (el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires)
No cabe duda que el estímulo mayor para la realización cinematográfica es la exposición de los más jóvenes al cine que se hace en el mundo. En Lima, los tres festivales, complementándose, abren la puerta para ese contacto.
Lástima que la Municipalidad de Lima decretara este año la desaparición de FIACID, el festival de cine digital. La iconofobia que le llevó a borrar los grafitis del Cercado de la ciudad también alcanzó al cine.
Es indispensable que un proyecto como Lima independiente se mantenga. Si hay desacuerdos entre sus fundadores, deberían solucionarse.
Y es preciso que mejore su servicio de prensa, fundamental para que la programación se haga pública y conocida por lo menos diez días antes del inicio del festival, con indicación de salas y horarios.
La programación de este año -ya lo habíamos dicho- tuvo muy buen nivel. la programación de competencia internacional estuvo a cargo de Fernando Vílchez y Javier Estrada. Las otras secciones tuvieron como responsables a Farid Rodríguez, Carlos Rentería y a Alonso Izaguirre, que es el director del Festival.
Mis películas extranjeras preferidas fueron:
1- Cavalo Dinheiro, de Pedro Costa, que ya comentamos, es la película más compleja y deslumbrante vista este año en el Perú.
2- Homeland, de Abbas Fahdel.
3- Invierno es la película más lograda de Alberto Fuguet. Un ejercicio de autoficción que se convierte en una pesquisa, a lo Ciudadano Kane, sobre un personaje elusivo. Un novelista joven y suicida es recordado por su amigo más cercano y por la gente de su entorno. Lo fascinante de esta ambiciosa película de casi cinco horas de duración es la ambigüedad casi pirandelliana que mantiene: el novelista es el creador del mundo de sus amigos y conocidos, pero también de su propia existencia; su suicidio es una hecho real y un acto de la imaginación; la novela es producto del guion de la película, pero es igualmente el recurso que la impulsa. Fuguet mantiene la película en clave baja y filma largas conversaciones con una languidez nunca desfalleciente. Invierno traza retratos de soledad, incomodidad y dolor. Película de duelo que, como pocas, transmite la sensación terminal de la depresión y la melancolía. Un invierno que nos deja ateridos.
4- Belluscone. Una historia siciliana, de Franco Maresco, es una insólita mezcla de falso documental, filme performativo, película de mafiosos y comedia a la italiana. Grotesca y original, da una visión devastadora de la política y la vida social en Italia.
5- The Look of Silence, de Joshua Oppenheimer.
6- Stella Cadente, de Luis Miñarro.
7- Songs from the north, de Soon-Mi Yoo
8- The Reaper, de Zvonimir Juric.
9- Una juventud alemana, de Jean-Gabriel Périot
10- A Pigeon Sat on a Branch Reflecting on Existence, de Roy Andersson
11- Taxi, de Jafar Panahi.
12- João Bénard da Costa, outros amarão as coisas que eu amei, de Manuel Mozos
13- Before We Go, de Jorge León.
14- Le beau danger de René Frölke.
15- Branco sai, preto fica, de Adirley Queirós.
16- Striplife, de Nicola Grignani, Alberto Mussolini, Luca Scaffidi,Valeria Testagrossa y Andrea Zambelli.
17- Things of the aimless wanderer, de Kivu Ruhorahoza.
Ricardo Bedoya
Muy bien pero también habría que escribir sobre las deficiencias de un festival que en organización y logística no le llega ni a los talones al Festival de Lima. Y no solo se trata de comunicación al público de los horarios y sedes. Bedoya dice que tanto el Festival de Lima como el Independiente y el Transcinema se mueven dentro de ciertos parámetros, sesgos y ámbitos lo cual es no solo cierto sino también válido. Pero el único capaz de integrar o ser permeable a todos esos tipos de cine es el de Lima que podría programar no solo 90 películas sino muchas más sumando sus dos sedes principales y las itinerantes. El principal problema que tienen que resolver los responsables del Independiente y el Transcinema es, cual paradoja, el de su dependencia de sedes prestadas que imponen sus propios criterios y condiciones. ¿Cómo es posible, por ejemplo, que la película “Homeland” de más de 5 horas de duración sea programada un miércoles desde la hora de almuerzo en la U de Lima? ¿Porqué UVK Larcomar programa 3 días menos y no pasa las mejores películas como sí lo hizo el año pasado? Encima la distancia geográfica entre las sedes con el fatal tráfico de Lima hace imposible cumplir con nuestros deseos de ver más de una película recomendada o que uno se haya propuesto ver en un día cualquiera. Eso es lo que me pasó el viernes 26 cuando quise ver “Videofilia” en el MALI dándome con la ingrata sorpresa de que ya la sala estaba llena y no se podía entrar. Se agradece, eso sí, y lo cuento entre los puntos a favor del Festival, que la U de Lima haya dado ingreso libre y tenga una pantalla tan buena como la de su Auditorio pero señores organizadores deben saber que quien mucho abarca poco aprieta y mientras no se solucionen los graves problemas que están arrastrando, la selección debe ser menor. Caso contrario los aficionados vamos a seguir lamentando que de las 17 películas que Bedoya nombra como las mejores, solo hayamos visto 8.