Jamás llegarán a viejos: Sin malabares intelectuales

Image result for jamás llegarán a viejos

 

Ya anunciada para ser repuesta en el Centro Cultural de la PUCP vale la pena volver sobre esta película que, desde luego, y vista en las pantallas de los multicines (en Lima, muy pocas y en escasos horarios) es una rareza absoluta.  No porque sea una pieza extraña a la que se accede con dificultad, sino por tratarse de un documental que registra personajes y escenas de la Gran Guerra que se inició en Europa en 1914. Aunque ha sido hecha por el neozelandés Peter Jackson como un modo de acercar la Primera Guerra Mundial a los espectadores del siglo XXI, no deja de ser un documental que, como tal, no recibe una atención preferencial de parte de quienes visitan esas salas y menos tratándose de algo que, lamentablemente, interesa muy poco como es esa guerra.  Más bien, se hubiese podido esperar su lanzamiento vía streaming o en un canal de cable. Y en cines, en salas de arte que no tenemos. No tendría que ser una película para salas de arte pero las condiciones actuales terminan por confinarla a ese espacio de exhibición.

Como se sabe, y en este blog ya ha sido reseñada en comentarios previos, Jackson le ha agregado color al bloque central (las partes introductoria y final están en blanco y negro), agregando con ello un componente que no estaba en los materiales originales registrados en el periodo 1914-1918, cuando el color estaba aún lejos de ser incorporado a la imagen fílmica, aunque ya era una práctica conocida el tintado a uno o más tonos cromáticos de las imágenes. Jackson altera también la duración de los planos, e incorpora voces, ruidos y los relatos verbales de veteranos excombatientes grabados en los años sesenta.

No es la primera vez, por cierto, que se efectúan tales variaciones. En los años ochenta, Ted Turner “colorizó” varios títulos clásicos como Casablanca o El halcón maltés para hacerlos más atractivos a las generaciones jóvenes que habían crecido con el color como la norma cromática establecida. Una operación comercial, como también la es la de Jamás llegarán a viejos, con la diferencia, claro, de que esta última tiene una justificación, digamos, más defendible que la de la TNT en su momento. Otro ejemplo más reciente es el de la película mexicana La historia en la mirada, de José Ramón Mikelajáuregui, en la que el cineasta  trabaja con materiales del archivo documental de los hermanos Alva que recorrieron el territorio azteca en búsqueda de la mayor cantidad de imágenes que testimoniaran el curso de la Revolución (1911- 1917) que terminó con el largo periodo del porfiriato.  Aquí,  Mikelajáuregui  extiende igualmente la duración de las tomas para acentuar la visibilidad de las imágenes y proporcionarle, como hace Jamás llegarán a viejos, la cadencia propia del cine sonoro. A diferencia de la película de Jackson no hay voces, sino carteles que ubican los hechos.

En las últimas décadas se han prodigado películas que hacen uso del found footage, o metraje (pietaje, si se traduce literalmente) encontrado, es decir, material de archivo recién descubierto o depositado en algún espacio de conservación y usualmente no conocido o muy poco conocido de distinto carácter: periodístico, educativo, publicitario, científico, industrial, etc. De eso se vale un “clásico” del found footage como The atomic cafe  (1982). El found footage se vale asimismo de los “home movies” como se puede ver en The family album (1986), de Alan Berliner o en la mexicana La línea paterna (1996 ) de José Buill y Marisa Sistach. No califican como “metraje encontrado” los relatos de terror que hacen uso de las supuestas cámara de aficionado (La leyenda de la bruja de Blair),  profesional ([REC]) o de vigilancia o control (Actividad paranormal). Eso es, en todo caso, falso metraje encontrado porque, en realidad, ha sido especialmente registrado para los efectos de esas películas. Al respecto, hay que llamar la atención sobre la equívoca utilización del término en sitios web como el buscador Google o Wikipedia en los que prácticamente se reduce el alcance del término a esos relatos de terror.

El empleo creativo del found footage ha permitido el surgimiento de autores que personalizan la visión del pasado nacional (el húngaro Peter Forgácz o los italianos Yervan Gianikian y Angela Ricci Lucci) o de la propia historia familiar o personal (el norteamericano Ross Mc Elwin o el israelí brasileño David Perlov ).  O que incluso disuelven prácticamente las referencias al material original para crear un producto peculiar como un trabajo experimental. Es lo que hace el veterano cineasta norteamericano Ken Jacobs en Return to the scene of crime (2008)  o The guests (2013). Se podría establecer toda una tipología de modalidades de empleo del found footage que no es el caso hacer ahora. Lo mencionamos porque Jamás llegarán a viejos es un documental hecho a base de found footage, aunque en rigor está más próximo a lo que desde La caída de la dinastía Romanov (Esther Shuf, 1927) se conoce como “documental de montaje o de archivo”. Mi lucha (1960), de Erwin Leiser, Morir en Madrid (1963), de Frederic Rossif o El ojo de Vichy (1973), de Claude Chabrol son documentales de montaje, aunque hagan uso del found footage.

Mientras que el “documental de montaje” ordena de la forma más clara y didáctica la sucesión de unos hechos, el found footage contemporáneo los reordena en torno a una mirada reflexiva diferenciada, a una exploración particular del pasado allí evocado. En estos casos interesa menos el pretendido “rigor” en la secuencialidad de las imágenes mostradas que la afirmación del punto de vista personal, afirmación que no suele ser ni enfática ni demagógica, sino más bien sutil y discreta, a veces casi “clínica”, como en Oh!, uomo (2004), de  Gianikian y Ricci Lucci, que muestra a los mutilados de la Gran Guerra como una suerte de despojos de una conflagración brutal, de una humanidad profundamente menoscabada. No es el caso del documental de Jackson en el que se privilegia la secuencialidad, el desarrollo histórico de la manera más periodística posible, lo que no significa, por cierto, que no haya una mirada personal (la hay en todos los documentales de montaje) o que no se trasmita incluso una poética de esas imágenes que muestran a los soldados británicos preparándose para el combarte y en el escenario de la guerra.

Jamás llegarán a viejos recurre a imágenes no vistas y a otras ya conocidas, algunas de las cuales proceden de un documental filmado en 1916, La batalla de Somme, que ha sido restaurado en el 2014 y que convendría cotejar con el de Jackson. Puede ser una experiencia muy útil hacerlo. Esas imágenes han sido ordenadas de manera relativamente cronológica en la película del neozelandés, aunque sin la pretensión de hacer un seguimiento de fechas o hitos. Es la participación de los soldados británicos visiblemente procedentes en su mayoría de segmentos populares o de origen campesino (el detalle de los dientes faltantes o cariados es muy significativo), el centro de atención de un relato que, sin excederse, quiere dar cuenta de la dureza de las condiciones de la guerra, pero también de la determinación y valentía de esos jóvenes lanzados tempranamente a una muerte inminente.

Dije que se trata de un relato. Por lo pronto, una amplia porción del género documental se articula en relatos: de un acontecimiento o de una suma de ellos, de la vida de una personalidad, destacada o no, o de un personaje inventado en el llamado falso documental, de un proceso temporal, etc. En Jamás llegarán a viejos esa condición de relato adquiere un grado mayor de narratividad y aunque no se individualicen caracteres, el conglomerado de soldados constituye el eje sobre el cual de desplaza la acción desde el reclutamiento voluntario hasta el fin de la contienda, pasando panorámicamente por el desarrollo de la guerra, sin que se precisen las batallas ni los hitos de la guerra.

 Que constantemente os soldados miren a la cámara, aquello que con excepciones (en la comedia, sobre todo) estaba “prohibido” a los actores, no disminuye esa carga narrativa pero le proporciona a la película un curioso sesgo de “home movie”, de aire familiar, de momentos o situaciones, que no son todos, desde luego, en los que la mirada cómplice delata el gusto de ser filmados. Que es a la vez, probablemente, una de las mayores satisfacciones que esos uniformados anónimos podían experimentar en esos tiempos de espera a los ataques del enemigo o a las ofensivas en contra de aquel.

Jamás llegarán a viejos termina siendo un curioso ejercicio de participación escénica de esos soldados en los momentos de descanso o relax, y esta participación escénica no se hubiese percibido de la misma manera en el material original. Es una de las modificaciones probablemente más notorias del tratamiento impreso por Jackson, como si cien años más tarde esos rostros nos recordaran que hubo allí seres humanos en riesgo de muerte cuya presencia pudo ser inmortalizada por el cine. Como para darle una vez más la razón al crítico francés André Bazin que sentenció que con la llegada del cine la muerte dejaba de ser absoluta.

Isaac León Frías

Agregue un comentario

Su dirección de correo no se hará público. Los campos requeridos están marcados *

*
*
Website