Dentro de la muestra “Insurgencia en movimiento” que se presenta en el MALI, curada por Juan Daniel Molero, se exhibió el miércoles 10 de abril el cortometraje “Un día” de Leonardo Sagástegui.
Leonardo Sagástegui estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Federico Villarreal, y tiene un pequeño negocio de filmaciones de bodas. Además, produce, escribe, dirige y edita cortometrajes muy personales desde 1997; en la mayoría de ellos también actúa. Los géneros que aborda incluyen comedia, documental, tráiler y experimental. En todos hay humor, pero los personajes tienden a la caída y el anonimato; sufren humillaciones y parecen hallarse fatalmente condenados al fracaso o atraídos por él. Inclusive en “Cajitas” (2008), un corto experimental realizado con cajitas de fósforos, estas se hallan distribuidas como fichas de dominó que caen. El movimiento predominante de los cortos de Sagástegui es, siempre, hacia abajo.
Los cortos están grabados con cámaras domésticas, y la calidad de la imagen es débil, lo que contrasta con el fluido manejo de las convenciones audiovisuales que se observa en ellos. Aunque las actuaciones son amateurs, la estructura de los relatos es sólida. En más de uno se puede apreciar la misma locación interior que muestra ámbitos de clase media en declive, con paredes pintadas de azul, ventanas y puertas que dan a muros, estrechas habitaciones, muebles gastados, y viejos libros de cine. Los filmes no se hallan destinados a distribución comercial, han sido poco exhibidos en salas alternativas, y, salvo alguna excepción, no han tentado suerte en concursos. La mayoría se puede hallar en internet: en las cuentas que Sagástegui tiene en Dailymotion y Youtube, y en la página de su empresa Encuadre Producciones. Los más interesantes son los siguientes:
“Solicitud de personal” (1999). José María Iturbide (Sagástegui) quiere conseguir un nuevo trabajo. Su amigo Pancho ofrece ayudarle a que entre a laborar en la empresa donde él se desempeña; pero, para lograr su objetivo, Iturbide tiene que enfrentar unos kafkianos trámites durante más de un año y hacer trascendentes concesiones que comprometen a su identidad de género.
“Un día” (2002). Especie de documental performativo. La primera escena muestra al protagonista (Sagástegui) apagar un reloj despertador que marca las 10 de la mañana, y un letrero sobreimpreso que aclara que el día no es sábado ni domingo. A continuación, se ven auténticas imágenes de archivo de un programa de televisión de preguntas y respuestas (“Nadie sabe para quién trabaja” de Panamericana Televisión) con Sagástegui como concursante. El animador Luis Ángel Pinasco se equivoca dos veces al pronunciar su apellido, y lo presenta como “estudiante de Ciencias de la Comunicación, desempleado y que le gusta ir al cine”. En adelante se alternarán imágenes de un día en la vida anodina del protagonista con las del concurso en el que participa, en el que parece tener posibilidades de éxito. No obstante, textos sobreimpresos en las imágenes y la voz del narrador en off irán construyendo una apología del anonimato y anticiparán el fracaso.
“La tortuga, la liebre y los lobos” (2003). Ambientado en un colegio, con estudiantes de secundaria, tiene un argumento sencillo, buenas actuaciones, y fluida narrativa. Un chico está enamorado de una chica, pero no se atreve a declararle su amor; cuando por fin se decide, es demasiado tarde. La última escena lo muestra descendiendo las escaleras del colegio en ángulo picado.
“Es un azar no encontrarte” (2003). Documental hecho en memoria del poeta Elí Martín (1961-2001). Alterna imágenes del poeta leyendo sus textos, con fotos del recuerdo y testimonios de sus familiares y del escritor César Toro Montalvo. Hacia el final se escucha un verso: “Despojado de todo vértigo huiré al mar del olvido”; y poco después se lee la dedicatoria del director: “A Elí Martín, a quien por azar encontré frente al mar”. Aunque el corto tiene una forma bastante convencional, es emotivo, y la identificación entre el cineasta y el poeta homenajeado es evidente.
“En el día de los enamorados” (2005). Aparente documental, donde el director y su amigo John Pacheco cuentan a la cámara que han salido a repartir volantes de su empresa de videos para novios en el Día de los Enamorados. Vencidos por su timidez, sin embargo, no han podido entregar la mitad de los volantes. La actuación de Pacheco es hilarante.
“Se anuncia la partida” (2008). Documental co-dirigido con Santiago Risso sobre el inminente desalojo de los habitantes de El Ayllu, pueblo edificado en terrenos de la ex hacienda San Agustín que han sido expropiados por el gobierno para ampliar el aeropuerto Jorge Chávez. El corto tiene una forma bastante convencional, cercana al reportaje televisivo, y se centra en el personaje de la anciana maestra, Juanita Barrantes, de cuya muerte –después de grabado el documental- se da cuenta al final. La partida que se anuncia es no solo la de los pobladores del lugar (y, en especial, la de la maestra) sino también la de una forma de vida que ha devenido anacrónica en la urbe.
“Correr, correr, correr” (2008). Un joven se prepara para una maratón, pero al poco tiempo de iniciada esta, se detiene, reflexiona, da media vuelta y corre en dirección contraria, hacia un acantilado. Cuando la masa de competidores está alcanzando la meta, el joven llega solo al borde del precipicio y alza los brazos como si fuera el vencedor; una sobreimpresión de él haciendo este gesto sobre la ladera del barranco sugiere la caída como un triunfo. Sagástegui registra a su personaje de ficción en medio de los preparativos y de una competencia reales de maratón. En una escena hace un picado en toma subjetiva de los pies del maratonista corriendo que parece irónicamente inspirado en “Olympia” de Leni Riefenstahl.
“Cajitas” (2008). Unas cajas de fósforos dispuestas en fila adquieren movimiento cuando una alegre niña las hace caer como fichas de dominó con el fondo de una canción interpretada por Robbie Williams (“It’s De-lovely”). Las cajitas van cayendo por toda la ciudad, y dentro de una casa (donde conforman esculturas) hasta que una última cajita se precipita desde el techo hasta un pequeño recipiente de vidrio en el que, por fin, reposa.
En conjunto, los cortos constituyen un coherente discurso sobre la inclinación por el fracaso. En dos de ellos (“Un día” y “Correr, correr, correr”) se reivindica claramente al perdedor y se defiende el anonimato, en contra de la vanidad del éxito y la fama. Los antihéroes de Sagástegui no tienden a la trascendencia sino al olvido. El perfil bajo de Sagástegui como realizador (ajeno a toda publicidad e inclusive a los grupos de cineastas independientes), y su preferencia por un formato “menor” como el corto, resultan también muy acordes con la poética de su cine.
No obstante, la obra de Sagástegui encierra una utopía: la de unir el arte y la vida. La impresión que deja el visionado de sus cortos –hechos con poquísimos recursos materiales- es la de haber sido realizados por alguien para quien hacer cine es parte natural de su existencia. Sus cortos, además, aunque todos no sean explícitamente autobiográficos, conforman una especie de registro vital. Al verlos, parece que cualquier persona puede ser cineasta. Se trata, sin embargo, de una ilusión; para serlo hace falta vocación, conocimientos, imaginación y talento. Sagástegui los tiene.
Emilio Bustamante
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