“Rosa Chumbe”, más allá del naturalismo, por Emilio Bustamante

En “La imagen-movimiento. Cine 1”, Gilles Deleuze dice que los filmes en los que surge la imagen-pulsión representan mundos originarios donde operan pulsiones elementales. El mundo originario es una ciénaga “a un tiempo comienzo radical y fin absoluto”[1], es primitivo y a la vez apocalíptico, y existe al interior del “mundo real” del cual revela su crueldad y violencia. El mundo originario, tal como lo describe Deleuze es muy similar a  la Lima que habita Rosa Chumbe, policía alcohólica y ludópata, quien parece ganada por sus pulsiones de muerte. En el filme de Jonatan Relayze, Lima, con sus humos y vapores, texturas y fragmentos, susurros y estridencias, semeja efectivamente un pantano atemporal que devora y secreta.

Deleuze llama  “naturalistas” a los filmes con mundos originarios donde todo tiende al declive y a la degradación, y señala a Stroheim y a Buñuel como sus principales artífices. Recuerda también que Huysmans criticaba a Zola (el creador del naturalismo literario) por considerar solo las pulsiones del cuerpo en su obra. Huysmans aspiraba a crear un “naturalismo del alma” que reconociera “el universo sobrenatural de la fe”.  En “Rosa Chumbe” se aprecia el establecimiento del mundo originario y las pulsiones, e incluso el universo de la fe reclamado por Huysmans, especialmente en la secuencia de la procesión del Señor de los Milagros, donde el evento luce como una colosal manifestación  del mundo originario.

Pero Relayze no pretende un estudio desapasionado del comportamiento humano, rasgo esencial del naturalismo que Deleuze insólitamente no menciona. Opta –en cambio- por una ruta “trascendente” próxima a la de los Dardenne. La cámara acompaña solidariamente con travellings  a la protagonista, casi la conduce por el laberinto, y al final desciende hacia ella para otorgarle su redención. No la observa con morbosa curiosidad ni distancia analítica; su mirada está lejos de ser miserabilista, pero tampoco es del todo naturalista, pues propicia el milagro en medio de lo abyecto, el hecho insólito que no es consecuencia de un ciclo natural sino que escapa a este por la vía de lo sobrenatural o el delirio.[2]

Hay algo más en “Rosa Chumbe” que la aleja del naturalismo más ortodoxo: una suerte de sacralización de lo popular. El Gordo Casaretto es visto en el filme como un cómico popular, pero  también como portador de un don divino en cuanto artista que hace menos miserable la vida de Rosa[3]; es una especie de ángel que irradia una luz a la vez celestial y mediática, y que le advierte a la protagonista de su más profunda caída.

Es necesario acotar que la película no tendría la misma densidad sin la actuación de Liliana Trujillo. Ella le da consistencia y verosimilitud a un personaje agónico. No representa a una idea sino a un ser vivo, con un cuerpo que se mueve en la ciénaga unas veces por inercia y otras con ansiedad, tan agobiado por su deterioro, el entorno  y la rutina, como impulsado por una atávica gracia.

No está demás repetir que “Rosa Chumbe” es una de las mejores películas peruanas hechas hasta hoy.

Emilio Bustamante

 


[1] Las citas a La imagen-movimiento. Cine 1, son de la edición de Paidós, 1984, pp. 179-201.

[2] Ya en algunos de los cortos de Relayze se apreciaba este tipo de ruptura: en “Profilaxia”, al final de la rutina escatológica de un hombre desaseado, aparecía un pez dorado en un sucio inodoro, y en “Cuadro emético” un sujeto vomitaba una flor.

[3] En tal sentido, el Gordo Casaretto guarda similitud con al bufón de “Andrei Rublev” de Tarkovski, un filme, precisamente, sobre la misión divina del artista.

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