Entre los realizadores cinematográficos que han fallecido en meses anteriores, hay al menos dos de ellos, un hombre y una mujer, que merecen una referencia especial y no únicamente por razones de justicia estética, que también la merecen. Se trata del lituano-norteamericano (o mejor lituano-neoyorkino) Jonas Mekas y de la belga-francesa Agnés Varda. Primero porque su producción cubre una etapa muy prolongada de la historia del cine, prácticamente media historia: la de Varda se inicia con el largometraje La Pointe Courte en 1955 y la de Mekas en 1961 con el también largo Guns of the tree. Pero Mekas no llega al cine con esa película que codirigió con su hermano Adolfas, pues había fundado en New York la revista Film Culture en 1954, de enorme influencia en los predios del cine independiente de ese país que se empieza a gestar en los años siguientes, y luego desde 1958 escribe una columna en la reconocida publicación Village Voice. Pocos años más adelante, Mekas funda una Cooperativa de Cineastas Independientes que articula una parte muy significativa del movimiento que en esos años se gestaba en New York, y luego un archivo de películas que deviene con el tiempo en el Antologhy Film Archive, un ”santuario” de cintas independientes y underground.
El trabajo de Agnès Varda no tiene esa “militancia activa” que tuvo el de Mekas o no lo tiene en ese sentido “líder” que el cineasta nacido en Lituania le proporcionó a su rol en el panorama de la producción independiente y no sólo en la ciudad de los rascacielos en que se asentó, pues su “liderazgo” tuvo un alcance internacional mucho mayor como gestor de inquietudes y de posibilidades “residuales” ofrecidas por la estética fílmica. Pero a su modo, Varda va a ir ejerciendo sin proponérselo una suerte de docencia fílmica no por discreta menos relevante.
Luego de sus primeros años y de la incursión en unos pocos films de ficción, Jonas Mekas derivó a una línea documental que tuvo en la idea del “diario cinematográfico” su concreción más productiva y que es uno de los referentes fundamentales del cine en primera persona o de las autoficciones que abundan en estos tiempos (véase su notable Reminiscencias de un viaje a Lituania, de 1972). En cambio, la carrera de la directora de habla francesa alterna la ficción con el documental en una continuidad que casi no tiene parangón, sobre todo por su prolongada duración que alcanza los 64 años detrás de la cámara. Su última película Agnes par Varda se presentó este año en el Festival de Berlin, cerrando con trazos testamentarios una obra de más de 50 títulos entre cortos, largos y algunos pocos trabajos para la televisión. Agnes par Varda, justamente, fue producida para la televisión por Arte Francia y Cine Tamaris (la compañía de la directora y antes también del realizador Jacques Demy, su esposo, hasta su fallecimiento en 1990), pero su difusión en pantallas grandes se ha ido afirmando después de la muerte de la directora.
En ambos no hubo nunca encasillamiento. Mekas hizo de su actividad fílmica, que continuó con la cámara de video en los últimos años, una búsqueda permanente y no por el afán de innovación, sino por la necesidad de ir encontrando concreciones en una línea de trabajo no ficcional ajena incluso a los atractivos que puede ofrecer un material de carácter testimonial o polémico (como el de Michael Moore o el del mismo Errol Morris). Mekas no indagó en el reportaje ni en el retrato. Lo suyo fue una especie de acuarela poco vistosa en apariencia de momentos “débiles” o de situaciones no llamativas en esas escenas que registraba sin buscar lo que otros buscarían: el o los trazos “reveladores” dentro de las rutinas cotidianas. Mekas se apegaba a aquello que podía parecer marginal o insignificante. Allí estaba el objeto de su atención.
Varda, por su parte, hizo igualmente de la progresión de su obra un camino de tanteos, de aproximaciones distintas, aunque y de manera inevitable se encuentren en todas sus películas las huellas de un estilo en que el “ojo documental” está presente (incluso en el filón ficcional, desde Cleo de 5 a 7 hasta Sin techo ni ley), considerando ciertamente que fue en el documental donde la realizadora logró lo mejor de su obra y donde hizo la labor de “espigadora” (como lo enuncia desde su título Los espigadores y la espigadora, 2000) que probablemente la defina mejor que cualquier otro sustantivo que intente condensar lo más propio de su andadura en el campo de la creación fílmica.
Pero hay algo más, y que acerca obra y vida en los dos cineastas: ese magisterio, que así como atraviesa sus respectivas filmografías, así también marca sus recorridos en el campo del cine: un magisterio estético pero también ético, y este último no sólo al interior de sus películas, sino también como línea de conducta y propuesta de vida. Es un liderazgo moral que no está hecho de proclamas, declaraciones fuera de las películas, o de gestos ostensibles al interior de ellas. Un liderazgo no desde del centro, sino desde los márgenes aunque ellos no hiciesen de esos márgenes (salvo Mekas en sus primeros tiempos de joven combativo) una bandera reivindicativa. Ese es, me parece, el principal legado de estos cineastas que se hace especialmente defendible en estos tiempos en que el cine y el arte en general (pero también la política, la actividad empresarial, la cultura) se ven tan amenazados por intereses totalmente opuestos a esa vocación irrenunciable que mantuvieron por tantos años Jonas Mekas y Agnès Varda.
Isaac León Frías
Un dato para complementar el estupendo artículo de Chacho. Mekas y Varda llegaron a coincidir en la vida real. En sus Diarios de Cine, Mekas cuenta un encuentro que tuvo con ella cuando asistió a una accidentada exhibición de “Flaming Creatures” (1963) de Jack Smith en Bélgica. Mekas había llevado la película para hacerla competir en un festival de cine experimental, pero fue rechazada por el comité de selección preocupado porque pudiera entrar en conflicto con las leyes de obscenidad del país. Entonces Mekas realizó proyecciones fuera del festival en su habitación del hotel y Varda asistió a una de ellas.
Buen dato, Rodrigo!