Al parecer, la fórmula del éxito económico para el cine peruano consiste en volver a recorrer los pasos seguidos por el cine en sus inicios.
En “¡Asu mare!” el espectáculo se representaba ante una cámara frontal, con el personaje exhibiendo sus recursos gestuales y ´de mímica en un escenario teatral. Y las secuencias, o episodios, se sucedían como viñetas, sin continuidad dramática fuerte. Como en el cine primitivo, allá por fines del siglo antepasado.
Ahora, con “Cementerio general” entramos a la fase del “cine de las atracciones”, según lo describió Tom Gunning. Es decir, el espectáculo de feria, con sacudones, apariciones fantasmagóricas, y la mecánica del sorpresivo ¡bbbbuuuuuhhh!, con el ánimo de asustar a la audiencia. Nos retrotraemos a fines del XIX e inicios del XX.
Si se sigue con esta proyección filogenética, el próximo paso es Pathé y su proyecto industrial.
Para alcanzar a Hollywood y los blockbusters nativos –el modelo soñado por los economistas mediáticos- faltaría todavía mucho, casi ochenta años.
Con seguridad, el eslabón faltante de esta cadena será el que corresponde al Film d’Art.
Ricardo Bedoya
Nunca vi “Asumare”. No es una jactancia. Tampoco me animo a ver “Cementerio general”. El éxito masivo me crea cierto recelo. El cine de entretenimiento es un helado de domingo o una hamburguesa de centro comercial: legítimo y efímero, sabroso y olvidable. Por cierto, al margen de este blog no he leído hasta ahora comentarios estrictamente cinéfilos sobre “Asumare”. Pululan por doquier observaciones estadísticas, entusiasmos chauvinistas, regocijos mercantiles y divagaciones sociológicas. Nunca análisis y reflexiones estéticas o genuinamente cinematográficas. De otro lado, he visto algo de ese cine de terror de origen oriental, imitado en la industria norteamericana con sucesos de taquilla. Llegado un momento, el sobresalto de una escena -producto del cálculo y del énfasis- se convierte no solo en predecible, sino también en una parodia del auténtico terror. He terminado riéndome de esas películas de género que, desconfiando de la imaginación del espectador, tratan de “decir” excesivamente el horror y avisarnos -con determinados efectos sonoros y movimientos de cámara- que ya llega el instante, que ya es hora de asustarnos, que tenemos que ir abriendo la boca para proferir el alarido. Prefiero lo sugerido, lo latente, lo oculto. Nada más poderoso que lo desconocido. La verdadera autoridad del horror reside en esa invisibilidad que la prestigia por encargo de nuestra propia conciencia que, impedida de descifrar el peligro, lo fabula ella sola y convierte finalmente el motivo del pánico en un animal, una presencia inexorablemente implantada -y creciente- dentro uno mismo. Para probarlo, basta con volver a ver “Psicosis” de Hitchcock, capaz de convertir el simple ascenso por una escalera en un momento expectante que corta la respiración y pone los pelos de punta sin necesidad de ningún engendro o desmembramiento cubriendo la pantalla, en un ejercicio admirable y ejemplar, de sabia administración de lo que se enseña y lo que no. El poder de la imagen no está, creo, en la cantidad de elementos explícitos, sino en la calidad evocativa, resonante de que pueda estar dotada.
Escribes muy bien Victor. Tienes algún blog o trabajas para algún medio? Me gusta mucho el cine independiente, pero aún asi siento mucha curiosidad por ver Asumare, por el simple hecho de saber de que tanto habla la gente, y ¿por qué no? Reirme un poco. Lamentablemente por ahora me encuentro fuera del país y se me ha hecho imposible conseguirla en una calidad decente, sé que a mi regreso me será muy fácil , así que habrá que esperar. Sobre Cementerio General no siento la mínima curiosidad, ya que las películas de ese género simplemente no me atraen. Muy buena reseña, te felicito.
Qué amable, Renato. Soy un incurable perezoso informático; más bien parasito en blogs amigos como este donde he publicado artículos breves o largos que seguramente puedes rastrear en los archivos, si tienes tiempo y persiste un interés que te agradeceré de corazón a la distancia, por lo que supone de diálogo y reciprocidad intelectual. De otro lado, y volviendo al tema que nos convoca, los éxitos masivos de estas películas son buenas noticias en cuanto entrañan un ejercicio y quizá pulimento de labores de logística, pericia técnica y elaboración plástica que, posiblemente, cree una mano de obra amplia y propicia para proyectos de mayor calado artístico en lo venidero. Además de crear un público receptivo siquiera a corto plazo. Un público que, desde luego, es inestable y puede ser finalmente fugaz como una pompa de jabón. Pero que habrá que aprovechar para la difusión de aquello que valga realmente la pena. Por lo demás, enorgullecerse por la realización de filmes como “Cementerio general” es como aplaudir que por fin el barrio tenga su propio McDonalds, es decir un producto cepillado y enlucido para llenar el promedio estadístico de las tendencias internacionales de consumo. Por mi parte, prefiero un anticucho de doña Grimanesa en Lima o el tacutacu de la negra Teresa en Piura, antes que la cáscara crocante, divertida, escupible y mundial de un “finger” de serie de KFC. Que la gente celebre y pague por un “Asumare” o un “Cementerio general”, pero nadie nos diga que ese es el camino para un cine que nos sitúe en el primer plano, no de las ganancias globales, sino del arte cinematográfico. Al final, lo que hacemos es festejar una noche de fin de semana y acompañar el baile de las monedas en las cajas registradoras de unos cuantos afortunados.