Todo es amable y seductor en “Coco”: su exotismo benevolente y respetuoso, su corrección política, su visión de un mundo de los muertos que resulta entrañable hasta a los más pequeños, sus esqueletos que lucen como modelos para armar y desarmar, sus calaveras que parecen muñecos de azúcar, su homenaje a los mitos intocables de la cultura mexicana, su mirada sobre un más allá que convive con el aquí y el ahora y sin muros de por medio.

Visión celebratoria, de guirnaldas y picapica, incapaz de espantar a nadie, que fusiona el folclore latino con la abigarrada estética de un mall en época festiva. La travesía de Miguel, el niño que sueña con ser músico, está en las antípodas de la imaginería de algunas incursiones animadas de Tim Burton y Henry Selick en el mundo de lo siniestro, o de las macabras angustias de los personajes de “Toy Story 3” ante el fin de todas las cosas .

“Coco” es, sobre todo, un espectáculo visual notable y de técnica perfecta. Eso la redime de una acción que tarda en arrancar y desfallece por momentos.

Ricardo Bedoya