“Colosal”, de Nacho Vigalondo, tiene a Anne Hathaway como protagonista y productora ejecutiva. El perfil de la película corresponde al de un proyecto más bien exiguo en recursos y realizado en clima de complicidad. Sabemos que Vigalondo ama el cine fantástico y aquí ha encontrado la “partner” que le permite homenajearlo.
“Colosal” tiene la apariencia de un cuento simple e ingenuo. El personaje de Anne Hathaway carga con problemas personales y de pareja. Decide regresar al pueblo de su juventud. Ahí se reencuentra con un viejo amigo que la acoge. Al mismo tiempo, a miles de kilómetros de distancia, en Seúl, un enorme monstruo causa pánico y destrozos. Una extraña comunicación se establece entre el monstruo y la muchacha.
A diferencia de “La llegada”, que mostraba a Amy Adams encontrando un código de signos para entablar el indispensable “diálogo” con los visitantes extraterrestres, “Colosal” no tiene ambiciones de trascendencia. Con su pinta de filme fantástico de bajo perfil, las acciones muestran a una mujer tratando de superar adicciones y traumas mientras ensaya la forma de pacificar a un monstruo, salvar a una ciudad y, de paso, a toda la humanidad que, tal vez, se encuentre expuesta a un peligro inimaginable.
Ahí radica la originalidad de “Colosal”. En convertirse en una metáfora de la creación cinematográfica sin tener que impostar la voz ni darse ínfulas mayores. Apostando al género, así como lo hizo “Ventana indiscreta”, de Hitchcock, que es el más acabado retrato del creador cinematográfico, y de las tareas, que cumple sin dejar de ser un thriller fascinante.
La protagonista cumple su tránsito terapéutico pero también se convierte en la consumada guionista y realizadora de una “película” asiática de monstruos y robots, ambientada en Corea del Sur, del tipo “Godzilla” o “The Host, monstruo depredador”. Actuando por control mental, a larga distancia, diseña las pautas del comportamiento del ser y le marca sus movimientos, trayectorias y gestos. Modela el tratamiento y organiza la “puesta en escena” en el escenario apocalíptico.
La autora total de la fantasía de destrucción –de autodestrucción y redención personal- se convierte también en una súper heroína que no necesita vestir el traje de tal. Y lo hace luego de convocar a un villano de carne y hueso que comparte con ella el dolor de la infancia. Es el antagonista que necesita para librar la batalla decisiva.
La “película” de monstruos coreana teledirigida desde el suburbio norteamericano podría dar pie a otras lecturas (sobre las influencias transnacionales en el cine fantástico de hoy; sobre la intertextualidad, la metaficción y la “puesta en abismo”, entre otras), pero mejor es celebrar su costado lúdico, celebratorio y evocativo: en las figuras de los seres enfrentados en las calles de Seúl se reconocen las siluetas de Godzilla, de Rodán, de Mothra, de Gamera, entre tantos otros personajes formidables del “fantástico” asiático.
Ricardo Bedoya
Esta película tiene originalidad en su concepción. Si se escribiera una novela y el autor eligiera el estilo y narrativa adecuados, podría ser un suceso literario. Pero la puesta en escena me resulta insípida y forzada. No me atrae como drama psicológico ni como comedia, peor aún como película de monstruos. Y no es que me gusten los convencionalismos, simplemente creo que Vigalondo no la supo hacer.