
“La novia del desierto”, de las argentinas Cecilia Atán y Valeria Pivato, parte de una premisa simple como pocas: Teresa (Paulina García) pierde su cartera mientras trata de llegar a la ciudad de San Juan, en Argentina, donde tiene que llegar a una casa para trabajar. Su intento por recuperarla la llevará a tener una especial cercanía con el Gringo (Claudio Rissi), un vendedor ambulante que recorre, con su carro-casa rodante, mercados del país.
Lo interesante del filme se concentra en el modo en que construye la relación entre los personajes: la timidez de Teresa va quebrándose, en forma progresiva, ante la personalidad franca y directa del Gringo. Conversaciones esquivas, silencios y miradas incómodas sostienen el tratamiento cinematográfico. Las realizadoras impulsan el relato con una suma de detalles mínimos que dan forma a la comunicación de los personajes.
Es en ese punto que el trabajo de los actores cobra un valor particular: García se muestra silenciosa, con gestos adustos y tensos, siempre a la defensiva; mientras que Rissi es campechano y conversador. El contraste de las personalidades es usado por Atán y Pivato para urdir una relación que no se expresa a viva voz pero que se construye a partir de la observación de los más pequeños detalles.
El paisaje del interior argentino reafirma la apuesta: en ese ambiente, agreste y desértico, de pronto los personajes solo se tienen a sí mismos, estando en mutua dependencia. El mérito de “La novia del desierto” es mostrarlos con toda naturalidad.
Rodrigo Bedoya Forno