Hace unos meses publiqué una lista de mis películas preferidas realizadas por mujeres. Tengo que modificarla luego de ver la extraordinaria “Los senos eternos” (“Chibusa yo eien nare”, 1955), dirigida por Kinuyo Tanaka, la actriz de tantas obras maestras de Mizoguchi, Ozu, Naruse, entre otros realizadores. “Los senos eternos” (o “Pechos eternos”, como también se la conoce) se ubica en el primer lugar de esa lista, y en uno de los primeros de todo el cine japonés.
Es un melodrama de una fuerza conmovedora y, a la vez, de una serenidad ejemplar. La trama sigue en su construcción dramática la línea de tantos filmes de su género: la protagonista, poeta que empieza a ser reconocida, enfrenta una enfermedad terminal. Todo se replantea para ella, que ha vivido hasta ese momento otras experiencias cercanas de pérdida y muerte.
Lo fascinante de la película es el modo en que Tanaka alterna las escenas de tensión, miedo y dolor con las de lucidez, deseo y resistencia ante lo ineluctable. Los trávelin que siguen a los personajes enamorados en la primera parte de la película, integrándolos a un espacio que los cobija y envuelve en la complicidad, se decantan en una austeridad que da cuenta de la turbación esencial que aparece cuando la felicidad ya no existe y solo queda el escenario del hospital.
En una secuencia que mezcla la curiosidad, el suspenso, el horror, la pesadilla y la terrible certidumbre de lo que vendrá, el personaje de Fumiko (Yumeji Tsukioka) recorre el pasillo de la clínica siguiendo el recorrido de un cadáver hacia la morgue. El punto de vista, la amplitud del encuadre, la atmósfera nocturna, el sonido, el recorrido de la cámara, la dilatación del tiempo de exposición dramática, la modulación expresiva de la secuencia y su resolución, solo encuentran parangón en algunos momentos conclusivos de ciertas películas de Mizoguchi, como “El intendente Sansho”, “La emperatriz Yang Kwei Fei“, o “Los amantes crucificados”. Episodios finales que condensan el horror que aparece como derrotero de un destino humano y de la compasión que sentimos a causa de la desgracia.
La actriz Yumeji Tsukioka tiene una presencia formidable. En su última media hora, la película da cuenta de los sentimientos más encontrados: los dictados por la sexualidad, la escritura poética como impulso irreprimible y el contacto con los otros. En el centro de todos ellos están el cuerpo y los deseos.
Una película fundamental que ojalá pronto se pueda ver como se debe.
Ricardo Bedoya
¿Dónde la has visto, Ricardo?