¿Por dónde va el cine peruano? Algunas reflexiones al cerrar el 2013

 

 

Ya es un lugar común decir que el 2013 ha sido un año excepcional para el cine peruano, pero conviene ir un poco más allá del adjetivo para evaluar lo que el año ha significado en términos de un proyecto siempre en construcción.

Por lo pronto, y una vez más, hay que decir que el cine peruano no comienza en la primera década del siglo XXI como insinúan o mencionan algunos  (Castro Cobos o Pimentel, por ejemplo), con la única excepción previa de Armando Robles Godoy.  En una demostración de franca ignorancia, pasan por alto la obra documental de Manuel Chambi que, claro, ni conocen ni se han preocupado por conocer; tampoco conocen la obra en cortometrajes de Arturo Sinclair, Pablo Guevara, Jorge Suárez, José Antonio Portugal o Gianfranco Annichini, por mencionar sólo algunos de los más destacados, y en  la que seguramente se encuentra parte de lo mejor que se ha hecho en el cine peruano del pasado.

Como en un concurso de premios al por mayor (y lo hace en otros casos con una prodigalidad indigna de un crítico de cine mínimamente serio), Pimentel le atribuye carácter de obras maestras a los tres largos que hasta la fecha ha realizado Omar Forero, lo cual le sirve para hacer más clara su inquina en contra de los realizadores que se iniciaron con la ley 19327 (¡el cine anterior no vale: el de ahora vale y cuánto!), inventando (sí, inventando) un olimpo de obras maestras inexistentes, y no porque Chicama no sea una buena película, que lo es, y que los otros largos de Omar Forero sean también estimables, que lo son, sino porque el ditirambo es lo más negativo que se puede  enunciar de cara a la propia cinematografía. Jamás se había hablado en el Perú de obras maestras a propósito de ningún film local (para mí ninguno ha superado la calificación de 3 sobre 5, para decirlo de manera esquemática) y no se conoce en ningún otro país de la región (ni en Argentina, ni en Chile, ni en México, ni en Brasil ni en otros) tal profusión de calificativos de obra maestra a los títulos locales, aún siendo cinematografías con mayor historia y volumen de producción.

En realidad, estamos sin duda ante una nueva etapa en la evolución del cine en el Perú, que no ha comenzado el año que se está acabando, sino que viene de años anteriores y que se ha perfilado en el nuevo siglo. El acceso a las cámaras digitales es el gran detonante del fenómeno que ha producido y que explica , por ejemplo, que Farid Rodríguez haya hecho a los 20 años tres largometrajes. Antes del 2000 eso hubiese sido altamente improbable.

Lo que vemos aquí, por otra parte, se repite en otros países, en Uruguay o Ecuador, por ejemplo,  países casi sin tradición fílmica. La novedad del 2013 se ha dado entre nosotros, principalmente, por el enorme éxito comercial de ¡Asu Mare!, un proyecto pensado en función de las expectativas del público que funcionó mejor de lo que esperaban sus promotores. En segundo lugar está Cementerio General, casi un borrón de película de terror, beneficiada por una publicidad de tipo hollywoodense que resultó muy eficaz.

En esas películas se concentra un “cambio”, cuyas consecuencias se podrán comprobar en los próximos años. Con ellas se han activado mecanismos de marketing y publicidad que estaban ausentes en el cine peruano, incluso en propuestas que, como La gran sangre y Motor y motivo, aspiraban a llegar a ese gran segmento de público que va al cine con el simple propósito de la diversión pasajera.

¿Estamos ante el nacimiento de una industria?   No conviene lanzar globos al aire, como han hecho algunos, en una operación parecida a la que, desde otra orilla se hace al convertir en obras maestras a los títulos que postulan un nivel de exigencia que está, digamos, en el otro extremo de la facilidad comunicativa de títulos como ¡Asu Mare! y Cementerio General. Es aún muy prematuro hacer anticipaciones porque unos cuantos sucesos de taquilla no significan el acceso de una producción accidentada al nivel de la práctica industrial ni mucho menos.

Si bien las condiciones de producción se han flexibilizado bastante, el espacio de la exhibición es aún complejo y, sobre todo, insuficiente. El número de pantallas comerciales es todavía pequeño en el país y, salvo que se repitan con frecuencia los ingresos de ¡Asu Mare! (lo que es improbable), la mayor parte de las películas consigue, en el mejor de los casos, recuperar la inversión, si no es que la producción no está ya íntegramente pagada, como ocurre con los proyectos que se apoyan en premios y fondos de ayuda.  El frente extranjero sigue siendo esquivo, pese a que hay espacios de pantalla complementarios, pero no muy rendidores en términos financieros (televisión por cable, uno de ellos).

En otros palabras, así no se construye ninguna industria. La continuidad de la producción no es el único indicador de una práctica industrial sostenida. Por más que este año hayamos tenido trece estrenos (en rigor, diez en salas del circuito comercial limeño) y que se anuncien más de 20 posibles estrenos en el 2014, hay que ser prudentes y no por ello poner a sonar las campanas.

Una de las características del año que se va ha sido la variedad de la programación fílmica local. Al lado de películas “vendedoras”, se han estrenado otras de mucho menor rendimiento (a veces, muy escaso rendimiento) que dan cuenta de la persistencia de una expresión personal sin concesiones. Es el caso de las tres mejores que se han visto: El limpiador, de Adrián Saba, El evangelio de la carne, de Eduardo Mendoza, y Chicama, de Omar Forero. También debe citarse El espacio entre las cosas, de Raúl del Busto, un insólito estreno en pantallas de multicines, por su carácter experimental (lo que se llamaría una ficción fronteriza no narrativa) y, por tanto, de naturaleza minoritaria, más afín a las salas de arte, de las que carecemos.

Por otra parte, dos documentales de interés: Sigo siendo, de Javier Corcuera, que marchó bastante bien para lo que se puede esperar de un documental sobre música que no es un reportaje al uso ni se parece en nada a Sueños de gloria, ese largo film publicitario en torno a la marinera.  Y Desde el lado del corazón, de Francisco Adrianzén, que propone una línea de indagación en el pasado y en la experiencia política del país que merece ser trabajado con mayor abundancia.

Pero la cosecha del año no se reduce a los estrenos comerciales. Los festivales, que han aumentado considerablemente en Lima, y otras pantallas alternativas, han permitido ver producciones que no acceden a los multicines y que dan cuenta de una obra variada, casi siempre planteada desde la libertad que supone hacer la película sin el propósito de llegar a salas comerciales.  Por mencionar unos pocos títulos, Biopic, de Rafael Arévalo, Nada especial, de Juan Alejandro Ramírez, Una semana con pocos muertos y J, de Farid Rodríguez, son propuestas estimables que dan cuenta de un trabajo creativo a conciencia y de la  búsqueda de un estilo propio.

También fuera de Lima las aguas se han seguido moviendo y el cine regional ha continuado su andadura, configurando un paisaje que en Lima prácticamente desconocemos y que puede ir alcanzando un peso cada vez mayor, lo que de por sí es muy alentador frente al centralismo capitalino. Es verdad que la producción es muy endeble en la mayor parte de los proyectos “regionales”, y que la aspiración mayor de comunicación con el público “llano” les proporciona un matiz muy distinto al de las películas alternativas capitalinas. Pero allí se está creando un espacio fílmico inédito y peculiar, superior en volumen al que se encuentra en la mayor parte del ámbito provincial extracapitalino de los países latinoamericanos.

Isaac León Frías

7 thoughts on “¿Por dónde va el cine peruano? Algunas reflexiones al cerrar el 2013

  1. bien flojito sus textos chacho, al igual que los cineastas, los críticos tampoco merecen ni 2 de 5 en calificacion
    muy flojito!

  2. Estimado Isaac,
    en mi humilde entender la mejor película peruana seguirá siendo Metal y melancolía, pero fuera de este particular gusto, permiteme discrepar respecto a que en Argentina no se contemple a Invasión o La libertad como obras maestras, de la misma forma que en Brasil no se mencione que Dios y el diablo lo sea. Y estos calificativos, más allá de lo que diga la crítica cinematográfica, son aceptados por buena parte de los cineastas locales, dándole a ello un peso reconocible.
    Saludos.

  3. Hola, muy cierto lo que dice Chacho acerca de la obra de Omar Forero: es un director a seguir, no cabe duda pero de ahí de opinar que sus películas previas son magistrales es de una bárbara exageración, saludos

  4. Una respuesta al comentario de Carlos: Claro que se han hecho obras maestras en el cine de América Latina: Los olvidados, ÉL, Ensayo de un crimen, Nazarín, El ángel exterminador, de Buñuel; Más allá del olvido, de Hugo del Carril; Crónica de un niño solo, Romance del Aniceto y la Francisca, de Leonardo Favio; Invasión, de Hugo Santiago; Vidas secas, de Pereira dos Santos; Memorias del subdesarrollo, de Gutiérrez Alea; Dios y el diablo en la tierra del sol, de Glauber Rocha… son algunos de los picos. Lo que yo quise expresar es que los críticos de la región, ni antes ni ahora, regalan calificativos de obra maestra con la facilidad con que lo hace Pimentel. La calificación de obra maestra requiere de una cierta distancia, no es que automáticamente se pueda formular, salvo pocas excepciones cuando se trata de películas de reciente estreno. Es un calificativo que debería otorgarse con una cierta perspectiva histórica y comparativa. De otra manera resulta muy aventurado.

  5. Estimado Chacho, creo que cada quien puede considerar obra maestra cualquier película sea grande pequeña según su sensibilidad y modo de entender el cine. Ni “El ángel exterminador”, ni “Vidas secas”, ni “Crónica de un niño solo” me parecen obras maestras pero sí buenas películas, coincido con la de Gutierrez Alea, sin embargo “Los muertos”, “El hombre de Londres”, “Die Brucke” o incluso la escondida película portuguesa “Cativeiro” me parecen obras maestras, y probablemente para ti no lo sean, quizás el problema está en imponer la visión, sensibilidad o gusto de cada uno y dar a entender o pretender que todos deben apreciar ciertas películas como obras maestras, cuando no todos tienen la misma postura.

  6. Apuesto por la libertad de expresión estética, contemplativa, académica o como se quiera llamar, en referencia a valorar una película. Calificarla de mala, buena u obra maestra es ciertamente una acotación relativa. Es decir, aquí una película pueda ser muy apreciada, mientras que en otro lado del mundo no. Incluso, no hay que irse hasta la China para reconocer dicha regla. En un mismo circuito, por ejemplo, pueden ocurrir opiniones opuestas.

    Ahora, lo que también creo, es que no es saludable calificar sin antes definir. En palabras simples. Un alumno no puede dictar las conclusiones de su tesis y luego retirarse del aula. Partamos desde la idea de la diferencia entre un crítico y un espectador. Ambos son espectadores, solo que (en teoría) el primero tiene un conocimiento más amplio. Sabe definir aquello que, por ejemplo, un espectador le cuesta explicar o simplemente ignora. La formación del crítico es entonces una especie de disciplina. Su opinión no es la de un comentarista, sino la de un expositor, porque fundamenta, explica por qué es buena o por qué es mala tal película. Lo mismo, si es obra maestra tal película, por qué calificarla como tal.

    De acuerdo estoy en que cada quien puede considerar obra maestra a cualquier película. Es más, cualquier espectador está en su derecho de hacerlo. Le parece “Transformers” la mejor película del último siglo, bien por él. Pero caso de un crítico, el que defina como “obra maestra” una película, lo invita (o hasta creo lo obliga) a decir “por qué cree eso”. No es de caballeros calificar sin justificar. La crítica tiene que construir, llamémosle, un canon no a la aventura, sino en base a: otras lecturas (las ajenas y las propias), debates, estudios, comparaciones.

    Alguien por ahí dijo, la acotación “obra maestra” actualmente está devaluada. Y así parece. No está bien que un crítico diga “obra maestra” a algo, sin antes exponer fundamentos CLAROS y no de relleno. Ya lo dije, no es saludable, porque de ahí “no críticos” repiten OBRA MAESTRA OBRA MAESTRA, cuando nunca hubo una reflexión que se merezca tal apelativo. La crítica aquí tiene que funcionar como la producción del cine peruano actual. El espectador no se merece un cine a granel. El espectador no se merece una crítica que tenga dos cuadras de texto y solo dos líneas de fundamento. El espectador no se merece una película que solo se defiende del género o las fantasías huecas. “Asu Mare” no será una película que está a las expectativas de un público académico, pero eso no le quita valor. Es una película del que se nota se preocupó al menos en trabajar un guión que enganche. Ahora, si vas al cine con tus prejuicios, lo mejor es quedarse en casa y no opinar, porque aguas la fiesta a otros compartiendo prejuicios o vendiendo fantasías inexistentes, como la de definir “obra maestra” a una película sin razón. Omar Forero es un director interesante. Sus dos últimas películas me parecen buenas, no puedo decir lo mismo de su ópera prima. Francamente estoy muy curioso de leer los artículos que definen a “El ordenador” o “Chicama” como obra maestra. Tal vez vieron algo que yo no vi y me ayuden a valorar más esta película. Sería bueno que lo compartan para que muchos no nos quedemos en la ignorancia.

  7. Como no voy a estar en activo hasta el lunes 30, me reservo una respuesta amplia a lo que afirma Farid Rodríguez y adelanto que coincido con varias de los argumentos que esgrime Carlos Esquives. Una cosa es entusiasmarse por una película, llenarla de adjetivos entusiastas, pero otra muy distinta es considerarla una obra maestra, lo que supone como dice Carlos una muy sólida fundamentación y, seguramente, muchas visiones. No es un asunto de si me gustó más o menos, es otra cosa que no puede estar únicamente librada a la subjetividad. Si no, estaríamos en el terreno de la arbitrariedad más ramplona, que es lo que ocurre cuando se reparten a granel calificativos de obra maestra,
    con lo cual, en última instancia, cualquier cosa puede ser considerada una obra maestra, The bride of Dracula, de Ed Wood, o De nuevo a la vida, de Leonidas Zegarra. No usemos los términos con ese grado de liberalidad, Farid. Pronto responderé con cierta extensión.

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