Primer largometraje del mexicano Diego Ros, “El vigilante” es una película curiosa, interesante hasta cierto punto, pero finalmente fallida. El relato transcurre en un edificio en construcción, ubicado en una zona periférica de la ciudad, y se inicia con la llegada del guardián del turno de día. Un extraño crimen se ha cometido muy cerca y la policía anda interrogando a posibles testigos.
Pronto surgen desacuerdos entre los celadores porque solo uno de ellos ha visto algo, pero no quiere comprometerse. La situación se complica al hacerse de noche y empezar a ocurrir algunos imprevistos. El vigilante diurno se ve obligado a permanecer allí pese a tener pendiente un importante asunto familiar.
El mayor atractivo de la cinta radica en la habilidad del director para generar una determinada atmósfera de misterio a partir del recorrido de los guardianes por los oscuros espacios de la construcción, de una penumbra que se sugiere amenazante. Funciona la discreta ambigüedad del comportamiento del agente policial, no tanto las intrusiones del hombre que no tiene dónde dormir y el niño que parece estar escondiéndose del sujeto que afirma ser su padre.
En el ultimo tramo la narración pierde efectividad, se vuelve torpe e inverosímil, acusa una total falta de lógica, sobre todo en las reacciones del velador principal. Llama la atención que el cineasta no sepa cómo redondear una historia que prometía.