El cine peruano en el 2016: un balance personal, por Isaac León Frías

El volumen de estrenos comerciales siguió siendo elevado durante el año y se perfilaron, o quizás reforzaron, algunas constantes en la producción que aspira a llegar al millón de espectadores o a superar esa cifra. Unas pocas compañías hasta la fecha apuntan claramente a ese objetivo, valiéndose para ello de actores y de motivos temáticos capaces de convocar un volumen potencialmente muy elevado de asistentes a las salas. Tondero, en primer lugar, y luego Bing Bang, AV Films, La Soga, Cine 70.  Hasta el año pasado, los dos géneros más socorridos eran la comedia de situaciones y el terror de casas malditas. Este año, sin que hayan estado ausentes esos dos géneros, ha ido ganando terreno el componente sentimental, en unos casos asociado a la comedia – Margarita o la misma Calichín-, y en otros a historias de éxito o realización personal – Siete semillas y Guerrero.

 No se trata de incursiones melodramáticas, aunque los motivos puedan dar lugar a ellas. Por ejemplo, la situación de la hija ante la separación de los padres. No, lo que se busca no es la acentuación, sino la combinación, la mezcla de registros. No el patetismo, sino un moderado equilibrio entre el humor y el drama.

¿Suena conocida esa fórmula?

Sí, proviene de la televisión y de sus éxitos tipo Los de arriba y los de abajo, Mil oficios, Así es la vida y, claro Al fondo hay sitio. Efraín Aguilar, el artífice de las tres últimas, está en el origen del concepto, al menos en nuestro medio, aunque la aplicación en el caso del cine se condense en hora y media de relato, muy lejos de esos ocho años de Al fondo hay sitio. Es la fórmula en versión corta y adecuada al formato del largometraje. Todo indica que por ahí, más o menos, van a seguir las cosas en la línea de producción preferida por estas empresas.

¿Es cuestionable que el relato para el cine se inspire, mutatis mutandis, en el modelo televisivo? 

En principio no lo es, desde luego. El problema está en el traslado empobrecido y sinóptico del formato, la debilidad de los guiones, el carácter bastante estereotipado de los personajes, el tono complaciente y blandengue, unido a los recursos de una audio-visualización claramente tomada del molde televisivo y también del clip publicitario. Véase el uso de las escenas de transición con el ralentí, la musicalización enfática y otros procedimientos.

El mismo Ricardo Maldonado advierte en una reciente entrevista en El Comercio, que cita Bedoya en un post reciente de este blog, que la publicidad  tiene tanta competencia hoy que no debe parecer publicidad. Y eso está ocurriendo: Guerrero  o Calichín están elaboradas sobre los moldes simultáneos de la serie televisiva y el clip publicitario en una suerte de mix que refuerza, además, la idea de que estas películas están cubiertas financieramente con la sola inversión publicitaria.

¿No sería acaso legítima una estética cinematográfica que provenga de esas dos fuentes? 

No tengo la menor duda de que podría serlo, siempre y cuando se asuma de un modo creativo y no como una simple aplicación casi indiferenciada de unos medios (el televisivo, el publicitario) apenas filtrados por la dimensión de la pantalla cinematográfica y los requerimientos de un metraje reducido, a los que precisamente el concepto del clip (breve duración, corte rápido, musicalización envolvente) contribuye a simplificar y a condensar.

Aparte, las propuestas más valiosas que fueron Videofilia y otros síntomas virales, de Juan Daniel Molero, y Solos, de Joanna Lombardi, en las que sí se ejercita un trabajo sobre las posibilidades de la imagen audiovisual (en el límite con el universo digital, la primera; en el extremo de la parquedad narrativa, la otra), apenas si encontraron un pequeño espacio marginal en la cartelera. Para colmo de males, el incendio en el complejo UVK de Larcomar, justo el día anterior al estreno,  impidió que Solos pudiese exhibirse en el cine arte de ese complejo que, mal que bien, ha permitido que otras películas peruanas de audiencia restringida puedan verse e incluso, como ocurrió en el 2015 con Hija de la laguna, permanecer por algunas semanas. Otro título que tuvo una escasa duración en la cartelera del CCPUCP fue el arequipeño Encadenados, de Miguel Barreda, un trabajo dramático ambicioso y exigente, que está entre lo mejor que se ha hecho fuera de las productoras que tienen su sede en Lima.

En los festivales locales y en eventuales proyecciones se han visto varias otras películas que no llegan al circuito de salas y, en la mayor parte de los casos, ni siquiera se lo proponen. Allí se han exhibido películas tan apreciables como El viaje macho, de Luis Basurto, que no es en absoluto una obra hermética o compleja,  o 6, de Eduardo Quispe, que continúa una exploración minimalista de carácter intimista, entre varios cortos de interés.  Es una franja que apenas cuenta con mínimos espacios de difusión. Otro tanto ocurre con las películas hechas fuera de Lima que, en el mejor de los casos, se exhiben sólo en la ciudad o en la provincia de origen.

¿Qué se puede esperar para el año 2017? 

Bueno, por lo pronto hay un nuevo ministro de Cultura que, entre sus actividades de actor para el cine, el teatro y la televisión, ha dirigido una película, Magallanes. Para el medio cinematográfico local es una buena noticia y ya se verá si en el curso del año que se avecina finalmente se promulga una nueva ley o se amplían los alcances de la ley vigente. Sin duda es importante el refuerzo de los estímulos para la producción, no necesariamente a cargo del Estado (la ley de mecenazgo puede ser de gran ayuda también para el cine), pero lo es más aún el de la comercialización de las películas. Es decir, si no hay espacios y condiciones propicias va a seguir prosperando sólo la producción de las compañías que apuntan a la taquilla y poco más que eso. Es insuficiente pensar sólo en los multicines. Si no se amplía la infraestructura de salas (privadas, público-privadas, municipales o regionales) poco se avanzará en las posibilidades de difusión y esto vale tanto para el cine que se hace en Lima con presupuestos reducidos como para el que se hace fuera de Lima. Las otras pantallas no dejan de ser importantes para la difusión, pero este campo parece ubicarse fuera de los potenciales alcances de una ley de cine, aunque el desafío está planteado.

Por otra parte, hay otros rubros en los que la ley tendría que incidir. La difusión del cine peruano en el extranjero, la participación en festivales y mercados. La conservación del acervo cinematográfico nacional. La difusión de la cultura cinematográfica y el estímulo a la formación de especialistas tanto en el campo de la producción como en el de la enseñanza teórica y práctica.  Hay mucho por hacer y ojalá que en el balance final del próximo año podamos consignar avances relevantes.

 

Isaac León Frías

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