En el bosque tiene alguna originalidad argumental: imaginar lo que les ocurre a los personajes de los cuentos infantiles clásicos luego del final feliz y el colorín colorado. Y, claro, apelar a Bruno Bettelheim para restablecer el lado oscuro que se extrajo de los cuentos originales en las películas basadas en ellos o en los relatos impresos con bellas ilustraciones.
Pero ese interés queda ahí nomás porque el tratamiento musical que impone Rob Marshall es como una camisa de fuerza. Todo lo filma igual, con recetario, sin gracia ni capacidad para el espectáculo ni para la coreografía. En el bosque forma parte de esa temible modalidad de musicales que lleva a la pantalla una obra de Broadway sin repensarla en los términos de la puesta en escena cinematográfica. El bosque luce como un escenario estático de cartón piedra y no como ese efervescente lugar donde las ambiciones y deseos estallan, como parece sugerirlo el relato.
Lo mejor ocurre al inicio de la película, cuando las historias se entrelazan y la Caperucita Roja se enciende de deseo con el lobo feroz. O cuando las hermanastras de Cenicienta practican el gore. Lo demás es tan convencional y alargado como algunas de las canciones que se entonan.
Lástima que este acto de contrición de Disney por haber desnaturalizado a los héroes clásicos de los cuentos en sus viejas películas, resulte tan apagado e insípido.
Ricardo Bedoya