“Todo el dinero del mundo” es una película que será recordada por la supresión, a último minuto, de la participación del actor Kevin Spacey – destruido por un escándalo de acoso sexual cuando el filme ya se había rodado- y su reemplazo por Christopher Plummer.

Sin duda, se le evocará por esta anécdota, poderosa y hasta infamante, pero nada que por ella.

La historia del secuestro de Paul Getty III, nieto del magnate petrolero Paul Getty, está dirigida por Ridley Scott sin gracia ni ímpetu. Es un thriller mortecino, como el estilo sombrío de su fotografía en interiores, que se alarga hasta la extenuación.

La Italia de los años setenta, escenario del famoso secuestro, tiene un aire de estudio de Hollywood. Las referencias contextuales –la crisis del petróleo, las acciones de las Brigadas Rojas, la mafia calabresa, los rezagos del hipismo en el clima posterior de mayo del 68- son como pinceladas de algún barniz informativo. Las negociaciones para conseguir la libertad del muchacho desconocen el suspenso. El policía italiano es un personaje de comedia costumbrista. Los villanos son siluetas inertes.

Solo tiene algún peso la presencia de Christopher Plummer y el diseño de los ambientes en los que aparece.  El hombre más rico del mundo es insensible y duro. Este Kane solo posee un Rosebud despojado de misterio: el dinero. El retrato del sujeto desagradable y todopoderoso, pero frágil por la edad y los achaques, es interpretado con maestría por Christopher Plummer. Es el único elemento de la película que tiene una mínima complejidad. Y eso va directo al crédito del actor, que encarna al ser más ruin sin cotejarlo con el demonio.

Ricardo Bedoya