20 años de estrenos de cine en el Perú (1950-1969), por Emilio Bustamante

20 años de estrenos de cine en el Perú (1950-1969) de Isaac León Frías[1], publicado por el Fondo Editorial de la Universidad de Lima, es un libro muy útil para actuales y futuras investigaciones. Es fruto de una investigación sobre los estrenos cinematográficos en la cartelera comercial limeña durante dos décadas. Contiene abundante información, atinadas reflexiones, reveladores e inesperados datos.

Como señala el autor, en el lapso que abarca el libro tienen lugar la culminación del clasicismo y la irrupción de la modernidad cinematográfica; la decadencia del sistema de estudios de Hollywood y la afirmación del cine autor. Es la época en la que Ford realiza The Searchers y Hitchcock crea Vértigo, y en la que Truffaut, Godard y Resnais causan conmoción con Los cuatrocientos golpes, Sin aliento y Hiroshima, mi amor, respectivamente. Son aquellas también las décadas en las que entran a la cartelera comercial peruana películas japonesas, en particular las de Akira Kurosawa, los filmes de Ingmar Bergman, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Luchino Visconti, Pier Paolo Pasolini, las comedias populares italianas, los largos del deshielo soviético, y, por supuesto,  filmes mexicanos y argentinos.  Se trata, pues, de años en los que hay una oferta de distintas narrativas y estilos cinematográficos (incluyendo estilos de actuación) para un público no selecto, sino popular y masivo. También en la que se renueva la crítica cinematográfica, en la que –como asimismo indica León Frías- a los habituales acercamientos contenidistas se oponen miradas formalistas –como la de Robles Godoy en su etapa de crítico- que cuestionan a la narrativa clásica y el cine de géneros, y la de Hablemos de cine que –bajo la influencia indirecta de André Bazin-  valora la puesta en escena por encima del relato y rescata a los cineastas que logran afirmar su autoría aun dentro del sistema de Hollywood.

La información del libro es valiosa y muy precisa. Incluye amplios listados de películas a los que se puede acceder mediante códigos QR. Presenta, es verdad, algunos vacíos que se deberán llenar en nuevas investigaciones. Por ejemplo, carece de precisión sobre los estrenos en otras ciudades del país distintas a Lima. Aunque León Frías especula que el 90% de las películas vistas en Lima se vio en provincias,  los estudios específicos sobre la exhibición cinematográfica en las otras ciudades del país que se hagan en adelante pueden ser, sin embargo, muy reveladores no solo del negocio cinematográfico y el consumo de películas sino de la relación del cine con las estructura social, los cambios de mentalidades y las pautas culturales en las diferentes regiones del Perú. Por ejemplo, el arquitecto huancaíno Wari Gálvez, en su libro Cines de cuaderno, también de reciente publicación, constata la existencia de  tres salas importantes en Huancayo (Real, Central y Astoria) durante las décadas de 1940 y 1950, que proyectaban  tres tipos de películas (mexicanas, argentinas y norteamericanas), destinados a tres estamentos sociales; el cine refleja de ese modo a una sociedad que estaba modernizándose, pero también evidenciaba la distinción entre las clases sociales en la ciudad de Huancayo a través del consumo de determinados discursos que suponían diferentes modelos culturales.

Si bien León Frías advierte que 20 años de estrenos de cine en el Perú (1950-1969) no es un libro de historia, el texto ayuda a situarse en una época distinta a la actual, en un pasado donde las cosas se hacían de otra forma y que, si no hubiera trabajos como este, hasta podría parecer que nunca existió.

¿Qué comprueba el libro de aquel entonces? Que existía en Lima una cartelera comercial, orientada a un público masivo, que si bien no era óptima, sí era variada y de alta calidad si la comparamos con la actual. Una cartelera en la que se podían distinguir diferentes nacionalidades, modos narrativos,  géneros y estilos, derivaba en la formación de un público popular informado y abierto a novedades, lo cual trascendía lo meramente cinematográfico. Aunque no fuese para nada la  intención de distribuidores y exhibidores, el sistema de entonces generaba espectadores menos proclives al conservadurismo. Era en este contexto que se realizaban las batallas del cine de parte de la crítica que desde el  estructuralismo, el marxismo o la fenomenología de inspiración cristiana de Bazin,  buscaba reconducir al público popular al análisis de los filmes y, en última instancia al cuestionamiento social o la revelación mística, pasando antes  por el reconocimiento de que el cine no era solo un negocio del espectáculo o una industria, sino también un arte, y que poseía un lenguaje que era necesario conocer.

El libro de León Frías permite que podamos comparar esa época con la actual. Hoy la cartelera comercial en Lima no es variada sino muy pobre. Está copada por películas norteamericanas, en su mayoría de fórmula, que presentan un solo modo narrativo, aquel que privilegia la estructura de tres actos con giros dramáticos y efectismos audiovisuales constantes para situar en una especie de montaña rusa a un espectador cuya edad mental se calcula en once años. No hay pues apertura a lo diverso, y el público -acostumbrado a este único tipo de cine, educado solamente en sus códigos por la distribución internacional- reacciona con aburrimiento o enfático rechazo a propuestas narrativas y estéticas diferentes. Se ha formado y se sigue formando, así, un público poco cultivado, conservador en el mejor de los casos, o intolerante en el peor.

Mientras que en la década de 1950 los filmes mexicanos ocupaban (en cuanto a cantidad de estrenos) el segundo lugar en la cartelera comercial, y en 1960 el tercer lugar, el vínculo con el cine latinoamericano hoy es prácticamente nulo. Salvo en eventos como el Festival de Lima, donde las entradas resultan caras para un público popular, y se agotan rápidamente (lo que es un indicativo también del estamento social que las adquiere), no hay muchas posibilidades de ver películas latinoamericanas en las pantallas de cine de Lima.

Sin embargo, se sigue haciendo en el mundo, incluida América Latina, un cine de alta calidad, siguen surgiendo autores valiosos en todos los continentes, aparecen nuevas cinematografías, nuevos modos narrativos, nuevos estilos, se expresan nuevas miradas. Pero nada de eso llega a la cartelera comercial, dominada por la distribución de las majors.

En el Perú (y en casi todo el mundo, en verdad), el mejor cine no se ve en las pantallas del gran circuito comercial orientado a un público masivo, sino en pantallas alternativas, la mayoría virtuales. El resultado es que hay actualmente un abismo entre un público masivo que concurre a las multisalas y una élite cinéfila muy informada. Una brecha que antes era mucho menor como mayor era la posibilidad de movilidad de un grupo a otro, del cinemero al cinéfilo.

En el Perú, un pequeño y exclusivo grupo de cinéfilos consume el mejor cine del mundo vía internet y Polvos Azules. La brecha sería mayor, aquí y en el mundo entero, si no hubiera piratería. Habría una mayor selección antinatural según la cual solo tendrían acceso a ese cine de alta calidad los cinéfilos económicamente solventes que pudieran pagar por ver esas películas en copias legales de BR o DVD, o a través de plataformas digitales cuyo costo sería muy alto.

Es verdad que  en internet y –específicamente- en plataformas virtuales se encuentra hoy una gran cantidad y variedad de películas de todos los tiempos que, en principio, están al alcance de un público numeroso;  pero la oferta virtual no asegura que ese público vea las películas más complejas. Estos nichos no resuelven el problema de fondo, que es el de la creación de un público amplio, informado y formado en la variedad. Lo más probable es que la mayoría de quienes  acceden a estos espacios, elija ver aquellas películas que emplean un lenguaje y un modo narrativo igual al que se le ha acostumbrado con la distribución cinematográfica internacional. Es lo que ocurre con Netflix, pero también con Retina Latina. El que busca lo diferente en una u otra plataforma o en Festival Scope es porque ya está formado en ver un cine distinto; es decir, porque ya pertenece  a una élite cinéfila.

Los esfuerzos más importantes para la creación de nuevos público deben, en realidad, partir de los Estados. Si el Estado, como es el caso del Perú, concibe al cine no como un negocio del espectáculo sino como un arte que contribuye fundamentalmente a la formación de la identidad nacional, como dice el reglamento de la actual ley de cine, entonces debería realizar ciertas acciones para la formación de audiencias más informadas y preparadas para apreciar y disfrutar la variedad de propuestas cinematográficas que existen en la actualidad.

En primer lugar, debería establecer la obligatoriedad de la enseñanza de cine en las escuelas (la ley actual dice que la promoción de esta enseñanza es uno de  sus objetivos, sin embargo los gobiernos nada han hecho en este sentido); así se evitaría que se formen los escolares en un único modo de ver (el de las majors), que es también un modo de pensar y concebir el mundo.

También es necesario que se acentúe la programación de cine peruano y latinoamericano con propuestas diversas en la televisión pública de señal abierta; algo que, en cierto modo, ya se ha intentado, pero sin la necesaria planificación y publicidad. Asimismo, el Estado debería emplear las plataformas virtuales que están a su alcance, y fortalecer la vinculación de estas plataformas con entidades sociales y educativas privadas y públicas para ampliar la difusión de un cine variado.  A todo ello deberían sumarse  la creación o la habilitación de espacios físicos de exhibición, es decir, circuito de salas alternativas; el respaldo y estímulo  a cineclubes privados ya existentes, y que han empezado a multiplicarse, sobre todo por iniciativas de jóvenes; la creación de una Cinemateca Nacional; y el establecimiento de la cuota de pantalla en las salas de exhibición comercial.

Para los críticos las tareas serían hacer conocer estos espacios físicos y virtuales donde se programa un cine distinto al hegemónico, comentar las películas que allí se exhiben, perseverar en la publicación de notas en blogs y páginas web; incursionar en videocríticas y videoensayos que puedan colgarse en Youtube o Vimeo; y seguir produciendo programas de televisión como El placer de los ojos o Cortos Ipe. Pero no desdeñar a la prensa escrita masiva. Es verdad, como dijo Federico de Cárdenas hace unos días, que la crítica en los medios impresos masivos se halla en vías de desaparición; pero mientras no desparezca es un filtro importantísimo. Federico mismo es, desde hace décadas, el crítico más leído del país pues no ha dejado de publicar en la prensa masiva, y su influencia ha sido positiva en varias generaciones de cinéfilos.

Estas son, creo yo, las batallas del cine que hoy libramos. En el fondo son batallas por el derecho a disfrutar de la diversidad y de ampliar nuestras miradas y horizontes, contra la elitización, el oscurantismo y la intolerancia.

Emilio Bustamante


[1] Esta es una versión corregida del texto leído en la presentación del libro durante el Festival de Lima.

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