Para buscar: Doctor Jeckyll y su hermana Hyde

Entusiasmo al revisar “Dr. Jeckyll y su hermana Hyde” (1971), que no veía hace mucho tiempo. Sin duda, una joya del cine fantástico, uno de los títulos más importantes de la empresa Hammer y un filme insolente, provocador, perfectamente actual.

El director Roy Ward Baker le da un giro extravagante a la historia clásica de Robert Louis Stevenson y cruza el original literario con las fantasías de sexualidad y crimen asociadas a la Inglaterra victoriana. Jeckyll (Ralph Bates), en alucinada búsqueda del suero de la vida prolongada o, tal vez, eterna, realiza experimentos que desafían el buen sentido. Emplea hormonas femeninas extraídas de cadáveres frescos.

 De pronto, al probar el resultado de sus investigaciones, asistimos a uno de los momentos más sorprendentes del cine de horror. El monstruo encarnado por Fredric March y Spencer Tracy se transforma en una mujer de apariencia perturbadora (Martine Beswick). Ante un espejo, el reconocimiento del “otro” se convierte en exploración erótica y fantasía transgénero. Solo en algunas películas de Jacques Tourneur el cine fantástico se vincula de modo tan estrecho con lo mórbido.

Entonces, viene lo mejor y más osado. Los sucesivos cambios de identidad del personaje bifronte; los lapsus de Jeckyll; su decisión de ser “uno” y la “otra”; sus confrontaciones con el espejo que le devuelve una imagen que no reconoce, pero que no le disgusta; la exploración de su nueva sexualidad; las experiencias con dos personajes secundarios. Y su paso a la acción criminal.

La fantasía es gótica. Los colores brillantes, sobre todo los rojos y amarillos, destacan en las callejuelas londinenses recorridas por la bruma y pobladas de prostitutas, en una iconografía que remite a las ficciones de Jack el destripador. El artificio escenográfico tiene el encanto irrealista que recorre toda la producción de la Hammer.

Un asunto fascinante: el diálogo que mantiene “Dr. Jeckyll y su hermana Hyde” con las vertientes más atractivas del cine popular europeo de fines de los sesenta e inicios de los setenta. Las manchas de sangre que se extienden sobre las paredes derivan del “giallo” italiano; la fascinación y persistencia con que la hermana Hyde descubre los cambios de su anatomía le deben mucho al liberalismo en materia sexual propio de esos años; más de una secuencia recuerda al Norman Bates que prestó sus rasgos esenciales a los asesinos en serie que pululaban por entonces en las industrias italiana y británica.  

 

Ricardo Bedoya  

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