Qué difícil es escribir sobre un amigo tan cercano con quien se ha compartido más de 50 años de complicidad cinéfila y que, en medio de una vida activa y productiva, se va inesperadamente, ni siquiera de la noche a la mañana, sino en la mañana del martes 5 al despertarse, y sin problemas cardiacos como mencionó equivocadamente Quique Planas en la edición del miércoles 6 de El Comercio, error que se repite hoy domingo 10 en la nota de El Dominical del mismo diario. Un error que induce a la repetición y a que permanezca así en menciones o reseñas futuras. Hace 20 años, Federico tuvo un pre-infarto, pero luego ese episodio se superó y todos los chequeos, hasta hace muy poco, mostraron un corazón sano. No hubo operaciones ni marcapasos de por medio y su partida no ha sido a causa de un infarto del miocardio, sino al parecer, por la opinión del médico que lo vio ya fallecido, de un aneurisma o un colapso fulminante.
Nos conocimos en 1963 en el Cine Club de la Escuela de Bellas Artes, viendo entre otras las películas de Bergman que se habían estrenado en Lima a fines de los años cincuenta, cuando ni él ni yo éramos conscientes de la importancia del realizador sueco. Allí vimos Hacia la felicidad, Sonrisas de una noche de verano y Secretos de mujeres, entre algunas más. Así como nos conocimos viendo películas, las últimas veces que lo vi fue también viendo películas, en este caso las de los festivales Al Este de Lima y Lima Independiente hace muy pocos días. En ese largo intermedio estuvimos juntos en las revistas Hablemos de Cine (1965-1984) y La gran ilusión (1993-2003), en los cineclubes de la Universidad Católica y Lumière en los años sesenta, en el Cineclub Buñuel en la segunda mitad de los setenta, coincidiendo además en cuanto cineclub (muchísimo en el del Museo de Arte entre 1963 y 1985) y festival hubiese en Lima. Por cierto, la aparición de la Filmoteca de Lima en 1986 fue otro espacio de encuentro permanente durante 15 años seguidos.
En los últimos años compartíamos actividades en el comité de programación del Festival del CCPUCP, en el Directorio de la Filmoteca de la PUCP y seguíamos encontrándonos habitualmente en la sala del CCPUCP (con mayor frecuencia) y en todos los festivales locales. De unos años a esta parte, con el único crítico local, incluidos los más jóvenes, con el que tenía la seguridad de compartir festivales y programas de la Filmoteca era con Fico, siempre infaltable. Ni siquiera asistía con esa frecuencia Ricardo Bedoya, y no porque no hubiese querido compartir esas funciones, sino porque cuando llega cada uno de estos festivales o muestras él ya ha visto en plataformas de Internet la mitad o más de las películas, lo que no significa que haya cedido su preferencia por verlas en pantalla grande. Ricardo no se adelanta a ver películas que sabe va a ver por primera vez en pantalla grande.
Diversos proyectos en los últimos tiempos, entre ellos la edición de la antología de Hablemos de Cine, cuyo segundo volumen no pudo llegar a ver, parecían haber reforzado su empeño por incrementar incluso sus actividades. Una de ellas era el programa de “Música y Cine” que tenía a su cargo en la sala azul del CCPUCP, como parte de las actividades de la Sociedad Filarmónica, de la que era directivo.
Es muy probable que, de no haber mediado el cine, no hubiera sido amigo de Fico o no de la misma manera, pues él no era lo que se conoce como una personalidad sociable.
Tímido y de apariencia un tanto huraña ocultaba ese lado cálido que hacía de él, y ya lo han señalado otros amigos, una persona de una fidelidad permanente, un hombre de afectos firmes y de permanencias, manteniendo siempre una extrema sobriedad y un comportamiento austero, incluso en sus demostraciones de afecto. Aun cuando en los últimos años Fico vivió lo que podríamos llamar la etapa zen de su existencia (sereno, apacible, conciliador), sólo en las advertencias de que se apagaran celulares o se guardara silencio, se advertía en él al que antes, sin ser intolerante, demostraba por momentos una personalidad más enérgica que incluso podía engañar a quienes no lo conocían y hacerlo pasar por alguien irascible o malhumorado.
Con mayores apariciones en público y con una participación decidida en presentaciones de películas y en debates en los apasionados años de la cinefilia juvenil, después de su estancia de cinco años en Paris (1969-1974), donde vio más películas que nunca, su figura se hizo más discreta con la dedicación al periodismo y la disciplinada crítica de cine que ejerció respectivamente desde 1975 en La Prensa, El Observador y La República, con una amplitud de la que nadie más disponía en nuestro medio. Más que en la expresión oral, la capacidad de Fico se prodigó en la escritura donde ha dejado infinidad de textos que tendrán que ser recogidos de modo que puedan conocerse y leerse.
Con todo lo que nos unió, Fico no fue un “amigo íntimo”. Yo no tengo amigos íntimos (mi amiga más íntima es Rosa, mi esposa) y con los más cercanos mantengo siempre un vínculo de enorme confianza, pero con un margen de discreción, de respeto a la intimidad. Eric Rohmer, a la muerte de Truffaut, escribió que su relación personal con el autor de Los 400 golpes mantuvo esa línea de contención. Con Fico, como me ocurre con Ricardo Bedoya o con Javier Protzel, nunca nos saludamos ni con un apretón de manos ni con un abrazo. Una o dos palmadas en el brazo o en el hombro. Un saludo fraterno, como para dar cuenta de un vínculo de familiaridad que no requiere de mayores demostraciones. Un vínculo, que ahora que no está, echo y echaré en falta por el tiempo que me quede por delante. Con él pierdo, además, al tercero y último de los amigos- hermanos con los que iniciamos y mantuvimos hasta el final la aventura de Hablemos de Cine. Con la partida de Fico se va el último cinéfilo coetáneo peruano, el último de mi generación con un interés enciclopédico por el cine similar al mío. Es verdad que él era un lector indesmayable de novelas y textos literarios y un melómano consumado, campos en los que he confesado, no mi desinterés (todo lo contrario), sino mi sentimiento de culpa por no haberles dedicado la atención que hubiese querido. Fico se organizaba muy bien, mientras que yo por lo visto soy uno de esos ‘animales cinematográficos’ que no logra establecer esa conciliación de tiempos. Entre el Magnificat de Bach, que Federico escuchó el sábado anterior a su partida en el Gran Teatro Nacional, y que cuánto me hubiese gustado escuchar en vivo, y la exhibición de Claire’s camera, de Hong Sangsoo, en el Festival Lima Independiente, opté por la segunda. Fico lo hizo por el Magnificat postergando la visión de Claire´s camera, entre otras cosas porque, finalmente, y después de muchos años de resistencia, se avino a ver películas en plataformas de internet o en DVD en casa, lo que a mí me sigue costando mucho. Sin embargo, como le consta a quienes lo vieron en el Festival Al Este de Lima, hasta sus últimas días no dejó de asistir a proyecciones en salas.
Habrá ocasión de ir relatando tantas anécdotas de una personalidad fuera de lo común, uno de esos “raros” que no se hacen otra cosa que hablar de cosas “tan banales como las películas”, al decir de una vecina que nos escuchaba tras las paredes de mi departamento en las reuniones semanales de Hablemos de Cine. Si alguien tenía una capacidad espartana para ver cine en este mundo (incluso limitando la alimentación) ese era Federico. Había que verlo en los festivales extranjeros viendo películas desde las 9 de la mañana hasta pasada la medianoche, o tanto fuera como en Lima apurando el paso a trancazos (nadie podía igualar su paso) para llegar antes del comienzo de una película. Con la partida de Fico, que no podrá ver el Bergman ‘comercial’ ( Esto no puede suceder aquí, 1950) que nunca vio ni The other side of the wind, de Welles, que tanto ansiaba ver, me quedo con un hondo sentimiento de orfandad, de vacío por la ausencia del último de los hermanos mayores, de esos hermanos que uno escoge libremente, y cuya desaparición nos hace sentir un poco más solos y desamparados.
Chacho León Frías
(En la foto, de izquierda a derecha: Chacho León, Javier Protzel, Federico de Cárdenas. Cortesía de María Teresa Quiroz Velazco)