Fernando Vílchez, en representación del Festival Lima Independiente, asistió al Festival de Rotterdam de 2015, y nos cuenta lo que vio.
Con la devoción de alguien que ha vivido aquí momentos inigualables de cine, así regreso por tercer año consecutivo al festival de Rotterdam. A diferencia de otros festivales, donde los horarios son más relajados o las obligaciones son otras, en Rotterdam toda mi atención y energía se concentra en cumplir las jornadas de cinco, seis o siete películas al día.
Encerrarse en un cine de nueve de la mañana a pasada la medianoche no es nada especial. No soy el único que lo hace. Es lo que corresponde a los ciudadanos de esa nación que no tiene fronteras pero que existe y late bajo el fervor del cine, nación formada por gente que vive pendiente de las últimas películas de los viejos maestros y de las primeras películas de nuevos nombres, gente que vive armando horarios desde semanas antes del festival de turno (sea Rotterdam, Mar del Plata, New York), gente que, apenas aterriza a una ciudad, desconocida, lo primero que hace es dejar la maleta y lo segundo es consultar qué hay en el cine más cercano.
En mi experiencia personal, no hay cinefilia como en Rotterdam. Es aquí donde sales de un cine corriendo, luego de ver la última de Shinya Tsukamoto, para llegar a otro cine y ver una película propagandista rusa de los años veinte. Es aquí donde Tony Rayns o Chris Fujiwara presentan películas de Hou Hsiao-Hsien y Edward Yang y luego se quedan a debatir contigo sobre las obras. Es aquí donde críticos de todo el mundo proponen una película secreta que les apasiona y llenan salas en cada función. Es aquí donde en la puerta del cine te entregan chicles para que mastiques y no te dé epilepsia mientras asistes a una performance con Bruce McClure.
Desde luego no todo es tan brillante como lo menciono. Hay debilidades y la principal es, sin duda, su competencia oficial. Siempre aparecen ahí obras más que cuestionables que no sabes cómo entraron. Siendo la sección que concita la mayor atención en un festival, es un tema preocupante. De ahí que para muchos medios enfocados sólo a las competencias, Rotterdam sea un festival que no merezca mucha atención. Pero quedarse en ese juicio es de medios sensacionalistas y de miradas cortas: aquí se descubren verdaderas joyas que pueden terminar alimentándonos durante todo un año o incluso más. A algunas de esas joyas me refiero a continuación.
II
Si el cine es el arte donde mejor se puede manifestar el paso del tiempo, Le paradis (Alain Cavalier, 2014; fotos de arriba) debe estar entre las obras imprescindibles en este aspecto. En su última película, Cavalier mantiene señas de su cine, aquél que va desde los años sesenta hasta películas cumbres como Thérèse (1986). Ese romance con la piel y con los ojos a través de los primeros planos de rostros juveniles y carismáticos, esa economía de los elementos para una puesta en escena minimalista pero más expresiva que cualquier gran producción. También en Le filmeur (2005) ya éramos testigos del gran amor que surgía entre lo filmado y aquél que filma. Cuerpos, objetos y formas eran captados (y tocados y acariciados) por la cámara de Cavalier. Amor sereno o agitado, pero amor al fin y al cabo. Aunque se ha dicho que Le paradis es una depuración en el estilo de Cavalier, creo que lo más correcto sería pensar que el cineasta y el Cine (en mayúscula) han convergido en un punto donde ambos se sienten más libres uno con el otro: el mundo digital. Cavalier y su camarita recorren la vida y la muerte como quien sale de picnic y entonces sólo queda pensar que el digital se ha creado para que personas como Cavalier hagan sus mejores películas.
A propósito de maestros: Natural History de James Benning (foto anterior). Es la primera vez que veía un Benning en pantalla grande (deuda personal a causa de vivir en medio de vimeos) y la experiencia no pudo ser más agradable. Benning posa la cámara sobre los animales disecados del museo, pero también sobre los pasillos y depósitos del mismo. En medio del estatismo, surge el movimiento, el ruido, la vida cotidiana. El ave está inmóvil, pero su sombra parece modificarse, aletear. Por ello resulta magnífica la vitalidad de sombras y vestigios de los cuerpos disecados. Por ello, una vez muertos, resultará que nuestros cuerpos serán más interesantes que nosotros.
III
Rotterdam también es punto de encuentro de nombres que van abriendo senderos inéditos dentro del paisaje cinematográfico contemporáneo. Sin aún ser considerados “maestros”, tampoco son descubrimientos en sí. Se trata de confirmaciones, resurgimientos o cineastas que dan pasos adelante en su obra. Es aquí donde llegan cada año los nuevos trabajos de nombres como Ben Russell, Eric Baudelaire, Kevin Jerome Everson, Khavn de la Cruz, Midi Z, Jodie Mack, Johann Lurf y más. El festival es punto de encuentro y celebración para todos ellos y los demás somos el coro griego que estamos cerca para disfrutarlos y acompañarlos.
Una de esas confirmaciones es Zvonimir Juri?, director de la gran The Reaper, película que va revelando una sociedad traumada gracias a una narrativa segmentada y delicada, pero resultado de una potente e impecable puesta en escena. The Reaper es una de las mejores películas del 2014 pero aún así no se ha visto en muchos sitios. Sus personajes son tan complejos como el protagonista de Li Wen at East Lake, de Li Luo, retrato sosegado de la China actual que sepulta sus zonas naturales bajo condominios al por mayor. Esto produce choques generacionales que se traducen en discusiones irreconciliables sobre lo que conviene a una sociedad contradictoria. Y todo ello registrado en una atmósfera de calma y melancolía. Los directores de The Blacks (Juri?, 2009) y de Emperor Visits the Hell (Luo, 2012) se confirman como nombres a seguir aún más de cerca.
Mención especial merece Jan Soldat, quien ya con Be loved (2010) y con The Incomplete (2013) daba señales de un cineasta único en su mirada y apasionado por personajes y situaciones delirantes. En su última película, The Sixth Season (premiere mundial en Rotterdam), Soldat alcanza refinados niveles de observación, de irrealidad y de humor. También de emotividad, pues el suyo es un cine que a otros ojos podría parecer locura o perversión, pero en sus ojos se denota comprensión y hasta ternura. Resulta que a veces las emociones (y el cine es emoción) tienen mayor autonomía cuando mayores son las cadenas que las rodean. El de Soldat es un cine surrealista. No surrealismo bajo ese concepto reducido con los años a lo extraño, lo bizarro, lo friki. Jan Soldat reposiciona el surrealismo recordando uno de sus significados clásicos: surrealismo es ver el comportamiento más honesto de las personas, sin que ellas sepan que están siendo observadas. The Sixth Season fue una de las joyas de Rotterdam.
IV
Siguiendo la no-línea del surrealismo, toca hablar de la mejor sección del festival. Se trata del programa “Signals: Really? Really”, cuyo curador fue nada menos que Olaf Möller. Si el nombre no les suena, ninguna descripción que pueda hacer aquí de él hará justicia. Decir que es uno de los más importantes críticos, investigadores o programadores de cine del mundo no le haría justicia. Tampoco hace falta. Basta señalar que, con más de veinte años publicando libros de cine y escribiendo para las publicaciones más prestigiosas en el mundo, charlar con él o atender una de sus presentaciones es una inyección de cinefilia perdurable. Con personas como él uno descubre el cine más refinado pero también el más perverso, y todo en medio de una camaradería sin igual, lo que hace la experiencia aún más excepcional. A diferencia de personas que llevan pocos años en el mundo de la crítica o de la programación pero ya pontifican y miran sobre el hombro a quien no comparta sus ideas, Olaf Möller mantiene la curiosidad de un niño, el humor de un joven y la humildad de un caballero.
Es en esta sección (“Really? Really”) donde participamos de sendos homenajes a cineastas de culto como Bore Lee (Croacia) o Ivan Cardoso (Brasil), directores relegados y renegados, outsiders de sus cinematografías, nombres que muchos tomarían como directores de serie B o ni siquiera eso. En Rotterdam, en cambio, son presentados como autores, en su acepción más completa. Imposible olvidar la locura que significó O bacanal do diabo e outras fitas proibidas de Ivan Cardoso (“La orgía del diablo y otras cintas prohibidas de Ivan Cardoso”, 2013), una película llena de vaginas, vampiros, rock, piezas vanguardistas y reflexiones sobre el cine. El primer plano de un ano que llena toda la pantalla grande, un ano que se abre y se cierra como si fuera una boca intentando hablar, provocó más de una arcada y no pocos aplausos. Sólo Ivan Cardoso podría tener a Bob Dylan como protagonista de su película. Por ello, que Olaf Möller se arrodillara ante él resultó el gesto más acertado de todo el festival.
Es también en esta sección donde encontramos quizás la mejor película del festival: Jesus – Der Film (1986), un proyecto producido por Michael Brynntrup, donde una veintena de directores y colectivos del underground alemán de los años ochenta se reparten los episodios de la vida de Jesús para recrearla en súper 8. El humor más desvergonzado quedará claro mencionando la escena inicial: María recibe la visita del Ángel Gabriel, quien le anuncia el nacimiento del Cristo. Toda la escena, llena de música sacra, resultaría normal si no fuera que el Ángel Gabriel es un pene gigante. En ese momento, la “Anunciación” cobra otro cariz. Un humor menor profano pero igual de sorprendente se encuentra en el fantástico regreso de Franco Maresco con Belluscone. Una storia siciliana (2014), retrato alborotador y casi infame de Berlusconi y los pueblos sureños de Italia. Y, como postre de la sección, el gran descubrimiento del festival: Bruno Sukrow, un cineasta alemán de ochenta y cuatro años que dedica sus días a hacer animaciones estilo Second Life (!) y de quien vimos su más reciente película: Anna (25 min, 2014). Con Anna quedó claro que, mientras la mayoría de jóvenes huele a rancio, los más viejos siguen siendo los más desvergonzados y los que arriesgan más.
V
La edición 2015 de Rotterdam estuvo marcada también por un aroma nacional difícil de esperar. Nunca habían llegado tres películas peruanas hasta aquí, dos de ellas teniendo su estreno mundial: Solos, de Joanna Lombardi, y Videofilia (y otros síndromes virales), de Juan Daniel F. Molero.
Solos es un paso adelante en la carrera de su directora. Aquí los planos fijos y la larga duración de las escenas no son fórmulas encorsetadas como se sentía en su ópera prima Casadentro, sino un horizonte que hace posible que los actores puedan respirar, dialogar y bromear con cierta libertad. La película se permite plantear un drama para luego extraviarse en el limbo, tal como sucede con sus protagonistas, y así dar saltos entre el juego y un proyecto derrotista. Dentro de una jornada festivalera, resultaba una película apreciable de ver para muchas personas. Personalmente, me aleja el tono tan limeño de los protagonistas, un rasgo que no soporto ni en la vida real, a amigos cercanos, ni tampoco en el cine.
Con Videofilia (y otros síndromes virales), Juan Daniel F. Molero se propone un objetivo muy complicado: explorar la desaparición del individuo, tanto a nivel interno como a nivel físico, a través de la sobresaturación de imágenes y sensaciones. Y lo consigue. Aquella investigación sobre la hibridación y contaminación audiovisual que estaba ya en Reminiscencias aquí avanza por otras rutas. También aquí aparecen personajes limeños, pero son de esa Lima secundaria, la de los jóvenes que juegan counter-strike en las cabinas de internet, la Lima de los chifas, del centro comercial Arenales, la Lima de cholotube. Es que no es una película sobre una ciudad sino sobre una generación. Película sucia, maligna y refrescante, Videofilia se distinguió rápidamente del resto de la selección oficial. Mientras otras obras todavía siguen presentando personajes silenciosos y solitarios que caminan por el campo (siendo ya 2015), Videofilia propone una ficción experimental valiente en su forma e insolente en su espíritu. Premiada con justicia, ojalá Videofilia consiga un buen estreno comercial para satisfacción de la joven cinefilia peruana.
Eso y más fue Rotterdam, un festival cinéfilo por excelencia. Tengo muchas ganas que llegue ya el próximo año y volver a encerrarme en sus salas. Pasar todo el día en el cine, viendo 5, 6, 7 películas, es también pasar el día ordenando la mente, creando proyectos. Ir al cine es pensar.
Fernando Vílchez Rodríguez
Ni una sóla mención al estreno de German Angst? En serio?
Mmmm en efecto, no, ni una, en serio.