Bella e perduta

El sirviente Pulcinella, regresando de la mitología y la historia de la Comedia del Arte, y el buey Sarchiapone, recorren los paisajes de la Campania actual. Dos figuras arcaicas que se inscriben en paisajes contemporáneos e intemporales. De esas paradojas está hecha “Bella y perdida” (“Bella e perduta”), del italiano Pietro Marcello, que pasa de los interiores del Vesuvio a un palacio Borbón, y de allí a la campiña de la Italia en tiempo de crisis europea.

A diferencia de “Las mil y una noches”, del portugués Miguel Gomes, aquí los viejos relatos populares no están cargados de una intención alegórica; no señalan las causas del desastre europeo, ni acusan a la troika institucional responsable del descalabro. En “Bella e perduta” se imponen la contemplación y la serenidad. El malestar de hoy no está dicho ni proclamado; se encarna en las texturas que registra la cámara, en los espacios deteriorados, en la ruina de ese mundo ancestral de la cultura del campo. Y en la belleza de esos lugares, amenazados por la inevitable modernidad.

Pulcinella llega del pasado, y de la imaginación, para cumplir el último deseo de un hombre arcaico: que salven de la muerte al bruto y noble Sarchiapone, protegiéndolo  de los ganaderos industriales, de la Camorra y de las amenazas de hoy. Como en los primeros filmes de los hermanos Taviani, en “Bella y perduta” se percibe un animismo esencial. El espíritu de las cosas, de la naturaleza y de los animales clama por su continuidad. Y Pulcinella es el intérprete de esa voz.

Con lirismo y melancolía, “Bella y perduta” da cuerpo y voz a los mitos populares para hacerlos convivir con las prácticas del mundo de hoy. Al verla, pensaba en los cortos que Pablo Guevara hizo hace más de treinta años.

Sin duda, una gran película.

Ricardo Bedoya

 

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