En las peores condiciones

La programación de “Rodar contra todo” en UVK Larcomar no pudo ser peor: dos proyecciones a mediodía y una a las ocho de la noche.

Leo el editorial de la revista española “Caimán. Cuadernos de cine”, de octubre de 2016, lo siguiente: “Con la rentrée otoñal el cine español se asoma de nuevo a los grandes festivales y regresa a las pantallas. En busca de una visibilidad a la que le cuesta trabajo acceder durante el resto del año, los estrenos de películas nacionales se amontonan desde mediados de septiembre con el riesgo evidente (…) de que semejante concentración genere una forzada y cainita competencia interior por la que las películas españolas se hacen sombra y se devoran entre sí en beneficio de las grandes producciones norteamericanas que hegemonizan el mercado y que, alborozadas por el espectáculo, contemplan felices cómo les dejan el campo libre y la taquilla disponible. (…) La buena noticia es el estreno de todas ellas. La mala, que inevitablemente se van a quitar espectadores entre sí y que, por tanto, solo unas pocas podrán sobrevivir  en los cines. La pésima, que muchas tendrán notables dificultades para llegar a sus espectadores potenciales y se arriesgan a naufragar en medio de una jungla tan poco compasiva –y tan depredadora– como es la del mercado de las salas comerciales, que somete a las películas a un sistema de acelerada y furiosa obsolescencia taquillera. (…) La enfermedad no es nueva. El diagnóstico ya se ha repetido muchas veces. Las consecuencias se sufren año tras año, pero nadie parece querer aprender o poner en marcha una terapia consecuente para evitar una concentración que no beneficia a nadie y perjudica a muchos (…)”.

El panorama que describe Carlos F. Heredero resulta familiar, y eso que España cuenta con cuota de pantalla y apoyos legales a la exhibición. Claro, entre nosotros las cosas se agravan porque los obstáculos para las películas peruanas se colocan en las puertas de las salas: no hay forma de entrar en ellas. Salvo para algunas que, dicho sea de paso, no son responsables de esta situación.

Una terapia pide Heredero, y tiene razón. Todos parecen resignados a los malos tiempos.

¿La aplicación de la cuota de pantalla de hasta el veinte por ciento que el Perú reservó, como derecho a la protección a su cultura, en el Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos, podría ser una solución?

Tal vez, pero para eso se requiere de decisión política y de una voluntad de promoción al cine que desempolve el anteproyecto de ley que duerme el sueño de los justos en el Ministerio de Cultura. ¿Y mientras tanto, qué?

En el Perú, durante muchos años, las municipalidades “estimularon” los estrenos de películas de “calidad”. ¿Cómo? Liberándolas del impuesto a los espectáculos. Ello beneficiaba a las salas que, cobrando el mismo precio de taquilla, dejaban de pagar el porcentaje del impuesto a las municipalidades al proyectar una de esas películas.

Un diez por ciento del valor de cada entrada vendida para una película peruana “especial” como ingreso adicional para las salas puede no ser un argumento muy persuasivo. Sobre todo cuando las cadenas de exhibición son apéndices de las distribuidoras, que establecen fechas de estreno en el sacrosanto “competive”. Pero por algo se debe comenzar. Si el Ministerio de Cultura tiene la vocación promotora que proclama, un gesto inicial podría ser el de propiciar una conversación con las municipalidades sobre ese tema. En compañía de los tributaristas que puedan allanar los obstáculos legales que surjan.

Ricardo Bedoya  

 

 

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