Jurassic World: El reino caído

La franquicia jurásica entra a la etapa de la autoparodia. Chris Pratt no sabe si desprenderse de los gestos de guardián de la galaxia o creerse el Charlton Heston de “Marabunta”. La lava que está a punto de achicharrarlo lo enfrenta a ese conflicto de identidad. Y Bryce Dallas Howard aparece para recordarnos que existen las almas nobles y dispuestas a salvar las especies en extinción, aun cuando ellas estén en la capacidad de poner a toda la humanidad entre sus fauces.

También hay sitio para los malos y codiciosos que quieren convertir a los dinosaurios en émulos de King Kong, escarnecidos en una exhibición pública trasformada en lucrativo remate. Capitalistas ávidos que bancan a paramilitares temibles que resultan pasto de los seres prehistóricos. Las buenas conciencias se satisfacen con el castigo aplicado a esos malvados de perfiles sumarios, villanos de caricatura.

El español Juan Antonio Bayona, el de “El orfanato”, “Lo imposible” y “Un monstruo viene a verme”, paga su derecho de piso en el reino -no caído; más bien en auge- de los blockbusters, empujando un guion indigente, de acciones esquemáticas y previsibles. Ante eso, se limita a inyectar velocidad al relato y agitar las situaciones en modo “serial” de los años treinta y cuarenta. Y nada más.

Las rugosas presencias de los dinosaurios dejaron de tener el poder deslumbrante de inicios de los años noventa, en los albores de la era digital. El mejor momento de la película ocurre en el dormitorio de una niña que aparece iluminado por una linterna de proyecciones fantasmagóricas. Hasta ahí se asoman los peligros. Los contrastes visuales del lugar sugieren un clima onírico, de sueño plácido o inocente perturbado por el miedo. Es el toque Bayona. Pero hubiera podido funcionar mejor si no lo hubiéramos visto ya en “La leyenda del jinete sin cabeza”, de Tim Burton.

Ricardo Bedoya

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