El clan

La mirada de Guillermo Francella, de una frialdad metálica, marca el estilo visual de “El clan”. Su personaje, Arquímedes Puccio, conduce una banda dedicada al secuestro, la extorsión y el asesinato. Sin pestañear, ejecuta sus planes. Ni culpas ni contratiempos lo detienen. La cámara del argentino Pablo Trapero parece arrastrada por el magnetismo que irradia ese personaje que nunca pestañea. Lo sigue, en una trayectoria sin cortes de montaje, por los pasillos de la casa familiar: la anodina escenografía de un hogar de la clase media en un barrio de Buenos Aires se convierte en centro de detención clandestino y en cámara de torturas. Lo descubrimos en continuidad, sin sobresaltos.

“El clan” tiene momentos inspirados como ése, o el del seguimiento a la mujer que será plagiada: aparecen de pronto, como ráfagas; golpean con contundencia y se desvanecen. Y están marcados a fuego por el estilo de Scorsese. Desde los golpes musicales hasta la seca irrupción de la violencia: todo remite a “Buenos muchachos”.  

Pero la película se embrolla –mejor, se engola, o se acartona- cuando intenta convertir la historia de los Puccio en signo de una época de la historia argentina o cuando apunta a una alegoría sobre el “Mal” que busca enquistarse en la democracia recién restaurada. El expediente histórico, que incluye imágenes de archivo, sofoca la fluencia del relato.  

Como si el director no tuviese confianza en el formidable poder de su historia, redunda en un paralelo entre la sexualidad desbordante del hijo mayor y la realidad siniestra que lo rodea. Esa secuencia de montaje que alterna el sexo ardoroso de la pareja de jóvenes y la tortura practicada por la familia resulta dudosa y obvia. Tan efectista como las recurrentes secuencias de la intervención policial a la casa de los Puccio.

Lástima que el personaje que parece cultivar la verdadera familiaridad con lo vil, la esposa de Arquímedes, se mantenga de principio a fin como una silueta.

 (Esta es una versión ampliada de la nota aparecida en “Caretas”, del 10 de diciembre de 2015)

 Ricardo Bedoya 

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