De acuerdo a la lista que ha publicado el blog Cinencuentro, se estrenaron 17 películas peruanas en salas comerciales en el año que termina. Entre ellas, la más taquillera ha sido A los 40, con 1’800,000 espectadores. La siguen Secreto Matusita, con 500 mil, y Viejos amigos, con 470 mil. Por debajo están La cara del diablo (250 mil), El vientre (215 mil), F-27 (142 mil en la lista, pero sólo en la primera semana de exhibición), Perro guardián (140 mil), Loco cielo de abril (136 mil) y Jappy Ending (128 mil), entre las que han superado los 100 mil espectadores.
Esa cifra, 100 mil entradas, que desde el año 2000 hasta el 2013 era bastante difícil de superar, parece ser hoy un tope, si no fácil de sobrepasar, al menos sí mucho más accesible que antes. De hecho, son nueve los títulos que están por encima de esa cantidad, es decir, la mayoría. Entre los ocho restantes, hay uno que se acerca, El demonio de los Andes, con 85 mil espectadores.
Se mencionó a inicios del año un volumen mayor de alrededor de 24 o 25 probables estrenos, pero aún así, 17 es superior a los 12 del año 2013 y en volúmenes de recaudación ha sido un avance enorme.
La producción está en marcha y el aumento de estrenos para el próximo año es previsible. Se puede constatar que existe una mayor disposición del público de todo el país para ver el material local, aunque no todo lo que se ofrece. Hasta ahora la comedia y el thriller de horror son los géneros más rendidores. Otras modalidades de thriller como las de Perro guardián y F-27 (que, además, tiene un componente nostálgico-deportivo muy notorio) están pugnando por hacerse de un espacio en el rango preferencial.
Hasta antes del éxito de Asu mare en el 2013, sostuve en este mismo blog mi escepticismo ante la posibilidad de que las películas peruanas funcionaran en los multicines frente a la plantilla de títulos norteamericanos y, en pequeña medida, de otras partes que copaban las pantallas. Los hechos están demostrando que las cosas podían ir en otra dirección. Un factor que hasta ese entonces no había sido considerado entró en escena: el análisis del mercado y la exploración de los gustos. Con esas herramientas, un aparato publicitario que está probando ser efectivo, fórmulas que funcionan, aún siendo expresivamente tan pobres como las de La cara del diablo o Jappy Ending, y una mecánica narrativa mejor aceitada, como que proviene de creativos publicitarios (Juan Carlos Oganes o Willy Combe, por ejemplo) se está asentando una producción con una continuidad que no deja de sorprender.
Más allá de las cifras, y sin menospreciar en absoluto las necesidades de consolidación financiera de la actividad en marcha, el balance estético no es, precisamente, alentador, y no porque (ya lo hemos dicho más de una vez) los géneros populares no sean adecuados, sino porque el talento o la capacidad inventiva no brillan en el panorama. Hay mayor oficio, pero eso no es suficiente ante la pobreza de los guiones o las propuestas narrativas y la insuficiencia de la puesta en escena. F 27, por ejemplo, no está mal visualmente y el montaje es correcto, pero la narración es endeble. Más aún, en estos tiempos ya no es un mérito hacer una película cuya historia se pueda seguir sin producir bochorno. Incluso, Gloria del Pacífico, una exaltación patriótica, no incurre en ninguna de las barbaridades que antes asolaban las producciones de tema histórico y que convertían los films de tono grave y solemne en muestras de humor involuntario.
Como siempre, unos pocos títulos destacan en el panorama del año. No he visto Joe Pecado (tampoco El demonio de los Andes), no por falta de interés (me interesa ver todo lo que se hace en el Perú), sino por la distancia de las salas que las presentaban y/o la brevedad de su tiempo en cartelera, y por eso no emito opinión sobre ellas en este panorama que, por cierto, no contempla uno por uno cada estreno del año.
Pues bien, las películas de mayor nivel han sido El mudo, El elefante desaparecido y, un poco por debajo, Perro guardián. He comentado las dos últimas en este mismo blog y, por lo tanto, remito a esas notas. Las dos primeras son lo que, esquemáticamente, se consideran películas de festival, de salas de arte, aunque comparativamente El elefante desaparecido, que es también un thriller, tiene un mayor atractivo potencial que esa visión desecada de un funcionario que pierde el trabajo de El mudo. En El elefante desaparecido hay un protagonista con cierta capacidad empática, interpretado por un actor que genera simpatía como Salvador del Solar, un relato cargado de pistas y una cierta ‘sofisticación’ del tratamiento narrativo y audiovisual. Mientras que en El mudo no hay empatía posible, ni en el protagonista que tiene a su cargo Fernando Bacilio, ni en los otros personajes o situaciones (aquí no está ni Angie Cepeda ni Vanessa Saba) y el registro visual de colores fríos y grisáceos remite a la atmósfera de oficinas, cafés o departamentos sin el menor relieve o gracia y en una modalidad de relato que casi no produce curiosidad o expectativa.
Las diferencias que he mencionado apuntan solamente al ‘atractivo potencial’, y el hecho de que El elefante… haya hecho 50 mil espectadores, y El mudo sólo 8 mil, parece ratificar esa impresión. Es un poco la diferencia, salvando las distancias, que puede haber entre Inland Empire, de David Lynch, y Cavalho dineiro, de Pedro Costa. Por lo demás, se trata de propuestas igualmente válidas, aunque en ningún caso notables, pero hay en ellas esa búsqueda de una expresión personal por caminos distintos que es lo que se espera de una cinematografía en ciernes como la nuestra. Búsqueda, no necesariamente personal, que se podría encontrar (por qué no?) en mayor proporción, también en el cine que aspira a un consumo masivo. No será la búsqueda de la diferenciación estilística que encontramos en El mudo y en El elefante desaparecido, pero sí el uso inventivo de los procedimientos genéricos, la creación de personajes y tipologías idiosincráticas de mayor relieve, la combinación de trazos y referentes populares… Hay mucho por hacer que no pasa, necesariamente, por la reproducción de lo conocido, la copia mal hecha o la ‘aclimatación’ en la pantalla grande de esquemas procedentes del cine de otras partes o de la televisión local. Ahora, a esperar a ver lo que nos depara el 2015.
Isaac León Frías