Directo al corazón (Danny Collins) tiene la actuación de Al Pacino como atracción central. Lo vemos relajado, envejecido, de buen humor. Sin necesidad de dar lecciones del Método ni de desplegar tics y manierismos.

Encarna a un rockero famoso que decide reorientar su vida. Es decir, dejar atrás vicios y adicciones y encontrarse con un hijo del que no supo nada por muchos años.

Es el retrato del rock star convertido en abuelo seductor.

La película es amable, sentimental y está filmada con discreta corrección. A Pacino le gusta el papel que representa y se divierte haciéndolo. Los mejores momentos de la película lo muestran coqueteando con Annete Benning, ironizando sobre su vejez, o sonriendo ante los comentarios crueles que escucha sobre su colorida decadencia. Es decir, lo mejor aparece cuando la película se libra de ilustrar los ingredientes de una previsible y cargosa fábula redentora.

El final abierto, en el consultorio médico, es un acierto.

Una noche para sobrevivir se opone en todo a Directo al corazón.

Aquí hay poco de ternura o sacarina. Es un ejercicio de cine negro filmado con solvencia por Jaume Collet-Serra, que acierta cuando se comporta como un artesano del Hollywood clásico. Esboza a personajes lacónicos, que ya no tienen mucho que decir porque están de vuelta de todo. Ni siquiera tienen fuerzas para redimirse de su pasado. Reaccionan solo por venganza o para cumplir con el instinto de supervivencia. Liam Neeson, Ed Harris y Nick Nolte tienen la piel curtida de los mejores “duros” del cine. Están brillantes cuando conversan en esos lugares densos, cargados de presencia, donde la amenaza se apunta.

Si bien las secuencias de acción tienen potencia, tienen a extenderse y hacerse formularias. Las intervenciones del “asesino profesional” con modales de “Terminator” dan cuenta de esa mecánica que termina por imponerse.

Ricardo Bedoya