El 15 de febrero de 1965, hace cincuenta años, apareció la primera edición de Hablemos de cine, la revista peruana que influyó tanto sobre la crítica de cine en América Latina.
Para recordarla, transcribo, con ligeras correcciones, el texto que publiqué en el libro 100 años de cine en el Perú. Una historia crítica, editado en 1992
El 15 de febrero de 1965 apareció el primer número de una revista mimeografiada que, en el curso de sus 21 años de existencia, llegó a convertirse no sólo en la primera del periodismo crítico peruano sino también en una cantera de críticos y cineastas.
Los fundadores de Hablemos de Cine fueron un grupo de jóvenes vinculados tanto por sus estudios en la Universidad Católica del Perú como por la pasión por el cine, forjada en sus frecuentes visitas a los cine clubes limeños de los iniciales años sesenta.
El nombre de la publicación trazó un programa: se buscaba discutir, disentir, mover el ambiente cultural con ideas renovadoras de la crítica de cine que estaban entonces en el aire del tiempo. La política de los autores; el descubrimiento y estudio del cine de los Estados Unidos, sobre todo en las vertientes que no habían sido sancionadas por la “alta cultura”; la puesta en escena como expresión de un punto de vista sobre el cine y la realidad; la exaltación de películas que, en resumen, y al decir de Truffaut, revelaran una visión del mundo y una concepción del cine. Tales fueron las líneas maestras de sus principios críticos, ejercitados como un “langage de coeur”, demostración de ese “arte de amar” que postulaba Jean Douchet -abanderado de la cinefilia parisina de comienzos de los años sesenta- como definición de la actividad crítica.
Se trataba, pues, de imponer, cueste lo que cueste, las virtudes de las películas que expresaran mejor las convicciones y el mundo de los autores intocables. Es decir, entre otras, Viaje a Italia (Viaggio in Italia, 1953) de Rossellini, Los invasores (Merril’s Marauders, 1962) de Samuel Fuller, Marcha de valientes (The Horse Soldiers,1959) de John Ford, La carroza de oro (Le Carrosse d’Or, 1953) de Jean Renoir, Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955) de Nicholas Ray, Anatomía de un asesinato (Anatomy of a Murder, 1959) de Otto Preminger. De ellas se habló con fervor en la revista y fueron el sustento de la programación habitual de los cine clubes que administraban sus miembros.
El hablar sobre cine era consecuencia de ver sin pausa, y con bastante prisa, todo tipo de films. Cottafavi y Godard, Mario Bava y Resnais, Richard Quine y Jacques Becker, eran nombres habituales para los lectores de la revista y para los asistentes al Cine Club de la Universidad Católica, programado por los miembros del comité de redacción inaugural: Isaac León Frías, director de la publicación, Federico de Cárdenas, Juan M. Bullitta (1944-1990) y Carlos Rodríguez Larraín (1945-1989).
Los postulados críticos de Hablemos de Cine provenían, claro, de los que logró imponer la revista francesa Cahiers du Cinema, filtrados por la visión peninsular, plena de energía ibérica, que se reflejaban en la más accesible, vistosa y conservadora revista Film Ideal.
Fue el entonces sacerdote agustino Desiderio Blanco el que introdujo en cursos de divulgación y seminarios escolares y universitarios, los rudimentos de la politique des auteurs y los fundamentos de la transparencia de la imagen y el realismo fenomenológico como criterios para la apreciación y la práctica fílmicas. Sus enseñanzas fueron el abono de las convicciones de Hablemos de Cine: las ideas expresadas en una película debían ser hallazgos de la puesta en escena y no del montaje o producto del diálogo. Los autores de las películas no eran los que las escribían sino los que las realizaban; en consecuencia, la sustancia de un film no se hallaba en su “tema”, sino en las imágenes, su tratamiento, en su disposición formal y estructural.
Los veinte primeros números de Hablemos, todos mimeografiados, fueron textos de combate, destinados a conmover las asentadas convicciones de los asiduos cineclubistas, proclives al plúmbeo cine de Zinneman, Stanley Kramer, Jean Delannoy o Jean Paul Le Chanois, pero también a refutar las opiniones y afirmaciones de los críticos de cine de los diarios de entonces. Alfonso Delboy, Hugo Bravo, Percy Gibson, diestros en reordenar las informaciones de los materiales de prensa y en sentenciar con ironía –como Delboy-, desinformación o desdén, hallaron en los redactores de la revista a encarnizados contradictores.
Hablemos contestaba las intenciones piadosas y los temas “significantes”; recusaba el teatro filmado; apostaba por los géneros híbridos o bastardos; combatía toda sobreestimación de la “técnica”; elogiaba al peplum y al menospreciado western; valoraba las rupturas de tono, la mezcla de géneros, los films “enfermos”. Exigía que el director fuese capaz de proyectar su personalidad y convicciones y postulaba que todas las películas, como las de Godard analizadas por Peter Wollen, debían conjugar riqueza conceptual, belleza de imagen y verdad documental. Y mejor aún si, para lograrlo, el cineasta proponía al espectador una experiencia casi de tipo sensorial, en la que la cámara, sus movimientos y el ajustado montaje invitaban a la fruición cinética.
Eso explica el amor de los redactores por las cintas centradas en la travesía de un personaje que se transforma en el itinerario físico, que es también el curso del relato. Como en los esenciales westerns de Anthony Mann, como en Vértigo (1958) de Hitchcock.
La segunda etapa de Hablemos se inicia con el número 21 -abandonado el mimeógrafo, es el primero que sale de una imprenta e incluye fotos—, editado en enero de 1966, y se prolonga hasta la edición 62 de 1972.
Fue el período de la incorporación de colaboradores extranjeros. Franceses como Bertrand Tavernier o Michel Ciment y españoles como Jesús Martínez León, Vicente Molina Foix, Miguel Marías, Manolo Marinero. Ellos aportan valiosos textos para el diccionario de realizadores norteamericanos que la revista publica en ediciones sucesivas entre los números 39 y 46. Profesión de fe americanista que camina en paralelo con una revisión de la obra de cineastas europeos poco apreciados en la etapa inicial. Bergman y Buñuel, antes recusados, eran son objeto de atención y análisis.
Pero esos fueron también los años de la apertura a ese cine latinoamericano que se revela para los redactores con la fuerza y la vitalidad que lució en el Festival de Viña del Mar de 1967. Enganchados a un presente turbulento, a prácticas cinematográficas que se proponían como modelos excluyentes, a proposiciones dogmáticas que dividían el cine mundial en categorías ternarias, Hablemos pierde la virginidad y el espiritualismo de las afirmaciones bazinianas, para dar lugar a la polémica y la discusión del Cinema Novo, del cine argentino militante y apreciar el cine cubano de la agitación documental.
No obstante, la línea crítica madura en la continuidad y en las páginas de la revista coexisten la admiración por películas que encamaban las más diversas y hasta opuestas filosofías de la representación. Es decir, por Antonio Das Mortes (de Glauber Rocha, 1969) y por La pandilla salvaje (The Wild Bunch de Sam Peckinpah, 1968); por San Bernardo (Sao Bernardo de Leon Hirzman, 1971) y por Río Lobo (de Howard Hawks, 1970); por Memorias del subdesarrollo (de Tomás Gutiérrez Alea,1968) y por El amargo fin (The Happy Ending de Richard Brooks, 1969).
Tal fue la virtud de Hablemos. Conservó la diversidad de las preferencias y lo plural del gusto, rehuyendo el eclecticismo nivelador y las concesiones al gusto promedio. No cedió a las consignas tercermundistas, aun cuando algunas formulaciones de la intolerancia encontraron cabida en sus ediciones, aunque en calidad de información y sin comprometer la opinión del Consejo de Redacción, al que fueron uniéndose Pablo Guevara, Antonio González Norris, Marino Molina Cabada, César Linares, Francisco Lombardi, Nelson García, Mario Tejada, Ricardo González Vigil, entre otros.
Luego vino la experiencia de la “modernidad”, fruto del encuentro de los redactores con la “Teoría Cultural”. El fermento de las lecturas de Barthes, Lévi Strauss o Metz se manifesta en los atisbos semiológicos de los primeros años setenta, época del inicio de la tercera etapa de Hablemos, inaugurada con el número 65, de 1973, de periodicidad anual en los primeros tiempos, y de disgregación y luego recomposición del equipo fundador.
Fue la época del ingreso de los nuevos colaboradores, José Carlos Huayhuaca, el colombiano Andrés Calcedo, Reynaldo Ledgard, Augusto Tamayo San Román, Constantino Carvallo, Guillermo Niño de Guzmán, Ricardo Bedoya. Los textos ganan en extensión, densidad y especialización. Se abandonan pronto los estándares lingüísticos, pero se mantiene la percepción de las películas como un complejo formal, dramático, significativo, como una estructura coherente que es preciso analizar. Se multiplican los ensayos y las entrevistas. Herzog, Saura, Polanski, Jancsó, Schrader, Rohmer, son interrogados exhaustivamente, en entrevistas exclusivas. Se analizan y admiran los “cantos de cisne” de los viejos maestros: El últímo secreto de Sherlock Holmes (The Private Life of Sherlock Holmes, 1970) y Fedora (1978) de Billy Wilder, El hombre que burló a la mafia (Charley Varrick, 1973) de Don Siegel, El hombre que sería rey (The Man Who Would Be King,1975) de John Huston o Más allá de la gloria (The Big Red One, 1980) de Samuel Fuller. Pero también se deja constancia crítica del surgimiento de los grandes cineastas de lo que entonces era aún el futuro (Scorsese, Wenders, Allen).
De pronto, los miembros de la revista deciden imprimir una última edición, que no llega a ver la luz. En setiembre de 1986, luego de 21 años y 77 números publicados, Hablemos de Cine deja de aparecer.
Los motivos de la extinción fueron, entre otros, la inflación desbocada, el incremento de los costos de edición, cierto desaliento extendido entre el equipo de redactores y su decisión de pasar a otra cosa o dedicarse con exclusividad a labores que desarrollaban desde antes: la realización cinematográfica en algunos casos; la crítica periodística en otros; el trabajo de archivo y filmología; la docencia; proyectos personales, alejados del cine, en más de un caso.
El cine peruano, su existencia y desarrollo, fueron preocupaciones constantes de Hablemos. La revista, desde sus primeras ediciones, señaló la necesidad de contar con el amparo legal suficiente para que el cine nacional no estuviera librado a las reglas de un mercado que sólo admitía las coproducciones con México o las cintas puestas al servicio de la figuras de la TV. Polemizó luego con Armando Robles Godoy, cineasta de la imagen por la imagen, arrogante y orgulloso de sus significantes, posición contrapuesta a la de Hablemos, para la que el rigor de toda escritura cinematográfica pasaba por cierta austeridad de la forma y por dar cuenta, a la manera de un reporte casi meteorológico, del temple y consistencia del mundo exterior. Criticó la Ley de Promoción a la Industria Cinematográfica en el momento de su promulgación. Señaló como sus defectos o carencias, la inexistencia de un organismo apto para regular su aplicación y la ausencia de los mecanismos financieros necesarios para asegurar la producción de largometrajes, sustento de una actividad permanente del cine peruano.
En sus ediciones aparecieron entrevistas – algunas tensas y ásperas con realizadores de cortos y largos, como Federico García y Francisco Lombardi – que participó también del Consejo de Redacción, y se dio cuenta crítica de las circunstancias y películas del cine nacional hasta 1986.
La política de autores, caballo de batalla del primer Hablemos, forma parte ya del conocimiento general. Lo mismo ocurre con la percepción de determinadas exigencias de calidad y criterios que introdujeron Hablemos de Cine y la labor periodística de algunos de sus miembros. En cierta forma, y con el transcurso del tiempo, la opinión de la revista dejó paulatinamente de ser una actividad heterodoxa para insertarse en lo que es una tendencia creciente en el campo de la crítica y el estudio del cine en los años noventa: la gradual institucionalización de lo que alguna vez fue una suma de inconformismos. Hecho que, a su vez, quizá sea reflejo de la amplitud y solidez actual del campo de conocimientos adquiridos por la crítica, la teoría, el pensamiento sobre el cine frente a la fragilidad y debilidad conceptual o teórica de sus inicios. O la respuesta inconsciente a ese deterioro del debate crítico sobre la cultura en el Perú, perceptible en los últimos años.
Urgidos por la necesidad de sobrevivir, los cineastas, aquellos que hacen del cine una práctica, parecen haberse despreocupado de “pensar” los filmes e incluso de verlos y estudiarlos. Se han cortado los puentes entre teoría y práctica. La reflexión sobre el cine apenas si se mantiene ahora en el ámbito restringido de la enseñanza – volcada a la preparación técnica de realizadores o técnicos- o de la crítica periodística, siempre insuficiente, dirigida a un auditorio que prefiere guiarse en sus elecciones por los incentivos inmediatos de la publicidad. El pensar y escribir sobre cine en el Perú se ha convertido, como nunca antes, en una actividad dispendiosa, inútil, para nada utilitaria; en una labor, literalmente, sin objeto, si consideramos la magra calidad de las cintas que se importan para su exhibición comercial en el país.
La desaparición de Hablemos de Cine fue síntoma y consecuencia de todo eso. Cumplido un ciclo, decidió acabar con ese discurso a muchas voces que fue su existencia.
Queda pendiente la interrogante de si en los años “post”, en la era del video y la televisión de alta definición y de la exhibición bajo comando electrónico, hubiera retomado las exigencias que se planteó una y otra vez.
Ricardo Bedoya
Ricardo, creo que valdría la pena organizar al menos una mesa redonda en la que, con críticos más jóvenes -desde Emilio Bustamante hasta Enrique Vidal o Nicolás Carrasco- se pudiera dialogar en torno a los aportes de la revista y de lo que puede significar hoy en día. Se puede hacer en el C.C. de la PUCP o en la sala Ventana Indiscreta, en el CAFAE. O en algún otro.
Hola Chacho
Estoy de acuerdo, pero me temo que va a ser difícil porque no se puede obtener la revista. Y desde aquí hago una crítica y un reproche que te he formulado muchas veces: hace mucho tiempo que la colección de Hablemos de cine debió haberse digitalizado y puesto al alcance de los interesados a través de la red.
Al no existir esa posibilidad, los más jóvenes apenas si conocen algunos números sueltos de la revista.
Ricardo Bedoya