Rosa mística

Más que una película biográfica, “Rosa mística” traza un perfil del personaje de Rosa de Lima mientras debate los asuntos de su fe y de las experiencias trascendentes que pretende alcanzar.

En otras palabras, el relato no está impulsado por el deseo de narrar una historia de la A a la Z. Lo que vemos es una sucesión de episodios, ordenados por capítulos, que muestran a diversos personajes enfrentando las convicciones de una joven terca y segura de su vocación.

No encontramos aquí una mirada provocadora o controversial sobre Rosa de Lima. La película no apela a los conocimientos de la ciencia de hoy, ni a la siquiatría, ni al sicoanálisis, para entender las decisiones de esa muchacha y las razones de su apego al dolor y al sacrificio. Tampoco se puede hablar de gestos feministas para explicar la rebeldía de una mujer que resiste a los deseos de sus padres y a los pedidos de la jerarquía eclesiástica. Se examina al personaje en función de las creencias de su época

La Rosa que retrata Augusto Tamayo San Román es una joven que busca gratificarse mediante estímulos que los otros no comprenden. No se postula tesis alguna ni se pretende interpretar su conducta, por más mórbida que parezca. A lo más se constata la huella que deja en ella la irrupción de una sexualidad que Fiorella Pennano sugiere, con discreción,  en sus gestos y expresiones corporales.

Los personajes de las películas de Tamayo son seres obstinados. Siempre están movidos por un empeño que provoca la hostilidad o la incomprensión del entorno. Por eso, Rosa de Lima no es distinta a los personajes de “El bien esquivo” o de “Una sombra al frente”, aunque sus motivaciones sean otras ya que están impulsadas por la fe.

Como obstinado también es el sistema que enmarca la película. Se sustenta en una organización celular, de episodios separados, estancos, cerrados sobre sí mismos. Como si replicase el espacio de la ermita en el huerto, que también es celda y sitio de reclusión voluntaria. Es un sistema sofocante, de espacios visuales restringidos, que condicionan la disposición de los personajes en el encuadre. Cada situación se pone en escena como si tratase de la representación de una comparecencia forzosa y los largos diálogos se desarrollasen a través de locutorios.

Es, sin duda, una opción tomada. Crea un ambiente y da cuerpo a un estilo visual, pero se torna reiterativa.  Los debates sobre la naturaleza de las visiones místicas, sobre la teoría del dolor, sobre la imitación de Cristo, o sobre la impronta de Catalina de Siena, aportan el lado discursivo que quiere la película para sí pero, al redundar, la frenan, lastran su ritmo, la enrarecen. La tornan morosa y sofocante.

Y en el camino se desdibuja la originalidad del estilo que aparece en las primeras secuencias, sobre todo en la del recorrido por la huerta. No solo se reiteran los debates sobre temas teológicos. El tratamiento visual, por repetición, tiende a lo ilustrativo al encauzar un desarrollo dramático que se aferra lo tradicional.

Lo que se supera solo en algunos momentos. Ocurren cuando las representaciones tienen un pie en lo realista y el otro en lo fantástico, mezclando las dimensiones de lo imaginario y lo vivido para expresar  las creencias  de Rosa (los pétalos de rosa que aparecen, o la incursión del diablo… probablemente), pero sin alterar la textura de las imágenes.[1]

“Rosa mística” está lejos de ser una estampita. Aquí no hay imágenes de devocionario, ni piedad contrita.  Por el contrario, vemos una aproximación laica –próxima y respetuosa, pero sin exaltación ni fideísmo alguno-  a la dimensión de lo sacro y al personaje que la encarna y sus contradicciones, esas que la llevan a presentarse a sí misma acaso como una embustera.

Tamayo es un cineasta interesado por la recreación del pasado. Le preocupa lograr la mayor verosimilitud en las atmósferas y atiende al máximo los asuntos del vestuario, las escenografías y la dirección artística en general. Aquí consigue crear una atmósfera solvente en su reconstrucción de los interiores domésticos y eclesiásticos de la Lima del siglo XVII. Lo mismo ocurre con la fotografía de Juan Durán, anclada en referentes plásticos, que aprovecha la expresividad de las luces laterales sobre los rostros de los actores y sus contrastes con los fondos sombríos.

“Rosa mística” es distinta a cualquier otra película peruana. Busca un estilo y afirma una sensibilidad que puede parecer anacrónica, pero que es la que Tamayo quiere expresar. Y eso, a pesar de las debilidades señaladas, es un mérito.

Ricardo Bedoya



[1]Esos pasajes nos permiten recordar algunas opciones estilísticas seguidas en películas cercanas en asunto o espíritu, pero que se distancian de modo radical del tratamiento de “Rosa mística”: la apuesta por el anacronismo manifiesto a la manera de Oliveira; o la teatralidad del Rivette de “La religiosa”; o la austeridad elíptica de Cavalier en “Thérèse”; o el ascético minimalismo de “Dies Irae”.

 

2 thoughts on “Rosa mística

  1. En varios sentidos “Rosa mística” es una película peruana única. Yo no recuerdo otra película peruana con tal tratamiento del español del guion, un tratamiento tan rico y variado; tal vez, solo otras del propio Tamayo. La fotografía también contribuye: es un despliegue de iluminaciones muy cuidadas, algunas de ellas místicas. La actuación de Fiorella Pennano es deslumbrante. Yo comparo la pasión de la vocación de Rosa con una pasión que debe recorrer todas sus estaciones (en el sentido religioso de la palabra) para alcanzar su consumación (en el doble sentido de esta palabra), así como hay recorrido pasional en “El imperio de los sentidos”. De acuerdo, “Rosa mística” no es hagiografía, es historia episódica. Lo trascendente de Rosa es lo que no habla para nosotros, lo que calla, es el silencio de Dios así como hay silencio torturante en el “Silencio” de Scorsese.

  2. Uno de los aspectos más interesantes en “Rosa Mística” es cómo se extrae a la santa de la mera estampita en que la conocemos, a través de sugerencias sexuales. Al inicio de la película, la protagonista, entre árboles, mira al cielo nocturno y siente aparentemente la invisible presencia de Dios. El corte de la edición muestra a continuación un plano detalle del fuego intenso de la chimenea, cerca de la cual su padre le habla del fuego que purifica la materia.

    Ese fuego que acompaña la imagen de Rosa en las escenas interiores de la casa de sus padres, en efecto, se asocia con la relación del personaje con su cuerpo como una materia a purificar, o que más bien desea superar para alcanzar lo divino, en la línea de la afirmación de Juan 6, 63 (“Es el espíritu quien da vida, la carne no vale nada”). Pero, ese fuego se vincula aún más con el deseo ardiente de Rosa por Cristo.

    Ese ardor se siente en la escena del éxtasis de Rosa, en que sus ojos parpadean y se blanquean como si experimentara un orgasmo, hasta desvanecerse ante la imagen de la cruz; en el encuadre en que ella se acerca a las llagas del pecho de un Cristo de madera, para besarlas; y en la escena que le da un mayor sentido a dicho encuadre: unas autoridades religiosas le exigen a Rosa que describa, como si se tratara de Juana de Arco, las visiones que tiene de Cristo, y en relación a una de ellas, señala que vio a Jesús derramando de sus heridas sangre que parece miel, y que deseaba probarla.

    Bajo esa estructura de sentido, otros diálogos revelan posibles lecturas de la fantasía de Rosa con Cristo. A una superiora, la protagonista le dice que llegó a llorar tanto que su ropa quedó húmeda, y que ese llanto fue producido por su Señor; en otro momento, por oposición, encontramos que al quejarse por ayudar al prójimo y de no poder realizar sus ejercicios dedicados a Jesús, exclama: “¡Estoy seca!, ¡Estoy seca!…”.

    No es casual la vinculación del proceso místico con el erotismo. Ella se puede identificar en el San Juan de la Cruz de la obra poética “Cántico espiritual”, en la que se halla ese “Esposo Cristo” al cual Rosa, como el Alma que describe el vate español, se siente entregada totalmente. Él es el Amado ante el cual cualquier hombre que se aproxime para convertirla en su pareja matrimonial puede incluso ser la encarnación del maligno, del inmundo, que se confunde fantasmalmente con un can que ladra para perturbar sus meditaciones.

    En “Cántico espiritual”, el Alma cuenta que bebió de su Amado Cristo en su “interior bodega”: “Allí me dio su pecho, allí me enseñó ciencia muy sabrosa”. Ese acercamiento a Jesús visualizado como alguien que da de beber de su propio cuerpo es parte de la intensa fantasía que invade a Rosa. La referencia sagrada a la miel que hace ella también se puede encontrar en un pasaje de “Llama de amor viva“ del mismo San Juan de la Cruz: “oh toque delicado, cuya delicadeza es más sutil y más curiosa que todas las sutilezas y hermosuras de las criaturas con infinito exceso, y más dulce y sabroso que la miel y que el panal, pues que sabes a vida eterna, que tanto me la das a gustar cuanto más íntimamente me tocas…”.

    Los encuadres quietos y la ausencia de cualquier acento musical en las escenas en que la protagonista se encuentra en un estado de aislamiento leyendo, pensando en su Amado, o escuchando solo sus propios gemidos ante los azotes que ella misma se propina, parecen ser el reflejo de aquel pasaje del “Cántico espiritual” que describe “la música callada, la soledad sonora”.

    Pero ese erotismo de la película también se conecta con la propia poesía de Santa Rosa de Lima, específicamente con aquel famoso verso que escribió y que dice “por amarte padezco dulce violencia”, la que se encarna en los momentos en que diversos objetos punzantes penetran su piel, hasta hacerla sangrar.

    Se pueden cuestionar más de un aspecto de “Rosa Mística”. Sobre todo, es una película que debió durar mucho menos. Hay escenas que sobran y que además rompen con su sombría atmósfera de exploración interior, en particular la secuencia de la amenaza pirata, narrada por momentos con un ritmo trepidante y una música demasiado enfática, y que de ser removida no afectaría al propio relato como tal. Esas escenas que se sienten demás, casi como meras anécdotas, hacen perder la tensa serenidad que va construyendo la película.

    Más allá de ello, lo mejor de “Rosa Mística” está justamente en esas escenas en que el personaje principal confronta su fe con autoridades de la Iglesia, en medio de una fotografía tenebrista que parece devorarla; en las secuencias en que la protagonista deambula entre la realidad y la fantasmagoría del desvarío o la pesadilla, y en la propia actuación de Fiorella Pennano, que da carnalidad a esos parlamentos recitados. No solo su cuerpo que palidece o se estremece, sino sus propios alaridos, sinestésicos al transmitir el dolor más profundo y agónico de Santa Rosa de Lima.

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