Juan M. Bullitta. Un recuerdo.

Algunos le conocieron como crítico de cine; otros como poeta; muchos como amigo, conversador infatigable, aficionado a la salsa o promotor de acaloradas polémicas. Juan M. Bullitta (1944-1990) era un personaje múltiple, poseído por una intensidad que se fue extinguiendo con el paso de los años, en paralelo con un desarraigo que hizo crisis y le colocó en una ruta sin retorno.

El crítico de cine se dio a conocer durante los años iniciales, los más combativos, de la revista “Hablemos de Cine”, que contribuyó a fundar en 1965. Fue en sus páginas, y en las proyecciones de cine club que la publicación organizaba, que Bullitta se revela como una personalidad polémica. En los cine-fórums del auditorio del colegio Champagnat, allá por 1966 o 1967, lucía dotes de apasionado contradictor. Al grito de “¡Viva Richard Quine, viva el cine!” enfrentaba, junto con sus compañeros de la revista, a los auditorios que canonizaban ciertos filmes  de “prestigio cultural”, como “Beckett” o “Zorba el griego”, mientras desestimaban la obra incomparable de John Ford, de Alfred Hitchcock, de Otto Preminger, o de Vincente Minnelli. La guerrilla “contracultural” de “Hablemos de cine” lo tenía como adelantado, en permanente choque contra la molicie cineclubista de la época.

Sus textos escritos revelaban la misma intensidad. Recorrer las páginas mimeografiadas de los primeros diecinueve números de “Hablemos de Cine”, publicados en 1965, es encontrar su presencia inquieta, provocadora, siempre dispuesta a la efusión y el entusiasmo al descubrir un nuevo filme. De allí su entrañable defensa de las películas de “romanos”, los “péplums” italianos de fines los cincuenta e inicios de los sesenta, los de Maciste, Hércules, Sansón y Ulises, algunos de los cuales llevaban las firmas de Cottafavi, Leone, Corbucci, Francisci o Bragaglia.

Su opinión crítica, impresionista y plagada de intuiciones, se hizo permanente en la revista hasta 1970. Con el curso de los años su mirada crítica se fue despojando de acentos admirativos y entusiasmos súbitos. Su argumentación se hizo más serena y madura, aunque no por eso menos intuitiva y siempre distante de cualquier ortodoxia, moda estética, capilla teórica o sistema crítico. Fue entonces que escribió sus mejores textos, como los de “Willie Boy”, de Abraham Polonsky, “La Balada del Desierto”, de Sam Peckinpah, o “El Arreglo”, de Elia Kazan.

Pero, lástima, en ese año 1970 empezó a hacer crisis su desaliento y la pérdida de muchas certidumbres. Comenzó también su paulatino alejamiento del cine, que había sido hasta entonces un impulso vital.

Fue entonces que le conocí. Recién salido del colegio, decidí acercarme al desvencijado local de la Plaza Francia donde se editaba la revista de cine que leía, con desconcierto primero y entusiasmo después, desde un par de años antes. Bullita me recibió con generosidad. Se convirtió en guía y acicate para mi entusiasmo adolescente por el cine. Me habló de sus abundantes filias y fobias fílmicas, alabó durante horas y años a John Ford y Sam Peckinpah, me acompañó a cines de barrio (el Apolo, el Gardel, el Bolívar, el Conde de Lemos, el Rívoli,  el Alfa, el Omnia, el Zenith, entre  otros) para pescar las películas de Gordon Douglas, de Stanley Donen, de Alejandro Galindo o de Peckinpah, que eran una revelación para mí y una confirmación para él.

Encauzó y modeló mi cinefilia, como lo había hecho antes con Francisco Lombardi  y con Ricardo González  Vigil. “Todos los cinéfilos tienen la misma expresión extraviada de bobos”, me dijo una vez. Y a todos en los que reconoció ese gesto logró embarcarlos en una pasión que no tiene vuelta.

Sin embargo, su alejamiento del cine era ya irreversible.

Se le ofreció, hacia 1973, presentar las películas que proyectaba los fines de semana el cine club de San Marcos en el auditorio del Ministerio de Trabajo. Muchos lo recuerdan de entonces. Sus presentaciones eran fiel reflejo de su cada vez más inestable  estado de ánimo. A veces improvisaba con brillantez, a veces se dejaba arrastrar por el desgano. El desaliño, la insolencia y la locuacidad eran los rasgos singulares de sus intervenciones. Por entonces, la vida le atraía más que el cine. Y la vida no le trataba bien. Aunque, valgan verdades, él nada hacía para evitar sus embates.

Su trato con la vida se fue transformando en una sucesión de afectos y rechazos, entusiasmos y caídas, euforias y depresiones, entregas y decepciones. Como un personaje de Rohmer —aunque sin la ligereza ni el encanto de ellos— se imponía severas normas de conducta y exigía del resto comportamientos basados en imperativos morales inalcanzables, ajenos a la realidad de los comportamientos.

Sustituyó el cine por la poesía, publicando dos libros, “Sitio” y “Arreglo de Cuentas”. Dejó algunos textos inéditos.

Desechó, con una obstinación y una radicalidad severas, las apetencias pequeñoburguesas. No tuvo casa, mesa, ni descendencia. Suprimió en él cualquier apetencia por la propiedad privada y rechazó afincarse aun con los amigos con los que guardaba mayor afinidad. “La propiedad es un robo”, decía Proudhon. Para él, era síntoma de alguna forma de deterioro moral de la que debía mantenerse al margen. Ni libros conservó. Los pocos que alguna vez fueron suyos terminaron, dedicados, en manos de amigos.

La depresión le venció en Pisco, un día de Navidad de hace 26 años.

Ricardo Bedoya

One thought on “Juan M. Bullitta. Un recuerdo.

  1. 26 años ya! Me sumo al recuerdo que Ricardo pone por escrito del mejor Juan, el amigo generoso
    (nadie como él sembró o reforzó tanta vocaciones por el cine), el crítico vehemente y agudísimo,
    el conversador inagotable. Deploro que esas zonas oscuras que todos tenemos hicieran tan dura
    su estancia en esta tierra y que terminaran llevándoselo tan temprano. No ha habido en las nuevas
    generaciones cinéfilas nadie con la misma disposición para el comentario certero, el diálogo polémico
    y la escritura apasionada que derrochó Juan en sus buenos tiempos. Algo de eso se va a poder
    descubrir (para quienes no lo han leido) en el primer volumen de la Antología General de la revista
    Hablemos de Cine próximo a publicarse por el Fondo Editorial de la PUCP.

    Isaac León Frías

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