El cine peruano en el 2019: Una nueva ley casi al cierre del año, por Isaac León Frías

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La producción y los estrenos

En el año que termina se estrenaron 34 películas, cifra record hasta la fecha, trazando un panorama similar al de años anteriores: por una parte, los títulos que apuntan a la taquilla y que han seguido siendo básicamente comedias, aunque con algunas excepciones como Django, en el nombre del hijo, Rapto o Sebastiana, la maldición. Por otra, los que tienen un sello personal y que, normalmente, se sitúan por debajo (a veces muy por debajo) de los 80 mil espectadores. En esta división gruesa quedan en una suerte de terreno intermedio propuestas como La pasión de Javier, de Eduardo Guillot, biopic de Javier Heraud, que no es una obra de autor o un relato que se sitúe en el terreno de la producción más claramente independiente, pero tampoco apunta a un público masivo como las producciones de Tondero o de Big Bang.

Por el lado, digamos, “comercial” sólo dos títulos superaron el medio millón de espectadores: Once machos 2, de Aldo Miyahiro/AMA Producciones  y Recontraloca, de Giovanni Ciccia/La Soga. La peor de mis bodas 2, de Adolfo Aguilar/Big Bang y Papá Youtuber, de Fernando Villarán/ Funny Games Films-Cinecolor Films (coproducción peruano-argentina) apenas superaron los 200 mil espectadores.  Por debajo están, siempre en la vertiente de las comedias, Papá X tres, de Sandro Ventura/Big Ban,  e Intercambiadas, de Daniel Vega/Tondero, entre otras.  Ninguna de ellas, por otra parte, aporta nada nuevo en la línea de una producción de género que se aleje de modelos televisivos y que configure una identidad diferenciada. Lo mismo podemos decir de los thrillers Rapto, de Frank Pérez-Garland/La soga-Aleph Cine (también coproducción con Argentina) y de Django 3, de Aldo Salvini/La Soga, que no reedita los aciertos parciales de la precedente, que también dirigió Salvini, aunque en términos de audiencia la última hizo poco más de 180 espectadores.

Continúa la tendencia a la baja en la producción que apunta al objetivo de convertirse en industrial, lo que debería llamar la atención de los productores sobre las políticas de géneros cinematográficos y esquemas narrativos que se vienen manejando, sin ninguna perspectiva, además, de transnacionalización. En líneas generales son productos domésticos y domesticados, prácticamente limitados al horizonte nacional y acaso al de alguna cadena de cable o de streaming.

En la línea de las obras que se ven favorecidas por los premios de la DAFO y el apoyo de fondos europeos, cabe destacar el estreno de Retablo, de Álvaro Delgado Aparicio, que ha venido obteniendo diversos reconocimientos en el extranjero, entre ellos precandidaturas para el Oscar, el BAFTA británico y el Goya español. En nuestra opinión, la opera prima de Delgado Aparicio ha sido la película peruana de mayor calidad entre las estrenadas y, por coincidencia con otras precedentes, está afincada en el medio campesino. Le sigue, Los helechos, de Antolín Prieto, de estilo muy relajado y de aire improvisado en torno a dos parejas en el ámbito campestre del norte peruano. 

La bronca (en la foto), de los hermanos Daniel y Diego Vega, no está en el nivel de Octubre y El mudo aunque, con una producción franciscana en Canadá, logra resultados estimables. También filmada en Canadá, Norte, de Fabrizio Aguilar, falla ostensiblemente en la secuencia final climática y afecta con ello la coherencia de un relato de conflicto familiar, que es también el motivo central de La bronca.

Casos complejos, del trujillano Omar Forero, es una aproximación con un estilo semiperiodístico a la temática de la corrupción en el norte del país, muy distinta a las películas anteriores del director, Los actores o Chicama.

Dos estrenos documentales llamaron la atención. El primero, El viaje de Javier, de Javier Corcuera, es casi el biopic oficial de Heraud y eso incide en un tratamiento en exceso complaciente, lo que no excluye el valor testimonial que ofrece. El otro, La revolución y la tierra, de Gonzalo Benavente, tiene como centro de interés el proceso de reforma agraria llevado a cabo durante el gobierno militar que presidió Velasco Alvarado, y ofrece un amplio material de archivo (con significativos vacíos del precario acervo audiovisual local), de entrevistas y de fragmentos de largometrajes peruanos asociados con los motivos de la tierra y otros. Si bien el documental es un poco disperso y no trasmite un punto de vista claro (que no tiene que ser propagandístico ni partidario) que se desprenda del ordenamiento de los materiales, es sin duda un acercamiento valioso a un periodo de la historia peruana del siglo XX hasta ahora muy poco tratado en el cine local.

Contra todos los pronósticos, La revolución y la tierra se convirtió en el documental con mayor concurrencia en la historia del cine peruano: con cerca de 90 mil espectadores en salas de estreno sorprendió a quienes creían que un material de carácter político no podía alcanzar una cifra tan elevada en el espacio de los multicines.

En tal sentido, esta película de Gonzalo Benavente demuestra que las previsiones son siempre inciertas. El caso de Sebastiana, la maldición, de Augusto Tamayo es ilustrativo. Hecha en función de una audiencia mucho mayor que aquella a la que estaban dirigidas las películas previas de Tamayo, Sebastiana alcanzó apenas la semana de rigor, demostrando que un relato de género no asegura nada. Además, la película pone en evidencia que hacer una obra de género no es aplicar una mecánica (de sustos y amplificaciones musicales sonoras, como en este caso), sino recrear las convenciones del género y aclimatarlas para que no se vean como algo mimético y, encima, muy endeble como en Sebastiana. Lo único aceptable son los primeros minutos, donde el realizador se aboca a lo que mejor hace: la reconstrucción del pasado.

Dejo de lado las películas peruanas que se exhibieron en festivales y otros espacios limeños y de provincias, y espero que Emilio Bustamante, el mayor conocedor de esa producción, pueda tratarla en este mismo blog. Como apunte final de este breve balance, hago notar que, junto con Retablo, Canción sin nombre, de Melina León, que se presentó en la Quincena de Realizadores de Cannes, y que aún no se ha estrenado, fue la película peruana que más se vio en festivales internacionales, lo que hace probablemente a 2019 como el año que albergó producciones nuestras (se incluyen también La bronca, La revolución y la tierra y alguna otra) en un mayor número de festivales que ningún otro año.

La nueva ley de cine

Casi al final del año el gobierno emitió el decreto de urgencia 022-2019 que norma la promoción del cine a cargo del Estado. El marco jurídico, que aún requiere ser reglamentado, amplía significativamente el fondo económico que otorgaba la ley promulgada en 1995 y señala diversos aspectos con relación a la educación cinematográfica y al establecimiento de una Cinemateca que han sido cuestionados por algunos opinantes, dejando casi de lado el asunto crucial de la exhibición.

En realidad, la norma legal, firmada por el Ministro saliente Francesco Petrozzi, responde a la demanda que desde hace algunos años el sector cinematográfico venía realizando y no es una ley integral, sino un conjunto de disposiciones que favorecen de manera preferencial una mayor amplitud en las entregas de premios. Es decir, el criterio economicista es el que predomina, cuando lo deseable y necesario era una normativa que contemplara los diversos aspectos en los que el Estado puede apuntalar una actividad que no se reduce al terreno de la producción de películas.

No hay duda de que se trata de un avance, pero es insuficiente,  aunque es destacable el trabajo que ha venido haciendo la DAFO, incrementando categorías de premios (posproducción, exhibición, restauración, festivales, proyectos culturales, etc.) y es de esperar que esta categorización pueda ser reforzada.

El asunto de la exhibición es fundamental y cualquier tratativa con las cadenas existentes se hace muy problemática para las películas que no responden a los estándares comerciales que se manejan en el negocio. Una sorpresa del tipo La revolución y la tierra, que llenaba salas (más bien con pocos horarios) es inusual, por lo que pedir flexibilidad a las cadenas es casi pedir peras al olmo. Aquí es donde se hace imprescindible lineamientos claros en la legislación y, por otra parte, la creación de salas alternativas a nivel nacional y no del capital privado (ojalá que lo hicieran), sino de inversión del gobierno central, regional o municipal; también, de ser posible, de asociaciones público-privadas. Por cierto, los canales electro-digitales no pueden ser obviados.

La cuestión de la Cinemateca

La nueva ley señala que se constituye en la Cinemateca el archivo de custodia de obras peruanas del Ministerio de Cultura. Hasta donde se sabe ese archivo si existe es muy precario. Eso, por tanto, no puede ser una Cinemateca, ni siquiera la base de una Cinemateca. Tiene que hacerse algo nuevo y para eso se necesitan recursos. Es indispensable hacerlo, pues no es posible que a estas alturas de la historia no contemos aún con un archivo que preserve el material audiovisual y solo el Estado tiene los medios para financiarlo y administrarlo.

El archivo hasta ahora existente, la Filmoteca de la PUCP, con 16 años de existencia, ha tenido muy poca producción en el campo de la preservación por falta de recursos debido en buena parte al escaso apoyo de la Universidad. La conducción de la Filmoteca se ha limitado a una sola persona y es inviable que todo el manejo pueda estar concentrado en un solo responsable. El cambio reciente en la coordinación de la Filmoteca no garantiza nada si es que no cambian las condiciones de existencia de esa dependencia de la PUCP que ofreció en meses pasados en versión restaurada el largometraje Dos caminos (Salvador Akoskin, 1972)

Por cierto, el trabajo de preservación tiene que concebirse como una tarea de colaboración interinstitucional, como lo hacen en Colombia la Cinemateca de Bogotá y el Fondo Patrimonio Fílmico.

El destino de la naciente Cinemateca, si es que se concreta realmente, y no se queda en el papel o como un depósito mínimo de discos duros, está unido al destino de la Filmoteca de la PUCP y también al de la Cinemateca del Cuzco, si es que llega a instalarse como está planeado. Solo la unión de esfuerzos, sin búsquedas de primacías, puede permitir que se eche a andar lo que hace mucho debería ser una actividad en expansión, como la de nuestros países vecinos, que hoy disponen de un acervo histórico documental y de ficción que no tenemos nosotros.

Isaac León Frías

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