El hombre no es un pájaro (Covek nije tica, 1965)
El debut de Dušan Makavejev en el largometraje de ficción tiene un manejo metafórico de la hipnosis, con la cual sutilmente se apunta contra el socialismo, contra las dictaduras, transversalmente, hablando de la liberación, igualdad y respeto de la mujer contra el machismo y el abuso patriarcal, para luego englobarlo en todos los seres humanos como sociedad. En esta pequeña historia, porque hay otra central, la actriz Eva Ras interpreta a una mujer sojuzgada por un marido neanderthal -borracho, mujeriego, descarado, primario-, que produce una escena rica, candente, humorística, de claro ejemplo machista y de una sociedad arcaica, con un vestido de su mujer que le regala este marido bruto a su amante. Aquí no hay sutilezas, se trata de burlarse y criticar ésta situación institucionalizada.
La película tiene como centro el romance entre un ingeniero ya de cierta edad, Jan Rudinski (Janez Vrhovec), y una joven y bella peluquera, Rajka (Milena Dravic), en el que parece un pueblo minero, atrasado en el tiempo. Junto a esto hay elementos de tipo documental, como los que muestran el trabajo en una fábrica y el quehacer de obreros, lo mismo pasa con el circo y los actos de su repertorio. Como otro elemento en el filme entra a tallar un camionero, con el que se trata de mostrar la revolución femenina y su liberalidad, sin prácticamente consecuencias, de manera muy fresca, lúdica y sin darle mucha profundidad. Echar agua sobre un camión parece representar un orgasmo masculino, señalando libertad sexual. El filme tiene una parte llana, y otra digamos que intelectual, con la muestra de una orquesta tocando la música de Beethoven acompañando la vida de los obreros, porque Jan es también un obrero.
No hay demasiado que ahondar en este filme que es lo más sencillo del mundo, pero en el que claramente se puede ver el mundo cinematográfico del director, el embrión. La manera de narrar el romance tiene su encanto, el circo como libertad, un mundo proletario, los obreros, una chica común. El intento de buscar la libertad sexual se da sin que la protagonista lo note; actúe inconscientemente, sin meditarlo mucho que hasta resulta irónico. Rajka, la heroína, actúa como en una película francesa o típica europea, entendiéndose una Yugoslavia en poca consonancia aun con la modernidad, la que defiende el cine de Makavejev. Moralmente es otra cosa, la liberalidad es una trasgresión de todas maneras. En la frescura de su heroína el director serbio muestra su mirada, aun cuando Makavejev es de una enorme simpleza cuando trata con la liberalidad sexual, como quien supone que está invocando lo justo o lo irrefutable y no pretende entregar demasiadas explicaciones, aun cuando representa mucha lucha.
Vergüenza sexual – La tragedia de una telefonista (Ljubavni slucaj ili tragedija sluzbenice P.T.T., 1967)
Podría ser un filme convencional, pero la construcción narrativa de Dusan Makavejev hace volar su propuesta más alto, producto de su notable noción del cine y de los temas que le interesan auscultar como las ideologías o formas de gobierno y la sexualidad en especial, a lo que suma en conjunto perpetrar un pequeño ensayo sobre criminología.
Todo parte de una relación amorosa de gente sencilla, una empleada de teléfonos húngara de cabellos rubios, Izabela (Eva Ras), y un inspector sanitario o exterminador de ratas musulmán, de ascendencia turca, Ahmed (Slobodan Aligrudic). Vemos varios momentos de cómo es bella su relación, con escenas caseras, humildes, de felicidad. En dichos momentos sobresale la imagen de Eva Ras sonriente desnuda con el gato a la altura del trasero.
El inicio de la relación muestra como la pareja protagonista comparten el televisor viendo lo que parecen escenas de un gobierno totalitario. La observación de la subsiguiente ideología está en todo el filme, habiendo un vínculo con la austeridad de sus vidas, ella cocina sobre una plancha y usa un cuadro como bandeja. El filme también comparte escenas documentales de destrucción de iglesias por parte del gobierno.
El filme tiene una parte que se basa en hechos reales, en un caso policial, escuchando en una parte documental como explican el comportamiento de los asesinos y cuán difícil es solucionar estos casos. La propuesta de Makavejev hace uso de newsreels -noticieros documentales-. El estilo documental, en éste hibrido de filme, nos lleva a oír de la sobrevivencia de las ratas. Igualmente un sexólogo en varias oportunidades explica sobre la trascendencia del sexo, poniendo de ejemplo en especial la simplicidad con la que se ve algo tan maravilloso como es un huevo de gallina, que señala mucho más que un alimento. Aquí Makavejev pone en la palestra la importancia de los temas que le gustan y se fijarán en su filmografía.
El filme combina de manera notable exposiciones documentales, explicaciones que realzan la historia que seguimos, que tiene una belleza cinematográfica que es cosa aparte, lo que nos lleva a una traición forzada y a cierta elipsis final en el pozo. Esta película trata el medio inexplicable e impredecible comportamiento del ser humano convertido en asesino. El filme no se regodea en la sordidez aunque a ratos es duro de ver. Se siente una propuesta muy libre, muy estética –detrás de su blanco y negro-, muy de composición de arte, y también una obra científica. No un filme intelectual de aquellos que provocan aburrimiento, sino un filme entretenido e interesante al mismo tiempo.
Inocencia sin protección (Nevinost bez zastite, 1968)
Un hombre rubio de musculatura de culturista profesional muestra su fuerza excepcional, hace acrobacias y pruebas de riesgo, mezcla de superman, Houdini y un strongman pionero. Dragoljub Aleksic es el protagonista de ésta película, con partes documental y otra de ficción -con una película en el interior de otra, o el logro del cuarto de edición tipo director´s cut o el de un remake-, de Dusan Makavejev, quien hace un homenaje a una obra serbia –primera hablada de su país- que fue censurada tanto por los nazis durante la ocupación alemana como por el gobierno comunista de Yugoslavia.
Aleksic en 1942 producía, dirigía, escribía y protagonizaba la película del mismo nombre, un melodrama donde una huérfana es maltratada por su madrastra, la que quiere sacar provecho casándola –con un tipo bruto-, pero que halla la salvación en el amor, al enamorarse del personaje que interpreta un carismático Aleksic, casi un superhéroe, dedicado el filme a mostrar sus habilidades y talentos propios del circo, y a cierto egocentrismo.
Makavejev exhibe gran cantidad de la película original, y hace una propuesta esencial, como si estuviéramos casi viéndola en su totalidad, sumándole –fiel a su estilo y a lo que intensificaría más tarde- newsreels de la ocupación alemana y de propaganda nazi; también entrevista a muchos involucrados de la película homenajeada, de gente que estuvo enfrente y detrás de cámaras, inclusive vemos en repetidas ocasiones a Aleksic quien aún más de 25 años después mantiene un gran estado físico y se dedica a mostrarlo.
Makavejev celebra un lugar de identificación cultural y un pilar cinematográfico para su país al abordar el filme de Aleksic, propuesta que puede entenderse -en un mínimo- como producto nazi si observamos que el protagonista maneja la imagen estereotipo que buscaban promocionar los alemanes de la época. No obstante curiosamente el filme fue censurado. Pero la realidad es que Aleksic se dedica a ser un héroe popular serbio –dentro de alguien exhibicionista, consciente de hacer un show y al que se le puede emparentar prácticamente con cualquier ideología-, a mostrar su extrema masculinidad, a vencer a los malvados –violadores y rapiñas crueles y calculadores- y a rescatar a la damisela en peligro.
Es un filme entretenido, simpático y curioso, gracias al original, pero al que se le hacen ciertas manipulaciones, como colorear algunas partes de los fotogramas, y se le da un toque mix bien efervescente, austero en pensamientos, pero los hay, como pensar en la segunda guerra mundial, los nazis y un melodrama inocente de la época en contraste o complemento desde el punto que se quiera ver, un sueño frente al mundo desmoronándose o alguien no pudiendo ponerse al margen de la realidad porque finalmente la censura le vino encima.
Se recoge que sea un filme placentero, con el interés de ver el humor y la personalidad serbia. No luce un filme muy político el de Makavejev, el original menos para tanta censura, pero Aleksic es un tipo interesante capaz de solventar toda una película tras él, y es lo mismo con su realización que está a la altura, que aunque tiene mil defectos al mismo tiempo tiene personalidad que poco importa que no sea una obra maestra. Makavejev juega sus fichas como quien arma un atractivo cuadro lleno de cosas ingeniosas, que te mantienen atento, divertido, sin demasiada proporción, prefiriendo en ello ser sutil, pero aun sencillo, como disfrutar con cada proeza de Aleksic, verlo doblar un fierro o romper cadenas con los dientes.
WR: los misterios del organismo (W.R. – Misterije organizma, 1971)
Este filme es propio de su época, de la época hippie y de la época de luchas sociales, de fuertes ideologías políticas, especialmente la socialista, pero con una mirada que ya lleva un recorrido detrás y tiene noción de éstas ideologías. El director Dušan Makavejev como ciudadano yugoslavo –actualmente Serbia- estuvo bajo un régimen socialista y su posición es marcadamente contraría a ella, como exhibe la película.
La película parte de mostrarnos quien fue Wilhelm Reich que tiene de eje, Reich fue un psicoanalista austriaco nacionalizado americano. Empezó como un estudioso respetado llegando a ser asistente de Sigmund Freud, entusiasmándose y compartiendo su fijación con el sexo que Reich llevó al extremo, en nuevos tiempos. Como Reich habló en libros sobre fascistas –en contra- se ganó la enemistad de los nazis y terminó finalmente en EE.UU.
Reich creo una filosofía que mezclaba la liberación sexual con el marxismo –que no congeniaban- y se ganó el rechazo de todo el mundo, encima inventó la idea del Orgón (organismo + orgasmo) y creo máquinas que usaban la liberación sexual para alegar que podía curar las peores enfermedades, lo que le trajo una alerta y finalmente dos años de cárcel por considerar sus ideas, libros y curaciones, un fraude. Reich terminó señalado de demente y murió en el tiempo que estuvo recluido en la cárcel. Seguramente influenció mucho su persecución no sólo tenerlo por un pseudo científico sino un comunista en los 50s.
Con esta partida el filme busca mofarse del socialismo, tomárselo relajadamente con respecto a esa falta de corazón de no poder congeniar liberación sexual con marxismo. El filme no busca la reivindicación de Wihelm Reich, la idea aparte de ser una propuesta original y entretenida es darle un puntapié a la ideología reinante en Yugoslavia, con lo cual obviamente se ganó la censura en su país. Pero el filme va mucho más lejos aún, ganando censura por donde iba, porque también es exigente con espectadores más abiertos, aunque en medio de la revolución sexual, de la liberalidad combatiente, había un espacio por ocupar.
El filme en su gran parte documental –en mayoría; con la imagen de la vida de Reich detrás- muestra la liberación sexual de los 70s, éste mundo hippie, de manera radical. Vemos como Nancy Godfrey esculpe –de forma muy clara y metódica- el miembro reproductor erecto del director de la revista pornográfica Screw, de Jim Buckley, que aguarda desnudo tranquilo la labor de Godfrey que crea un especie de consolador. La liberación sexual siempre tiene una carga política al lado, en este caso mediante el sonido o por quienes son los participantes. Screw es una revista también con ideas políticas, como contra el gobierno de turno.
Otro caso es el de Tuli Kupferberg con quien el filme se burla de la guerra, disfrazado de soldado harapiento cantando una canción contradictoria y disparando imaginariamente. Kupferberg dirige la banda de rock The fugs de corte político y cómico. Otra muestra del uso de neoyorquinos típicos, neoyorquinos freaks (mucho más para le época), es ver al travesti Jackie Curtis simplemente paseando por las calles mientras acompañada de su pareja saborea un helado; luego la musa de Andy Warhol hablará de sus experiencias sexuales.
El filme del atrevido Dušan Makavejev no expone todo de golpe o seguido, sino mezcla todo, juega con todos su contenidos, presentando un collage visual intenso, siempre coherente, con el eternamente heroico y pionero de la liberalidad sexual Wihelm Reich y sus misterios del orgón abarcándolo todo. Vamos viendo de a partes hasta completar el retrato documental de sus estrafalarios protagonistas americanos. El filme siempre es novedoso, muestra y va creando, su aspecto documental tiene suma variedad, autoría y potencia, hay muchas muestras de una misma cara: W.R. Inclusive hace uso de la manipulación del found footage con locos en tratamientos extremos o en sus actos enajenados; igualmente con los filmes propaganda sobre Stalin, a quien vemos llorar un acto impuro a su supuesta condición.
Y aún hay más, existe una parte de ficción, con una historia contextualizada en Belgrado, con una mujer que queda enamorada de un patinador héroe de la URSS –llamado como Lenin- con lo que se proclama pura sátira, como ver fácilmente desnuda a la amiga de la fan obsesionada como animal en celo; Makavejev no tiene ni miramientos con la revolución sexual. En la ocurrencia máxima el filme termina creando una historia macabra, que suma una irónica melancolía melodramática por tanto conflicto.
La locura es manejada con mil tratamientos, como uno de un seguidor de Reich con una terapia mediante gritos, el filme es la extravagancia absoluta, pero entendible sin dificultad, aunque no del todo seguramente para su tiempo. La broma sigue indetenible, imperturbable, la manipulación del aspecto documental está a la par de la descocada ficción, incluso cuando se trata de rescatar un poco la imagen de Reich con entrevistas a sus familiares. Pero que un barbero rústico muy cliché hable de que no había problemas con el loco psicoanalista comunista en su clásico pueblito americano es lo mismo que decir que la propuesta de Dusan Makavejev no representa un remezón de originalidad e innovación, un hito cinéfilo.
Sweet Movie (1974)
Sweet Movie (1974) es una película híper excesiva de Dušan Makavejev, donde supone burlarse de todo. Tiene a dos mujeres como protagonistas en dos historias independientes, pero muy bien mezcladas en lo visual, sabiendo que Makavejev es un genio del mix.
Miss Canadá (Carole Laure) gana un concurso de belleza en el que se busca la virgen más gloriosa y para ello un ginecólogo revisa la composición y estética de sus vaginas, con el fin de que la ganadora se case con un millonario de la leche, El Señor Kapital (John Vernon). Pero tras una fallida noche de bodas producto de una sorpresa Miss Canadá termina enviada a París metida en una maleta por un culturista negro que antes tratará de violarla tras ocultarla en una botella de leche gigante publicitaria.
La locura y extravagancia de éste filme no es poca cosa, lo cual llegará a su apoteosis cuando una catatónica Miss Canadá sea parte de una comunidad anárquica donde vomitar desenfrenadamente y competir por producir la mejor caca sean los momentos de felicidad máxima orgiástica de éste grupo. Miss Canadá despertará finalmente –cosa de nada- tras sobar su rostro con un genital masculino a vista y paciencia del mundo.
El sexo es algo que a estas alturas no presenta ningún tabú para Makavejev y lo explota en total desparpajo, frescura, sinvergüencería si se quiere, no como algo necesariamente pornográfico, sino algo extremo, irónico, extravagante, revolucionario para los estándares convencionales del séptimo arte; es el cine moderno en pleno momentum, aunque no sea un filme a llamar de demasiado estupendo, pero tampoco malo.
En una historia predomina el sexo, veremos la filmación erótica y la fantasía de tener a una mujer desnuda lúdica bañada en chocolate, con su pubis manchado sobresaliendo en la toma. Esto se mezcla con el humor sarcástico, como ver a un macho latino, a un francés (Sami Frey), pegado con alguien como si fueran perros en celo. Lo kinky (fetichista, “pervertido”) hace gala cuando un hombre es tratado como un bebé, un juego erótico extravagante. Esto no es nada, el filme no teme tocar la línea hacia la peor corrupción, como vemos en la otra historia.
Parte de la esencia de la segunda protagonista es ser pedófila, a quien vemos seducir desnuda con dulces a niños sonriendo inocentemente, toda histriónica. Ésta historia aun así es más política que la otra. El dulce es la contradicción que acompaña la perversión de ésta mujer, la capitana Anna Planeta (Anna Prucnal), que tiene sexo en medio de mucha azúcar suelta –provocando una escena con sangre, bastante estética, bella en colores-.
Ésta trama utiliza a su vez violencia, tiene homicidios a su alrededor, yuxtaponiendo una parte documental, videos de archivo (pseudo) científicos de los nazis, y en especial una terrible matanza perpetrada por comunistas. En su trayecto se hace burla de un romance socialista con una navegante que lleva una proa con el rostro de Karl Marx y un marinero soviético sacado del acorazado Potemkin (Pierre Clémenti).
El filme no es sutil en su humor ni en su construcción crítica que incluye al capitalismo con Miss Canadá, busca ser la irreverencia absoluta, la novedad en estado demencial, y aunque hace pensar en un director como Alejandro Jodorowsky a Makavejev se le entiende mejor. No obstante de que tiene mucho mal gusto eso es indiscutible. También que entretiene, como anuncia su título, con una comedia insolente.
Montenegro: Cerdos y perlas (Montenegro, 1981)
El presente filme es muy sencillo, con su infaltable extravagancia como distinción, pero de corte medio leve en ingenio y atrevimiento, pero no deja de ser una propuesta placentera y eficaz. Es la historia de cómo una mujer, Marilyn Jordan (Susan Anspach), un ama de casa, se aburre de su existencia familiar, de su marido (Erland Josephson) e hijos, y empieza a comportarse de manera extravagante, quiere aventura, o quiere un respiro, y esto es lo que nos proporciona el filme de Makavejev, la historia de una momentánea fuga.
El producto genera distinción con expresiones absurdas o poco comunes en las acciones de sus personajes, como también está la mención de que están dentro de una película y falta emoción, como declarando al mismo tiempo que el cine de Makavejev va a la par del anhelo hedonista de su protagonista y heroína, digámosle a un punto feminista, aunque la salida o sanación se trate de un deseo carnal cumplido, de un simple aunque gran orgasmo.
Lo que además da personalidad a ésta propuesta es la nacionalidad del director y su mirada hacia la inmigración de sus compatriotas, yugoslavos, ubicados en éste filme en Suecia, país con el que Makavejev se permite bromear –en lo sueco anida la comedia-, y el sueco Erland Josephson como un esposo de ésta nacionalidad ayuda en el proceso, centralmente hablando del aburrimiento que profesan sus ciudadanos en su apacibilidad, su carácter sedentario, su demasiado orden y quizá conformismo, y quien sabe si también se dirige a su cine o hasta la ironía le salpica a Ingmar Bergman, que contó con Josephson en varias de sus películas y hasta en alguna se enfocó especialmente en el matrimonio (Escenas de la vida conyugal, 1973).
Los yugoslavos son representados como unos juergueros/fiesteros en pocas palabras, también algo más chuscos, más irreverentes, más impredecibles, más sucios, más sensuales, más eróticos, más corruptos, pero aun así gente buena o aceptable o de quienes necesita paradójicamente la protagonista. El filme hace que la heroína termine en una taberna de obreros con algo de gánsteres –aunque buena onda-, de striptease, de venta ilegal de licor de inmigrantes yugoslavos, pero la traten con respeto, aunque ella como nacida americana sea muy llana, muy aventurera, muy en busca de su libertad y liberalidad.
Montenegro –quien confiesa ser en realidad serbio- es un joven padrote y cumple sin ningún rollo de por medio ni elaborado background personal su función –el filme tiene un erotismo cuidado-; suena contrario al compañero que enarbola un cine más racional pero el cine de Makavejev es una cine que está tras lo esencial, sensual, liberador y primitivo, por ello no suena tan curioso –conociendo su irreverencia y osadía- que Makavejev fabrique un sueño húmedo femenino o, más bien, se trata al fin y al cabo de la mirada simplista masculina detrás de aquella liberación del lugar de ama de casa. Se plasma una postura rústica y básica; aunque hacia el “pecado” –entre comillas, porque parece no existir en su vocabulario-, con un acercamiento velado a la prostitución, también de cierta convencionalidad.
El filme no parece tener demasiadas pretensiones, aunque es bueno; pensemos que una canción luce como su inspiración o disparador –dejándolo muy claro-, La balada de Lucy Jordan, que llegamos a oír en la versión de la británica Marianne Faithfull, que no se oye tan afinada o fina, más parece cantante de la calle, del tipo de trovadores o juglares. Makavejev crea un filme solvente, entretenido, llamativo, con su suave novedad por doquier, todo desde lo más sencillo del mundo, una narrativa alegre y amable, seductora.
The Coca-Cola Kid (1985)
Makavejev hace una película ambientada en Australia con el actor americano Eric Roberts como un genio del marketing y de la promoción de la gaseosa Coca Cola –promoción que será bastante nutrida en la película, aunque al final prima lo nacionalista-, para ello él mismo suele decir que es él quien decide quien lo necesita y no al revés. Bajo esa idea se pone la tarea de visitar un pueblito aledaño a la sucursal local de su empresa, donde no venden Coca Cola, esto por el éxito de otra bebida, perteneciente a T. George McDowell (Bill Kerr).
El filme es muy suelto con ésta trama, pero se puede entender como lectura el poder empresarial avasallador americano por sobre lo autóctono, pero sin romperse las vestiduras, ya que prima la extravagancia, la comedia, el romance algo atípico, la aventura. En el romance tenemos a Terri (Greta Scacchi), una divorciada medio rara que se enamora del igualmente particular Becker (Roberts), alias The Coca-Cola kid, y lo persigue con ahínco. Con ella tenemos una escena de navidad y seducción –vestida la fémina de papá Noel- que suena ocurrente, moderna y muy cálida. Terri tiene también una hija y la pequeña pone la cuota de ternura. En sí todos aportan buena onda y simpatía, como el padre de la niña que se presta al asunto aun cuando tiene todas las del alcohólico, generando momentos de locura naif.
El filme se trata de entretenimiento, con una historia que quiere ser original y un tratamiento a esa vera. No es una obra muy excéntrica pero tiene lo suyo –como cabe esperar del cine de Makavejev-. Eric Roberts personifica a un tipo que se comporta distinto al común, que busca la novedad, como cuando se pone a lanzar golpes de karate al aire, ejercicios y como bailar cerca de una piscina, pero sin exagerar su distinción o empalagar, aun cuando en un inicio parece algo autista –recordemos el rato en que le preguntan si quiere té o café y no responde cual pero siente que ya respondió-, y ciertamente es una muy buena interpretación.
Es una propuesta que tiene de memorable, pero sin ser tampoco plus ultra, es sencilla, sólo que con gracia y encanto, produciendo diversión e interés, se deja ver bien. En otras manos sería una historia convencional, pero Makavejev le da estilo y personalidad y la narrativa proyecta más de lo que se tiene en realidad. Hay hasta una pequeña historia de conspiraciones y una avioneta persiguiendo al paladín marketero cuando yace en su vehículo. Todo esto pareciera que huele a Hitchcock, tanto como a ratos a la comedia americana, pero el filme prefiere bañarse en la personalidad del cine australiano, junto a la locura de Makavejev que pretende coger el sonido australiano (implicando su esencia), dicho en la trama, expuesto en un jingle, compuesto por el neozelandés Tim Finn. Finalmente sobresale la hechura de personajes curiosos, locales, en medio de una mirada cosmopolita.
Mario Salazar
Qué bueno que se publique un texto sobre la obra provocadora de Dusan Makavejev en estos tiempos. Por cierto, esperemos que la sala Ventana Indiscreta programe una retrospectiva completa de su obra, incluyendo además los dos largos que no comenta Mario Salazar, Manifesto (1988) y Gorilla bathes at noon (1993).