La bella y la bestia

Los ingredientes son los mismos, pero con acción real o ” live action”. “La bella y la bestia” retoma el éxito animado de Disney de 1991. Clona algunas escenas, interviene otras, estira a la mayoría, le hace “lifting” a lo que lucía envejecido, y le resta gracia al conjunto. Bill Condon dirige con mano de plomo y dejadez burocrática

La “humanización” de los diseños animados de hace casi tres décadas quiere ser vistosa y coral como un musical de Broadway, pero falla la coreografía, acartonada y estática en la escena de Belle recorriendo el pueblo. Lo mismo ocurre en las otras secuencias musicales con “actores”.

Sobreviven al naufragio los muebles y la vajilla. El candelabro, el viejo reloj, la tetera, las tasas y otros objetos del castillo lucen el dinamismo del que carecen los protagonistas, secundarios y figurantes de esta película. La coreografía de “Be our guest”, lo prueba. Ahí, los trucajes digitales son muchísimo más expresivos que Emma Watson y Dan Stevens, convertidos en la bella y la bestia más inertes desde la invención de la leyenda romántica.

Acierta en los valores de producción que, a falta de otros, la película se esfuerza en hacer visibles. El diseño del castillo, de sus interiores en penumbras, de sus mazmorras y de la escalera por la que sube Belle al encuentro del que será su ogro, su carcelero y su amor romántico. Esas escenografías tienen fuerza visual y un carácter siniestro que hubiera podido ambientar a la perfección la fábula perversa de atracción de la joven por su monstruoso captor. Pero eso no ocurre en esta fantasía Disney, como sí se insinuaba en la versión onírica e inquietante de “La bella y la bestia” que dirigió Jean Cocteau en 1946 (foto de abajo), convirtiéndola en una obra maestra del cine francés.

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Ricardo Bedoya

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