Avenida Larco

“Avenida Larco” es, luego de “Locos de amor”, el segundo “musical” emprendido por la empresa Tondero. Distinto planteamiento; otros problemas.

Si la película anterior era una historia entrelazada con canciones, aquí nos topamos con una suma de mensajes de hermandad y pacifismo ilustrados por las letras de algunos hits musicales de los años ochenta y noventa. Repertorio que irrumpe a la manera de clips que hacen las veces de señuelos destinados a activar la nostalgia y el reconocimiento del público.

La evocación de los años difíciles se sustenta en una sólida dirección artística, que es el mérito visible de “Avenida Larco”,  junto con su acabado técnico (foto, sonido, edición). Pero incluye también imágenes de archivo que cumplen con el papel de aliño histórico para una dieta baja en calorías.   

Las debilidades de la película empiezan con un guion que remite a una plantilla conocida: la de “¡Asu mare!”. Si el personaje de Cachín transitaba de un lado al otro de la ciudad, de “abajo” hacia “arriba”, conociendo diferencias y discriminaciones, pero tentando el éxito, para acabar en el callejón simbólico de la jarana reconciliatoria, en “Avenida Larco” el periplo es similar, pero con la trayectoria invertida. El grupo sale del barrio acomodado para adentrarse en zonas desconocidas y “peligrosas” de la ciudad superando prejuicios y enfrentando el fracaso, hasta acabar en una Avenida Larco convertida en espacio de la conmemoración y el duelo. Resultados: un arco dramático ya visto, similar intención aleccionadora (por la vía de la celebración emprendedora, o de la marcha luctuosa) y trayectoria puesta al revés.

Otro problema: los hilvanes forzados en el paso de las situaciones dramáticas a las “performances” musicales. Cada uno de ellos  resulta tan brusco como las fracturas de continuidad provocadas por algún zapping compulsivo. Esos “ganchos”, siempre mecánicos y previsibles, en vez de soldar el flujo de las situaciones logra desarticularlas.  

Las coreografías lucen intercambiables. Filmadas con pareja frontalidad, como concebidas para la visión de los espectadores ubicados en la platea de un teatro. El vocalista en primer término, el grupo de bailarines detrás y un entorno escenográfico difuso. La cámara, inamovible, desaprovecha la horizontalidad del encuadre cinematográfico y las posibilidades de mirar desde arriba, desde abajo, o de modo oblicuo. Deja de lado aquello que deslumbra en un musical: los desplazamientos libres, fluidos y coordinados de la cámara y los “dancers”. Los primeros “clips” intentan dinamizarse con guiños técnicos: las imágenes cambian de formato o se granulan, poniendo en evidencia el problema. Por más agitación que se perciba en las imágenes, “Avenida Larco” nunca se libera del estatismo de su concepción musical.

La coreografía más lograda es la de Julio Pérez en “Más poder”, con similar  estilo clipero y aire de spot publicitario, pero aprovechando, al menos, la profundidad del campo visual.

Actores como Andrés Salas, Carolina Cano, Nicolás Galindo y André Silva aportan vitalidad a personajes concebidos como “conceptos” que ponen sobre la mesa asuntos como las diferencias de clase, prejuicios y resquemores que separan a los “pitucos” ajenos a los problemas del Perú de los jóvenes que provienen de los barrios “lejanos” y populares de Lima. Todos están vinculados por la música y por la violencia de los años ochenta, ingrediente que busca nutrir de “realidad” a una película que lanza señales didácticas de tolerancia familiar y reconocimiento del “otro”. Intenciones inobjetables, pero expuestas con insistencia de catequesis. Por eso resulta contradictoria o extraña, por decir lo menos, la secuencia ambientada en la Plaza de Acho. Ella ilustra, “in extremis”, el cumplimiento de la infalible ley del padre autoritario (“papá lo sabe todo”) y da cuerpo y sangrienta realidad a todos los fantasmas que asaltan la imaginación del grupo miraflorino al pensar en los peligros que acechan en el “otro lado” de Lima.

La escena de la marcha final –con el retrato del caído presidiendo la manifestación- es inefable en su mezcla de “pathos” y de humor impremeditado. Para una antología de momentos privilegiados de la hilaridad en el cine peruano.   

Viendo “Avenida Larco” recordaba “Lima ¡was!”, de Alejandro Rossi, un “musical” peruano casi desconocido.  En él, la música es también el hábitat en el que se vencen los determinismos culturales y se afirman identidades y agencias personales. Sería interesante volver a verlo, difundirlo, compararlo.

Ricardo Bedoya

Este comentario es una versión ampliada de la nota aparecida en la revista Caretas, en su edición del 6 de abril de 2017.

One thought on “Avenida Larco

  1. He leído dos tweets de Miguel Valladares en los que alude a los críticos. Como estoy ahora en el BAFICI a un ritmo de 5-6 películas diarias, no tengo el tiempo para responder con amplitud,,pero lo haré a mi regreso a Lima.

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