La batalla por el buen cine, por Isaac León Frías

La crítica de cine de Armando Robles Godoy | Universidad de Lima

Advierto que voy a escribir esta nota sobre el libro editado por Emilio Bustamante conteniendo las críticas de Armando Robles Godoy en el diario La Prensa, muy desde la primera persona porque se trata de una historia que seguí de cerca.

Yo conocí a Robles Godoy en el curso del año 1962 llevándole al diario las gacetillas con el programa de los sábados del Cine Club de la Universidad Católica. No siempre, pero sí en algunas ocasiones me acercaba a su oficina y charlábamos por un rato, comentando películas de estreno o de otras que proyectaba la Asociación Cultural Cinematográfica, de la que él era programador y a la que me tocó asistir algunas veces al cine Le Paris y otras al Leuro, de Miraflores.

Armando tuvo la gentileza de anunciar en su columna, tal como lo muestra Emilio en el libro, el primer cursillo de cine que yo dicté a los 18 años en el Centro Juvenil de Miraflores, en marzo de 1963. Allí está el único testimonio impreso de mi inicio en la faceta de profesor que tomaría algunos años más para convertirse en mi principal actividad, además de la de ver y escribir sobre películas.

Yo esperaba con ilusión todos los días La Prensa con el deseo de leer Cine Comentarios, que no se publicaba diariamente, pero si dos o tres veces por semana. Era el único espacio periodístico en Lima en el que se trasmitía entusiasmo por el cine y se defendían opiniones con vehemencia. Se podía no estar de acuerdo con esas opiniones, pero no había modo de ignorarlas. Por cierto, para quien como yo tenía una clara vocación hacia la crítica de cine, resultó lamentable que esa columna se cerrara luego de unos 18 meses de publicación. El comentario de Los pájaros, de Hitchcock, o de 8 y 1/2, de Fellini, no pudieron aparecer allí porque se estrenaron poco después.

En realidad, Robles Godoy, más que un crítico, fue un periodista escribiendo de cine. No un periodista cualquiera, sino uno que ya anunciaba su deseo de acceder a la realización y reconocía que el comentario de films era un paso en esa dirección. Y que vivía ya el cine como una pasión, lo que prosiguió a lo largo de su vida, pues Armando siguió viendo películas con la constancia de quien hubiese seguido escribiendo sobre ellas. Entre 1986 y 2001, por ejemplo, no dejé de verlo casi ninguna semana en la sala de la Filmoteca de Lima del Museo de Arte, y a veces casi todos los días. Ningún otro director peruano, ni entre los jóvenes, lo hizo con la frecuencia en que él lo hacía, Pero no tenía vocación de crítico y más adelante fue muy mordaz con el ejercicio crítico, incluyendo el suyo. Como se puede leer en el libro, tenía filo polémico y solía ser rotundo en sus juicios, pero sus observaciones eran en extremo sumarias, del tipo las actuaciones son destacables, la fotografía es buena, el montaje es correcto o el ritmo es lento. Hacía un trabajo de comentarista, pero no de crítico porque la crítica supone un ejercicio más analítico y desarrollado, como en algunos pocos casos él esbozaba al escribir sobre La aventura o La infancia de Iván, por ejemplo. No manejaba un instrumental analítico y sus apreciaciones eran en extremo subjetivas. Tampoco, hay que decirlo, demostraba un amplio conocimiento de la historia del cine, una limitación bastante habitual en un medio sin la existencia de una cinemateca, como la que Armando reclamaba ya en su columna.

Por otra parte, y aunque la polémica suscitada entre Armando y el grupo que él llamaba “los chicos de Hablemos de Cine” no está comentada con mucho detalle en la introducción de Bustamante, hay que destacar, la inclusión en el libro del debate en torno a En la selva no hay estrellas que debió estar presente en el primer volumen de la Antología de Hablemos de Cine, y que hubiese completado el intercambio de posiciones entre Robles Godoy y el equipo de la revista que se puede leer en ese volumen. Un acierto del editor haber incorporado ese debate y dar a conocer un diálogo en el que las posiciones de Robles con relación al cine se exponen con mayor amplitud.

En efecto, y Emilio lo enuncia, Robles y Hablemos de Cine tuvieron distintas maneras de ver y sentir el cine, casi como si se tratase de un objeto distinto. En el debate eso se hace muy claro, aunque debo reconocer que termino por darle la razón en mayor medida a Armando que a mi maestro Desiderio Blanco que peca de un purismo conceptual frente al cual ya en ese entonces los jóvenes de Hablemos de Cine mantuvimos prudente silencio. El debate es, en rigor, uno entre Armando y Desiderio, pues los demás tuvimos pocas intervenciones, y con observaciones puntuales que sigo considerando muy pertinentes, incluidas las de Juan M. Bullitta, cuya incontinencia verbal era conocida y que solía esmerarse cuando se trataba de intercambios polémicos con Armando, cosa que no ocurrió con él en esa oportunidad.

Al decir que termino por darle la razón lo hago en referencia a algunos de los conceptos que defiende (la libertad para la elección de los procedimientos audiovisuales, sobre todo) y no tanto a la concreción de esos conceptos en una película que, vista repetidamente a través de los últimos quince  años, me sigue pareciendo parcialmente insatisfactoria y con baches notorios, especialmente en casi todas los flash-backs que apuntan al pasado pre-selvático. Los otros flash-backs, los más cercanos temporalmente y que tienen que ver con la aventura en la selva, están mejor, como está mejor todo aquello que se desarrolla en el entorno de la naturaleza.

En resumen, un acierto el libro editado por Emilio, de quien se espera otro similar con las críticas de Alfonso Latorre (ALAT) y, ojalá, otro que cubra los textos sobre cine que, con un carácter distinto, Robles publicó en el Dominical del diario El Comercio en los años 90.  Por cierto, en esta misma Feria se presenta un libro de Mónica Delgado, con los textos sobre cine escritos por María Wiesse en la legendaria revista Amauta, lo que igualmente hay que destacar y que comentaré en este mismo blog. Asimismo, hay al menos dos proyectos antológicos con los comentarios de cine que la poeta Blanca Varela escribió en la revista Caretas, con el seudónimo Cosme, en los mismos años en que Robles publicó su columna en La Prensa.  Y Ricardo Bedoya tiene un proyecto de investigación en torno a la crítica entre los años 1945 y, al menos, la década del sesenta, en el que debe rescatar el aporte actualmente desconocido de gente como Emilio Herman, Mario Castro Arenas y el crítico literario José Miguel Oviedo (con muy penetrantes análisis de películas), entre otros. Que sigan los buenos tiempos para el rescate de las críticas y comentarios de cine en el Perú.

Isaac León Frías

(Foto: Emilio Bustamante y el libro comentado. Universidad de Lima)

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