Vengadores: la era de Ultrón

 

Lo mejor de “Vengadores: la era de Ultrón” aparece espolvoreado en una narración confusa y errática.

Son imágenes, ideas sin desarrollar, apuntes. El Capitán América, el guerrero anacrónico que no puede retornar a casa; Visión apareciendo como encarnación idealizada o revés beatífico del lado oscuro de los héroes; la imagen de Iron Man y de Ultrón como pares y reveses; la aparición de la nueva generación de Vengadores como sacados de un cromo ingenuo de los años cincuenta; la auto ironía de Thor y el aturdimiento con su pasado de vikingo mitológico; la incursión guerrera de Elizabeth Olsen; la presencia sólida y clásica de Jeremy Renner; la apelación al mito de los científicos locos, desbordados por su propia creación, víctimas del síndrome de Frankenstein que pasa factura a los personajes de Downey Jr. y Ruffalo.

Lo peor, colindando con el humor involuntario: las explicaciones de la trama que deben emprender los personajes, con gesto contrito, cada veinte minutos, para poner algo de orden en el disparate o en el desmadre; Downey Jr. con su pose altiva de siempre; el dialogado romance entre Ruffalo y Scarlett; los combates en cámara lenta; la sensación de película acomodada en remontajes sucesivos, recortando personajes secundarios e imponiendo disciplina para que los superhéroes, pese a los conflictos internos sugeridos por el guion, nunca dejen de ser monolíticos.

Ricardo Bedoya

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