Escapada, de Alice Munro, por Rogelio Llanos Q.

Las obras de la escritora canadiense Alice Munro, Premio Nobel de Literatura, han sido adaptadas al cine más de una vez. Sarah Polley y Pedro Almodóvar lo han hecho, así como otros realizadores.  Rogelio Llanos envía este comentario al relato Escapada (2005), de Munro.

 I.

El universo que Alice Munro recrea en su cuento Escapada es esencialmente femenino. Encantador y doloroso, al mismo tiempo. Sus protagonistas principales son mujeres, a las que encontramos en medio de su vida rutinaria, compartiendo aburrimiento y soledad, y emprendiendo, de pronto, la aventura de una ruptura de normas, costumbres y comportamientos tradicionales. Pero como toda aventura, la experiencia oscila entre la esperanza y el riesgo del fracaso. En tal universo, la presencia del hombre sirve de detonante de las pulsiones acumuladas a lo largo del itinerario vital de las protagonistas.

La historia que cuenta Escapada es la de Carla, una muchacha casada con un hombre del que ya se hartó y del que, de pronto, desea huir. Carla encuentra en Sylvia el apoyo que necesita para realizar su plan de fuga. Iniciado el viaje que la aleja de su hogar, Carla es presa de dudas. Y, entonces, decide retornar.

Escrito con sencillez y elegancia, en Escapada se instala el misterio desde sus primeras líneas. Sylvia Jamieson retorna de su viaje a Grecia. Camino a casa, pasa frente al hogar de Carla y Clark. Carla se intranquiliza, se pregunta si Clark se habrá enterado ya de la llegada de Sylvia. Pronto, Carla la irá a visitar y, tras ayudarla en las labores del hogar, vendrá la confidencia. Así, con trazos muy rápidos y con una gran inclinación hacia el detalle, Alice Munro nos presenta a sus protagonistas y los sitúa con mucha naturalidad en un paisaje geográfico que modela lo cotidiano y da lugar a una rutina en medio de la cual se debaten las inquietudes y las preocupaciones de sus personajes. 

Al mismo tiempo, la autora, dueña de grandes recursos literarios que se plasman en breves y profundos relatos sobre el alma femenina,  crea, en medio de la dinámica propia de la vida diaria, tensión y misterio. Pero no siempre ese misterio es posible de ser resuelto. Y es que los enigmas e incertidumbres que se generan en el curso del relato  tienen que ver esencialmente con los comportamientos (a veces extraños, a veces convencionales), las decisiones (no siempre las mejores) y las ilusiones (siempre fascinantes, y casi siempre perdidas o a punto de esfumarse) de las mujeres que la escritora convoca para revelarnos parcelas poco transitadas del alma femenina.

 Para ello, la autora  acude a la descripción precisa de las interrelaciones, complejas e intensas, de sus personajes  – en algunos casos, siente la necesidad de volver a ellos en otras narraciones- así como  al aplicado registro  de sus gestos y actitudes, banales en apariencia. Sin embargo, para la escritora, cada movimiento de los seres que pueblan su universo cuenta muchísimo en el desarrollo del relato, y cada gesto o cada expresión descrito con pinceladas sutiles y certeras,  en la rutina diaria o en medio de uno de sus conflictos, permite definir de manera oportuna y eficaz el carácter de unos personajes que no por comunes o vulgares, dejan de ser auténticos.

Y es que las historias de Alice Munro tienen un origen en la propia experiencia, como ama de casa, madre de tres hijas y trabajadora a tiempo parcial en una librería. Su acusada sensibilidad femenina, su exploración de ese mundo sujeto a un orden patriarcal y del cual no resulta sencillo escapar han hecho posible que, convirtiendo la noche en día, lleve adelante una fructífera carrera como escritora. Iniciada allá por 1971, la autora, con sencillos y delicados trazos, nos cuenta anécdotas basadas en  la experiencia diaria de unas mujeres cuya mediocre rutina de pronto adquiere otra dimensión bajo su mirada comprensiva y profunda que, irremediablemente, convoca al lector y establece con él una amable relación de complicidad.  Y es que la escritura de Alice Munro tiene el pulso y la brevedad de la vida misma. Y, por ello, precisamente, su obra resulta entrañable, inolvidable.

La autora siempre supo que la novela le era ajena. Desarrollar tramas extensas nunca fue lo suyo. La historia corta, focalizada en un pequeño motivo, le permite en cambio concentrar la acción y revelar allí el sentir del alma femenina. Pero, en algunos casos, el cariño por los seres creados en esos relatos la lleva inevitablemente a volver a ellos en otras historias, también breves como apasionadas. Pero sería forzado decir que el conjunto conforma  una novela o es un esbozo de ella.

No, a Alice Munro le fascinan esas pequeñas historias, que van labrando una vida, como si de armar un mosaico se tratara. Cada pieza es independiente, única y con comienzo y final, aun cuando este final sólo sea una suerte de pausa antes de que otro episodio o anécdota tenga lugar en el derrotero de sus protagonistas. Sin embargo, no hay un hilo conductor entre estas historias cortas. Si hubiera un misterio por resolver, este se encara dentro del mismo relato. El siguiente abordará otro asunto. En todo caso, nos mostrará una faceta adicional o desconocida de sus personajes. Y siempre con un ritmo sosegado, apacible, que le permite, además, detenerse en detalles aparentemente insignificantes, pero que van tejiendo una trama en la que se fusionan armoniosamente seres y paisaje, hombres y naturaleza.  

II 

Escapada empieza en el verano. Es un verano lluvioso, gris y ventoso. La casa y los alrededores del pequeño pueblo rural donde transcurre la historia han sido afectados por el mal tiempo. Clark hace algunos arreglos a la casa para que pueda resistir el embate de la naturaleza. Munro sugiere –como suele hacerlo Conrad en sus cuentos y novelas – la existencia de un conflicto humano a través de la alteración de la armonía del paisaje físico. La vuelta a esa armonía es un proceso arduo que se debate en el intento de supervivencia de las mujeres frente a una ruptura emocional o afectiva. En la obra de Alice Munro, la alteración del entorno y el desequilibrio del paisaje, nos alertan acerca de la conducta de los personajes y, al mismo tiempo, nos sugieren la el derrotero de las protagonistas del relato.

Clark intenta evitar el deterioro físico de la casa que habita. Pero él no puede evitar su decadencia moral. Su mal carácter y sus impulsos autodestructivos lo llevan a enfrentamientos inútiles con la gente de su entorno. A través de esas peleas con sus vecinos, Munro pinta con meridiana claridad el carácter violento e intolerante del hombre con el que Carla comparte su vida. Dentro del universo femenino de Munro, el hombre es el elemento distorsionante, discordante, conflictivo.

Hubo un tiempo, sin embargo, en que la complicidad reinó entre Carla y Clark. En que el diálogo y el deseo existieron. Una mirada retrospectiva sitúa a los personajes en la época en la que vivía el marido de Sylvia Jamieson, la vecina de la pareja. Ellos, en esos tiempos, sólo sabían que la señora Jamieson era profesora de botánica y que él era poeta. De manera sorprendente, Carla le contó alguna vez a Clark, que el marido de la Sra. Jamieson,  la había invitado a entrar, con gestos lascivos, a su habitación. La ironía de Munro, entonces, aflora de inmediato: “Ahh, los poetas tienen sus debilidades”. Y Clark le preguntaba a Carla por los detalles. Ella aceptaba contárselos. ¿Gozaban ambos con esas historias? ¿Se motivaban ambos regodeándose en los detalles de ese comportamiento más inventado que realizado? A la muerte de Mr. Jamieson, más allá del juego perverso, Clark sugiere la posibilidad del chantaje a la viuda. Clark no sólo es conflictivo y belicoso, es, en apariencia, también un hombre de pocos escrúpulos.

Tras la muerte de Mr. Jamieson, la presencia de Carla se torna esencial para la viuda. Es un gran apoyo para las labores físicas de limpieza y orden, pero es también el soporte amical para la confidencia y la compañía en las horas de soledad. La relación se estrecha aún más cuando Carla decide confesar su deseo de escapar del hogar que la arrincona, que la aprisiona, que la somete.

El paisaje circundante contribuye a perfilar mejor el estado de ánimo de los personajes, y al mismo tiempo nos da algunas pistas para entender su comportamiento o su destino. La autora describe con minuciosidad el ambiente en el que habitan sus protagonistas: el hogar, el ámbito rural, el oficio que desempeñan, el cariño por los animales. Ningún elemento incluido en la descripción del lugar es gratuito. Todos cumplen una función precisa como si fuera un mecanismo de relojería. Con Carla y Clark, vive Flora, la pequeña cabra mascota de la pareja, quien pronto desaparece y todos sospechan que se marchó obedeciendo al llamado de la naturaleza. Muy sutilmente, Alice Munro establece así un paralelo entre lo que ocurre con la mascota y la decisión que Carla tomó en algún momento siguiendo ese impulso vital de correr tras el amor, pero también nos sugiere su posterior intención de huir de ese mismo hogar que alguna vez lo pensó como su refugio final.

Y es que la reacción de sus personajes obedece en algunos casos a impulsos primitivos, impulsos que al no ser sopesados adecuadamente dentro del contexto en el que se mueven dan lugar a situaciones que no siempre les son favorables. Pero esta información nos es brindada de manera natural y sencilla, como si se tratara de una mera coincidencia. En ningún momento, Alice Munro intenta acudir a la metáfora, a lo simbólico. La presencia-ausencia de Flora está plenamente integrada al relato.

Como integrados al paisaje en el que viven están todos los demás personajes, cuyo derrotero vital es regido o moldeado por ese entorno en el que desarrollan sus actividades habituales. Pero Carla y Sylvia son conscientes también de las limitaciones que el medio determina. Sienten necesidad de salir del medio en que viven, pero el retorno, no sólo no está descartado, sino que  está también dentro de sus planes de vida, pensado, reflexionado – Sylvia y su retorno de Grecia- como también bajo la forma de un arrebato, de una descarga emocional -Carla y su llamada telefónica salvadora al marido para que la lleve de retorno al hogar-. La búsqueda de nuevos horizontes para estas mujeres, son en realidad pequeños sueños que motivan fugas simuladas o son esencialmente caricaturas de un sentimiento de libertad asociado a un estado de ánimo en el que se entremezclan deseos contradictorios de estar lejos del hogar y de volver a la rutina tranquilizadora.

En la decisión de huir del hogar limitante, Carla encuentra la solidaridad en Sylvia, y se establece entre ambas una suerte de pacto tácito que le permitirá a Carla poner el pie en el estribo del bus que la debe alejar de su prisión.   Tal acuerdo viene a ser el momento más intenso de la relación entre las dos mujeres: solidaridad con la amiga desesperada, pero también confusión de roles que llevan a mezclar erróneamente  los anhelos y e ilusiones de ambas mujeres. Y todo ello con prescindencia de cualquier atisbo de sentimentalismo.

Por su parte, Carla, temerosa de decepcionar a su amiga Sylvia, empieza a establecer con ella una dependencia afectiva. Munro alude a esta nueva dependencia de Carla dando una serie de pistas: Carla acepta vestir la ropa de Sylvia, el pasaje del viaje es pagado con el dinero de Sylvia, Carla utiliza el cuarto de baño de su amiga para ducharse. Todas las acciones que Carla lleva a cabo están encaminadas a borrar el pasado reciente y doloroso y a ilusionarse con su nuevo futuro en el cual Sylvia cumple un papel protagónico. De manera consciente o inconsciente Sylvia invade así la intimidad de su amiga , organiza su huida, y está al tanto de sus movimientos.

El conflicto personal deviene, además, en un conflicto social. Munro describe a través de las actitudes de sus personajes, su deseo de ruptura de un orden  viril que representa el bienestar y el equilibrio dentro de una organización social proclive a aceptar y fomentar la rigidez emocional del hombre, al mismo tiempo que repele todo atisbo de rebeldía femenina.

Si su primera escapada del hogar paterno, en búsqueda de la libertad anhelada, derivó exitosamente en la unión  con un marido gruñón, desconsiderado y conflictivo, su segunda escapada se estrelló, más bien, contra la convención, la costumbre, la seguridad  y el temor al quiebre de la norma social.  En el universo de las protagonistas de Alice Munro el amor cumple un papel esencial: las arrastra, las golpea, las ilusiona. Las protagonistas sufren y gozan al mismo tiempo, son víctimas, pero también victimarias. Los relatos de Alice Munro nos ponen en contacto directo con la naturaleza humana.

Carla retorna a su hogar, a los brazos de un hombre al que ya no ama como antes.  Su retorno obedece, más bien, a la inquietud que le causa una soledad insoportable, al temor de enfrentar nuevas situaciones para las cuales no se siente dispuesta, a la ciega comodidad de la estéril rutina. Y, en fin, las trampas inevitables: la  nostalgia y los recuerdos deformados por el prisma de una realidad que súbitamente aparece dotada de dulzura y atractivo.

Y, entonces, nada de aquello que motivó el impulso de huir fuera de los linderos del hogar prisión existe ahora. La carta conciliadora que la señora Jamieson le escribe, teñida de matices esperanzadores, es abrasada por el fuego, y el desprecio. El apoyo que la Sra. Jamieson le dio en su momento de desesperación ahora no es sino el recuerdo de un momento de debilidad que es preciso olvidar.  La rutina del trabajo diario es ahora el refugio inevitable de un ser que ya renunció a su libertad de elegir. El amor conyugal deviene, entonces, en  una puerta de escape para no pensar con dolor que la ilusión del descubrimiento llegó ya a su final.

Y mientras tanto… la vida sigue su curso… con su sarcasmo y su crueldad. Indiferente ante la desesperación y la angustia de los pequeños seres que pueblan este mundo aparentemente tranquilo y armonioso y, en realidad, a la sombra de tantas intimidades fracasadas, tan inquietante como conflictivo. Los relatos de Alice Munro siguen un derrotero impredecible: como la vida misma, es imposible conocer lo que el destino tiene reservado a sus protagonistas.

Lima 4 de mayo de 2016

Rogelio Llanos Q.

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