Jeanne Moreau (1928-2017)

Lo mejor es dejar que algunas imágenes de Jeanne Moreau fluyan en la memoria. Como estas, por ejemplo.

O estas otras. Seductora y en brazos de Lino Ventura en “Touchez Pas au Grisbi”, formidable “polar” de Jacques Becker; fatal, movediza y tensa, recorriendo espacios al ritmo de la trompeta de Miles Davis en “Ascensor para el cadalso”, de Louis Malle (que no se pueden perder en el Festival de Lima); tramando, junto con Valmont (Gérard Philipe), el destino erótico de Annette Stroyberg en “Las relaciones peligrosas”, de Roger Vadim; gozosa, en la escena sexual de “Los amantes”, de Malle; afrontando las violencias de la Revolución Francesa en “Diálogos de Carmelitas”; desolada, diciéndole a Marcello Mastroianni que ya no lo quiere, en el final de “La noche”, esencia del cine de Antonioni; platinada, ludópata, y con la música de Michel Legrand acompañándola en “La bahía de los Ángeles”, de Jacques Demy; imponiendo su juego de dominación y crueldad en “Eva”, de Joseph Losey; inquietante como la vecina de Joseph K. en “El proceso“, de Orson Welles; incitando al fetichismo al lucir unos botines de cuero en “Diario de una camarera”, de Buñuel; vestida como Diana la cazadora en “La novia vestida de negro”, de Truffaut; como “Mata-Hari, en el “biopic”, de Jean–Louis Richard; incitando el erotismo del italiano recién llegado al pueblo en “Mademoiselle”, de Tony Richardson; homenajeada por Fassbinder en “Querelle”.

Y recordarla en “El tren”, de Frankenheimer; en “El otro señor Klein”, de Losey; en “Nathalie Granger”, de Marguerite Duras; en Joanna, la francesa, de Carlos Diegues, entre tantas otras.  Está también en “Campanadas a medianoche”, de Orson Welles, una de las cumbres de la historia del cine.

Pero es memorable, sobre todo,  en dos películas centradas en su fortaleza, libertad y temperamento: “Una historia inmortal”, de Orson Welles”, y “Jules et Jim”, de Truffaut. Cineastas enamorados de la mítica Jeanne Moreau -actriz emblemática del “cine de la modernidad”-, de su carácter independiente, sus gestos inesperados, sus pasiones y su voz.  

Ricardo Bedoya         

  

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