El abuelo

El concepto es atractivo: “El abuelo” parte, en compañía de su hijo y dos nietos, en un viaje de reencuentros y revelaciones que tiene como destino la ciudad donde creció. El escenario es la carretera. El relato se organiza en torno de episodios de búsquedas y encuentros. El tono acompaña los desfallecimientos del viaje, sus tensiones, contrastes –a veces dramáticos; otras veces, ridículos-  y frustraciones. Los personajes se perfilan en el camino.

El regreso a casa. La memoria reencontrada. El viaje en el que van descubriendo verdades escondidas. Son los materiales que sustentaron grandes películas, desde “Las fresas salvajes” hasta “Viaje al comienzo del mundo”.  

“El abuelo”, primer largometraje de Gustavo Saavedra, emprende la ruta con material prometedor y ambición de estilo. Pero a poco de partir aparecen los problemas. Tres se mantienen durante todo el trayecto. Uno, queda eliminado al poco tiempo.

El primer problema tiene su origen en el guion. Se siente sobrescrito. Abunda en explicaciones. Coloca letreros o leyendas sobre las intenciones de los personajes, a los que tipifica en exceso. Carga la narración en primera persona. Resuelve la trayectoria del abuelo con un discurso ante la cámara que reitera aquello que ya conocimos en los encuentros del anciano con los personajes de su pasado.  Apunta la lección de vida o la enseñanza impartida.

El segundo tiene que ver con el empleo de la música de fondo, esos rasgueos que persisten sin atender a la evolución de los acentos emocionales de las acciones. Que están ahí y no se van. Que no dan paso al silencio.  

El tercero  está vinculado con el tratamiento visual de los paisajes, que aparecen primorosos como postales turísticas. Esos escenarios naturales pueden ser bellos e imponentes en la realidad, pero  en su figuración aparecen como insertos desgajados del conjunto o acicalados parches que compensan falencias narrativas y dramáticas.

Los problemas que –felizmente- se eliminan pronto son los ocasionados por el nieto conflictivo. En quince minutos, el personaje emula los humores y aflicciones –de clave psicoanalítica- que agitaban al James Dean de “Al este del paraíso”.  El diseño del personaje, dispuesto para poner el toque dramático de la disfunción familiar, resulta chirriante desde que aparece. La pelea con la vendedora ambulante prueba su gratuidad.

Los aciertos aparecen cuando la película se limita a observar los gestos de decepción ante lo que no se encuentra en el camino o de pesar del abuelo ante el deterioro de los lugares que conoció. O de humor y contrastes. Es decir, cuando la película se sacude de la necesidad de aleccionar o de cargar las tintas en lo dramático.

Hay que destacar el trabajo de dirección artística. Los interiores de la casa del hermano en Huamachuco van más allá de la mera ambientación. Estilizan de modo sobrio pero potente, sin alardes.    

Ricardo Bedoya

 

            

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