Amor de vinilo

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“Amor de vinilo” (“Juliet, Naked”), de Jesse Peretz, está basada en una novela de Nick Hornby, el autor de “Alta fidelidad”. Tiene el aire de una comedia romántica,  aunque tal vez no lo sea.

Tal vez porque sus protagonistas parecen estar al abrigo de cualquier ilusión y viven en una suerte de eclipse emocional. La pareja conformada por Annie (Rose Byrne) y Duncan (Chris O’Dowd), residente en un pequeño pueblo inglés, se ha resignado al fracaso. Ellos dan por perdidos los quince años que han estado juntos.

Chris, por lo menos, conserva una chispa de entusiasmo: es fan de un cantante de “rock alternativo” llamado Tucker Crowe (Ethan Hawke), que tuvo alguna fama hace muchos años. Pero ella fue seguida por un retiro prematuro. Ahora, Tucker es un “has been”, lo que abona el “culto” que le consagran algunos.

Pero Annie no tiene otro estímulo que el detestar, con cierta discreción, al hombre admirado por su novio. Hasta que se produce un giro que tiene algo de aleatorio pero también de inevitable. El músico entabla una relación epistolar con Annie.

“Amor de vinilo” traza los retratos de los protagonistas sin temor de presentarlos en su soledad, resignación, debilidades o derrota. En paralelo, delinea con seguridad a los personajes secundarios. Todos adquieren perfiles consistentes, desde la hermana de Annie hasta la hija de Tucker. Y sabe alternar el clima de rutinas y molicie del lugar donde vive la pareja con los apuntes satíricos que se dirigen sobre el alcalde del pueblo y sus eventos.

Pero acierta sobre todo en la presentación del personaje de Tucker. El personaje idolatrado de las narrativas de los fans aparece desastrado, irreconocible. El creador de las “obras maestras” alucinadas por Duncan solo da pasos en falso. Apenas llegado a Londres lo derrumba un colapso. Su primera cita “romántica” se arruina. El deseado encuentro con la amiga británica es saboteado por una situación de enredo familiar que adquiere la forma de un crescendo humorístico que acaba en confusión y angustia (con personajes que entran a escena, se acumulan y alborotan como en las comedias de Robert Altman, pero sin sus afanes caricaturescos)  

La imagen de Tucker con su nieto en los brazos resulta desoladora. Curioso personaje. Promete romanticismo, pero impone distancia. Apela a la imagen juvenil y seductora del actor de “Antes del amanecer”, pero lo enfrenta a su propio deterioro. Aparece, ante Annie, como la alternativa desencantada y lúcida frente a la torpe inmadurez de Duncan, pero las circunstancias corroen esa imagen.

La comedia romántica suele ser asertiva y celebratoria de un tiempo presente que propicia encuentros felices. Aquí, en cambio, el camino que recorren Annie y Tucker aparece minado por las faltas del pasado y las decepciones actuales.

Ricardo Bedoya

 

 

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