Cómo devaluar el calificativo de “obra maestra”

Lo dice Carlos Esquívez en su comentario: se ha devaluado  el uso de la categoría de obras maestras. En efecto, la aplicación indiscriminada de una calificación que, se supone, está reservada a las películas cuyos méritos estéticos están en los puntos más altos, conduce, como ocurre con otros términos y expresiones, a que pierdan su sentido original, a que no signifiquen lo mismo que significaban antes (o lo que siguen significando para algunos de nosotros). Encima, que esa aplicación provenga de la mano de quienes fungen de críticos de cine (como es el caso de Pimentel)  la hace más chapucera e irresponsable.

Por supuesto, no se trata de imponer a nadie una escala o un orden jerárquico de méritos artístico, como ha malentendido Farid Rodríguez lo que expresé en mi post anterior. Cada cual es libre de elegir qué es lo que le gusta mucho, poco o nada. Pero quien escribe en plan de crítico de cine, y lo aclara muy bien Esquívez, no puede ir soltando calificativos non plus ultra, por más que ande encontrando aquí y allá profundidades metafísicas.

En rigor, no abundan las obras maestras ni en el cine ni en otras expresiones artísticas y de eso pueden dar fe numerosos especialistas a lo largo del mundo. Las obras maestras son más bien escasas y aisladas y no siempre son los que destacan en el escaparate de los festivales internacionales. ¿Cuántas obras maestras se pueden hallar en la producción mundial de un año?   Eso no se puede establecer por consenso y es bastante difícil hacerlo por mayoría (la Internacional Cinéfila que coordina el buen amigo Roger Koza sería solo una pequeña parcela de un universo de límites imprecisos), pero seguramente, si se intentara una aproximación, recogiendo las valoraciones de aquí y de allá, sería una relación bastante acotada y no porque no se puedan encontrar cada año una porción significativa de buenas películas. Una buena película, no obstante, no es sinónimo de obra maestra.

Hay periodos o etapas en las que aumenta la cantidad de esas realizaciones que alcanzan un grado de intensidad o plenitud superiores. Los años cincuenta en el cine norteamericano o japonés serían un buen ejemplo, debido a factores y circunstancias que sería muy largo explicar ahora, pero que podría resumir apretadamente en el hecho de que son periodos de culminación o sedimentación de un largo proceso estético e industrial experimentado, cada uno con sus propias características, por esas cinematografías. Por eso es que no es fácil descubrir a primera vista una obra maestra, con algunas excepciones, por cierto. Si me piden mencionar las obras maestras más recientes que he visto, me inclinaría a decir que  son Copia certificada, de Abbas Kiarostami, y El profundo mar azul, de Terence Davies, pero no haría una afirmación taxativa, ni siquiera lo escribiría en una crítica. Porque, insisto, se requiere de una cierta perspectiva histórica para darle a una película categoría de obra maestra. La inmediatez no facilita las cosas y por eso, y sin que se pierda el entusiasmo ni la pasión, se impone una cierta prudencia.

Por eso es que las listas de mejores películas de todos los tiempos privilegian ampliamente títulos de hace 50 y más años. Eso no es conservadurismo, pues un segmento muy alto de los que califican son críticos jóvenes o relativamente jóvenes que, además, están muy comprometidos, desde su espacio, con el cine más avanzado que se hace en el mundo.  Personalmente, he visto a lo largo del año una buena cantidad de películas recientes realmente estimulantes y valiosas (allí están mis preferencias, sólo de lo exhibido en Lima, en este mismo blog) pero, salvo Copia certificada, no las pondría en lo más alto del escalafón fílmico.

Véase la última lista  de la revista Sight and Sound  que promedia los listados individuales de casi mil votantes, entre críticos, historiadores del cine, programadores de festivales, cinematecas o salas de arte, cineastas, etc. Ninguna de las primeras diez películas ha sido realizada después de  1968   y dentro de las 100 primeras sólo  25 títulos han sido filmados después de 1970. Esto no significa menosprecio o desinterés por el cine más reciente. Es sólo una expresión de que la perspectiva de los años, la “prueba del tiempo”, permite tener una visión más clara de los méritos y  de que, gradualmente, se va accediendo a ciertos consensos mayoritarios. Una película como Vértigo, de Hitchcock, ha tenido que pasar por diversas batallas críticas a lo largo de varias décadas para acceder al primer lugar de las preferencias.

El crítico puede arriesgar opinión y entusiasmarse (y en buena hora!) descubriendo películas de hoy y de ayer que otros pueden haber pasado por alto. Es absolutamente legítimo que se haga la defensa de un título menospreciado o ignorado, al punto de atribuirle cualidades sobresalientes, pero lo  menos que se puede esperar de un crítico es que fundamente esa apreciación y eso, por cierto, es lo que hacen los buenos críticos como Adrian Martin, Jonathan Rosenbaum, Nicole Brenez o Miguel Marías hoy en día, o como hicieron en su momento Many Farber, Andre Bazin o la misma Pauline Keal, entre tantos otros que merecerían ser leídos con mayor regularidad, no para escribir como ellos y menos para “pensar” como ellos, sino para cotejar lo que uno siente y piensa con lo que ellos y otros sienten y piensan de las películas y del cine en general.   Así se podrá comprobar que ellos y otros no temen  cuestionar una película defendida por muchos o, a la inversa, levantar un film muy poco o nada apreciado y hacerlo con argumentos y razones realmente sólidos y persuasivos, aunque uno no esté de acuerdo con ellos.

Sin embargo, es pueril, por decir lo mínimo, que se adjudiquen alturas de obra maestra sin sustentación ninguna, “porque me gusta, pues”, a películas que pueden tener méritos, pero a las que se les hace escaso favor con tales excesos encomiásticos. Esa es la manera de devaluar la noción de obra maestra y, al mismo tiempo, de devaluar el propio ejercicio crítico que, de ese modo, se reduce casi al eslogan publicitario.  No hay mejor manera de desacreditar la crítica de cine que convertirla en una tribuna de frases altisonantes y en un rosario de atribuciones de obra maestra.

Isaac León Frías

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