En “El otro hermano”, Israel Adrián Caetano recorre temas y estilos que expuso en “Un oso rojo”, una de las películas argentinas más importantes de la década pasada. La ambigüedad moral se instala en espacios que funcionan a partir de sus propias leyes, con personajes que conviven en la ilegalidad. La violencia seca irrumpe en ellos para acabar con cualquier resquicio de orden.
Si en “Un oso rojo”, esos lugares se encontraban en las zonas urbanas marginales de Buenos Aires, aquí los hallamos en un pequeño pueblo de la provincia argentina. Hasta allí llegar Cetarti (Daniel Hendler), un funcionario público recientemente despedido que busca recoger los cuerpos de su madre y de su hermano, asesinados en un violento incidente. Lo ayuda Duarte (Leonardo Sbaraglia), quien parece manejar todos los asuntos del pueblo y que está enredado en una serie de actividades ilícitas. La relación entre ellos se torna cada vez más tensa hasta llegar a un punto en el que ya no es posible el retorno.
Caetano nos involucra en una tierra de nadie; lugar de violencias cotidianas y tensión permanente donde el crimen está institucionalizado y penetra en cada uno de los actos de la vida pública, hasta los más triviales o rutinarios, desde el reconocimiento de un cadáver hasta el trámite para sacar un seguro de vida. La trama narrativa policial se organiza en torno de pequeños detalles que parecen irrelevantes pero que van creando la atmósfera de descomposición ética en la que se mueven los personajes.
Los incidentes de la acción se cuecen en una olla a presión que arroja un vapor turbio y malsano. Hasta que estalla la violencia, que es seca, directa, palpable. Está en el aire que respiran los personajes.
Se ha escrito ya sobre la notable actuación de Leonardo Sbaraglia, que compone un villano campechano, que pasa de la sonrisa a la intimidación en un solo gesto, ese que hace imposible tener confianza en él.
El personaje de Hendler resulta también apasionante: es el hombre opaco que se ve arrastrado en una espiral de violencia, compartiendo la ambigüedad de su contraparte. En el cine de Israel Adrián Caetano no existen los maniqueísmos. El costado oscuro y la violencia que lleva consigo cada uno de los personajes están siempre a flor de piel.
Rodrigo Bedoya Forno