“Petite Maman” de Céline Sciamma, la costura del recuerdo. Escribe Gabriel Quispe Medina

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Petite maman

Petite maman, de Céline Sciamma, se ha estrenado en salas. En el siguiente comentario, Gabriel Quispe Medina expresa su entusiasmo con la película.

Petite Maman (2021) es una película extraordinaria de la cineasta francesa Céline Sciamma. Es difícil describirla sin revelar su historia y su puesta en escena tan misteriosas y sutiles hasta lo inasible y lo imperceptible. La apariencia es un momento muy cotidiano, en el que un clan mínimo, en especial la hija atenta de 8 años, se despide de una señora de avanzada edad, la abuela, madre y suegra de la que se habla mucho, aunque su presencia sea etérea. Mamá y papá están de paso en la acogedora casa de campo por unos cuantos días mientras la desocupan antes de volver a la ciudad. Nelly observa, escucha, pregunta, comenta los detalles que percibe, escudriña en la personalidad de su madre y reflexiona sobre la infancia, la enfermedad y la ausencia parcial o definitiva. El diálogo es corto y las situaciones son comunes. Crucigramas que se resuelven lentamente con voces resonantes tipo Alejandría, cajas que se empacan y desayunos que preludian el adiós, aquel que la pequeña, a falta de su abuela, prodiga a las pacientes del hospital, quizá las últimas amistades de la difunta, en la primera secuencia que ocurre en ese interior supuestamente neutro de longitudes kubrickianas.

El único vecindario de la propiedad es un bosque mortecino, con árboles aislados, caídos, hasta arrancados de raíz, y algunos también de pie. Esa campiña amarillenta es un espacio libre, sin barreras ni fronteras infranqueables. Ahí dos criaturas sosías y solitarias pueden cruzarse, identificarse y acompañarse. Buscan algo que no conocen muy bien, o todo lo contrario, y que igualmente es un mundo interrumpido, como el contexto familiar que Nelly camina y contornea, del cual emerge un círculo subrepticio apenas atisbado por ella al principio entre la lluvia. Sciamma incursiona en la fantasía con profunda personalidad y asimilación de historias similares.

Esa transición del “realismo” es un tópico del cine de todas las épocas y en buenas manos puede generar brillo expresivo. Por ejemplo, el ángel que visita al desesperado James Stewart de la postguerra, el héroe de ficción que en la Depresión cruza la pantalla y escapa con la afligida Mia Farrow, las travesuras de Constance Bennett y Cary Grant desde el limbo en ayuda al amigo Topper, el Burt Lancaster postrero que auxilia al soñador Kevin Costner, el ex esposo que resurge en un inquietante chico de 10 años frente a la perpleja viuda Nicole Kidman. El último caso, de Birth (Jonathan Glazer, 2004), es el de mayor cercanía por la firme conciencia de lo que sucede de una de las personas involucradas, a despecho de la incredulidad o el desconocimiento de los demás. Y entonces Sciamma lo hace sin artefacto ni subrayado visual ni sonoro, con timing de dos excelentes actrices gemelas que lucen muy maduras (Joséphine Sanz y Gabrielle Sanz) y la edición exacta que suma elementos al encuadre de forma que nunca es forzada, con planos abiertos y cerrados que comunican una intimidad y complicidad femenina que trasciende la física. Incluso la ambigüedad ya está instalada y sugiere que el encuentro de las niñas, si bien permanece armonioso y pacífico, es un empalme de inteligencia y dominación de estadíos posteriores.

Nelly arma el rompecabezas mientras el ojo de la cámara y el vestuario se confunden. Si el público se distrae se pierde. ¿Quién es la hija, la madre, la nieta? ¿Quién conduce y protagoniza? La abuela asoma, con el objeto que su descendiente conservó tras el desenlace. A su turno, el padre cambia y rejuvenece en manos de su hija en el eje de “realidad”. Hasta es visto por su futura compañera con descubridora y discreta mirada. El presente convoca al pasado y éste modifica el futuro. En el paralelo el decorado doméstico es una réplica, pero la compañía coetánea y lúdica reemplaza a la soledad contemporánea. La oportunidad de ahora sí expresar un adiós consciente llega y Nelly cubre el vacío propio y el de su madre, que actúa mediante la desaparición adulta y reactiva el yo niña que perdió en el camino. Con sólo 72 minutos, locaciones frugales y la naturalidad de un reducido elenco, Sciamma dibuja un diálogo intergeneracional y múltiples sensaciones, como si hubiera que hacer una pausa y huir de la actualidad para corregir y restaurar cual cirugía la línea de tiempo.

Gabriel Quispe Medina

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