Un recorrido por la cartelera

Por falta de tiempo para escribir notas más largas, aquí va una reseña de lo visto en los últimos días.

                                      

“La noche del demonio 2” es una decepción en regla. Nadie, en estos días, sabe mover la cámara atravesando escenografías cargadas de presagios siniestros y luciendo las texturas de las paredes y el mobiliario, como James Wan. O hacer aparecer deslizantes presencias  en los corredores y pasillos de viejas mansiones. O de conducir nuestra mirada hacía la sombra que se insinúa allá, al fondo del encuadre.  Y esos destellos son lo mejor de esta secuela de la apasionante “La noche del demonio”. Pero nada más.

Aquí se esfuerza en dar consistencia a un maltrecho guión e incurre en lo peor que le puede suceder a un filme de terror: el humor involuntario. Y justo en el momento de develar los enigmas de la dama fantasmal y el niño travestido. O cuando convierte a Patrick Wilson en un Norman Bates con maquillaje de Zombi. O cuando quiere lograr fluidez entre el aquí y ahora y ese mundo intemporal o limbo donde se acumulan unos espectros que parecen fardos funerarios. Del gran guiñol al ridículo total no hay que un paso. Y Wan lo da.

 

“Rush, pasión y gloria” es atractiva, sólida, bien filmada. La puesta en escena de Ron Howard no tiene mayor vuelo, pero es un director con sentido de la acción y de la artesanía técnica, y exhibe esos atributos en “Rush”. Buenas actuaciones de  Chris Hemsworth y Daniel Brühl  y contundentes escenas de carreras filmadas de un modo elíptico, salvo la del fatídico 1 de agosto de 1976, y la competencia de Japón. El  enfrentamiento entre el hedonista Peter Hunt y el reconcentrado y hasta puritano Niki Lauda, dramatizado por el guion de Peter Morgan (que prefiere tratar temperamentos opuestos, como lo hizo en Frost/Nixon) empieza como una historia de pareja dispareja y acaba como una singular y edificante buddy movie, bien exaltada por la partitura de Hans Zimmer y por la bonhomía proverbial de Ron Howart   

 

                                 

Michael Bay vive obsesionado con romperlo todo y marcar records. Y no solo con Transformers. Con “Sangre, sudor y gloria” busca hacer su filme cínico de atracos que liquede a todos los otros del mismo tipo, desde “Fargo” hasta “Tumba a ras del suelo”, pasando por Tarantino por supuesto.

Y, de paso, lanza sus opiniones personales -esta vex sí- sobre la movilidad social como carrera de ratas, y del sueño americano como trampa para ilusos perdedores. De paso, nos recuerda su habilidad técnica, esa que le lleva a exacerbar todos los recursos de su pequeño diccionario ilustrado de gramática del cine: contrapicados enfáticos; imágenes desaceleradas y vueltas a acelerar sin pisar el embrague; fotografía de catálogo publicitario para mostrar el Miami de los años noventa:; relato que se acelera, infla  y crece como si compartiera los esteroides anabolizantes de sus personajes. Todo es farsesco, acelerado, caricaturesco. La media hora inicial tiene el encanto de una historieta, más o menos descabellada, con un Mark Wahlberg que transita entre la estupidez y la psicopatía. Luego, la película mezcla secuencias logradas con otras complacientes y grotescas. Y la acción se estira hasta lo intolerable. Más ruido que nueces.

Ricardo Bedoya 

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