El caso del documental sobre Hugo Blanco: mucho ruido y pocas nueces. Escribe Isaac León Frías

En defensa de Hugo Blanco | Servindi - Servicios de Comunicación ...

De lo políticamente correcto con sesgo progresista a lo políticamente correcto proveniente del otro extremo de la opinión.

Si se sigue debatiendo, aquí y en otras partes, la pertinencia de exhibir o no y en qué condiciones ciertas películas con contenidos racistas, aquí entre nosotros algunos pronunciamientos de altos militares y de periodistas y políticos que no suelen pronunciarse cuando están de por medio asuntos raciales, de igualdad de género o de defensa de minorías sexuales, han hecho conocer su cuestionamiento al Ministerio de Cultura por haber promovido el documental Hugo Blanco: Río profundo, de Malena Martínez.

Hay que empezar diciendo que lo que han logrado esos oficiales y esos políticos y periodistas es lo que siempre ocurre en estos casos de impugnaciones o pedidos de exclusión: que se le de al documental en este caso una notoriedad que de otra manera no hubiera tenido, pues por lo menos hasta ahora su difusión había sido mínima. Qué mejor manera de promover una película que pronunciarse en contra de ella. Malena Martínez, la directora, debe estar agradecida a Martha Chavez, Rafael Rey, Aldo Mariátegui y todos los que se han pronunciado públicamente. 

Más allá de esa publicidad inesperada, hay otros asuntos a considerar. Primero, el Ministerio de Cultura no elige cuáles son los proyectos o las películas premiadas en sus concursos. Eso lo hace un jurado ajeno al Ministerio, independientemente de lo que puedan pensar los responsables del organismo ministerial, y lo hacen a partir de una ley que fue promulgada cuando Alberto Fujimori era presidente y tenía amplia mayoría congresal. En esa ley está el origen de que un documental como el de Malena Martínez pueda obtener un premio y no está mal que eso sea así. No hubo en mi opinión muchos aciertos en los diez años de gobierno fujimorista, pero uno de ellos, por menor e insuficiente que haya sido, está en la creación de premios para proyectos de largometrajes en el Perú y de criterios para ser escogidos. Ninguno de esos criterios excluye que se pueda hacer un documental o una ficción sobre políticos con un pasado como el de Hugo Blanco. No es, pues, una decisión o una línea trazada por el MINCUL de ahora, es simplemente la aplicación de una norma promulgada en 1994.

Sospecho que muchos de los que cuestionan la película ni siquiera la han visto. Ha sido frecuente en las posiciones censoras a lo largo de la historia que se descartaran o prohibieran obras a partir de supuestos previos o de afirmaciones de terceros. Si se viera el documental, se podría comprobar que no es una apología del terrorismo ni un llamado a la acción violenta. Es un acercamiento, es verdad, solidario con el viejo Hugo Blanco con sus más de 90 años que, para todos los efectos, después de los intentos levantiscos de los años 60 fue capturado, procesado y encarcelado, y mucho después estuvo en la Asamblea Constituyente, fue diputado y senador y durante varias décadas no tuvo la menor prédica a favor de la lucha armada. Una aproximación a un personaje que para bien o para mal ha tenido una participación activa en la vida política peruana es, por lo pronto, periodísticamente muy útil. Es un testimonio que tiene un valor innegable, más allá del juicio personal que podamos tener acerca del entrevistado.

Por supuesto que está de por medio también el asunto de la libertad de expresión y de que es defendible, aunque no estemos de acuerdo con la posición que se exponga, el derecho de cualquier obra o de cualquier postura personal a ser expuesta, siempre y cuando no atente contra las leyes, y no hay nada en el documental sobre Hugo Blanco que signifique un atentado contra ninguna ley, a no ser que se fuercen argumentos que finalmente no tendrían sustento ni validez legal.

Hay otra razón poderosa en la que seguramente nunca se han puesto a pensar quienes han levantado la voz en contra del documental de Malena Martínez y es que no se puede sobrevalorar el rol que pueden tener las películas en la formación de actitudes o posiciones. Ninguna investigación seria ha demostrado nunca que el cine o la televisión tengan ese poder. Quien no está de acuerdo con las posiciones racistas no va a terminar convencido de ellas y eso vale para Lo que el viento se llevó y tantas otras películas. Quien no es pronazi o tiene simpatías por esa ideología no se va a ver convencido por las imágenes de El judío Suss o El triunfo de la voluntad. Lo que hacen mayormente las películas es en todo caso ratificar o confirmar las convicciones previas o las predisposiciones.

El católico creyente no duda de su fe frente a una propuesta atea y viceversa. Los seres humanos, por poca educación que tengan, no son veletas movidas por el viento. Son muy diversos los factores que contribuyen a la formación de opiniones y actitudes y en ellos las películas pueden contribuir, pero esa contribución es mínima al lado de otras que corresponden a los rasgos de la personalidad, al nivel de educación, a la presión del ambiente familiar, los grupos de influencia y las condiciones socioeconómicas.

Y, por último, nadie está obligado a ver lo que no quiere ver. Si no quieren ver el documental sobre Hugo Blanco, pues no lo vean, pero que no se pretenda, en nombre de las posiciones políticas o institucionales que se tengan, que se cuestione su derecho de existir y de ser visto por quien quiera hacerlo.

Isaac León Frías

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