Sicario: día del soldado

“Sicario: día del soldado” vuelve sobre el mundo de los carteles de la droga y la guerra sucia desatada en torno de ellos. El primer Sicario lo dirigió el canadiense Denis Villeneuve. Ahora le toca el turno a Stefano Sollima.

En esta secuela, Sollima suprime al personaje de Emily Blunt y, con ella, descarta el punto de vista conmovido o inconsciente de la violencia que le sale al encuentro. El italiano prefiere ir al grano y no andarse con remilgos.  Destaca la contundencia de las acciones, agita las volteretas de la intriga y radicaliza la violencia.

La frontera de los Estados Unidos con México es territorio de “bad hombres”, como lo quiere Trump, un lugar donde se decide la cotización del precio de las drogas,  se cuelan indeseables y  se alienta el paso de terroristas del Estado Islámico hacia el territorio estadounidense. Es un desierto real y metafórico donde rige la violencia sin cuartel y han desaparecido las diferencias entre el bien y el mal. Si algo remite al western -acaso las imágenes de los hombres viajando por los espacios abiertos e imponiendo su ley represiva para enfrentar al caos-, esta referencia parece ajustarse mejor a la idea del género que tenía su padre, Sergio, representante del western italiano (“Corre, hombre, corre”, “Cara a cara”, “Ajuste de cuentas”), pero también del thriller duro, como “Ciudad violenta”, una de sus mejores películas. Puro relativismo moral, paisajes calcinados, ambientes sucios, fotografía de tonos ocres, atracción por los espacios fronterizos y mugrientos, fondo musical opresivo, despreocupación por el realismo y hasta por la verosimilitud de algunos incidentes. También, celebración de los tiros en la nuca y las ejecuciones sumarias, filmadas con seca y turbadora precisión, mientras verdugos y víctimas se ponen en disposición coreográfica.

Y pasión por la figura del hombre duro. El estólido personaje de Benicio del Toro, encargado de secuestrar a la hija de un narcotraficante, resucita la figura del vaquero sin ley, destino, ni buena estrella. Del tradicional “bounty killer” que, en este caso, está impulsado por un sentimiento de revancha personal. Tomar la ley en las manos parece ser una acción legítima ante la barbarie generalizada. El que ejecuta la venganza tiene de antihéroe y de paternal protector, o de mesías, como parece confirmarse en los quince minutos finales, que se desbarrancan en el tópico. Y todo para perfilar la introducción del Sicario 3.

Sin duda, hay mucho de pestilente en la visión de México (esa chacra que los fuertes cruzan y pisan sin pedir autorización), de la frontera y de la revancha que ofrece este “Sicario”, pero no podemos dejar de señalar momentos de auténtica fuerza, como aquel que muestra al “soldado” del ISIS, en la puerta del supermercado, enfrentado a una madre y su hija.

Ricardo Bedoya      

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