Omar Forero (1969), es realizador de los largometrajes Los actores (2006), El ordenador (2012), Chicama (2013), Casos complejos (2018), todos producidos en la región La Libertad. Sus películas muestran la huella de una personalidad distintiva.
La austeridad en el empleo de los recursos y el retrato de espacios geográficos y humanos acotados, caracterizan su cine: los encuadres son estables y prolongados; el sonido, limpio; los actores, naturales, no repiten los cánones corporales o gestuales dictados por la interpretación naturalista. El registro de las acciones tiende a ofrecer una sensación de continuidad en el presente, con alguna fuga hacia lo imaginario, como en Casos complejos. Los hechos narrados son escuetos y las informaciones sobre los personajes, sus antecedentes y las circunstancias de las acciones, se reducen al mínimo, se desgranan de modo pausado, o se suprimen.
La contención es la marca del estilo de Forero. La influencia del cine de Abbas Kiarostami —el de ¿Dónde está la casa de mi amigo? y La vida continúa — se hace patente. Le interesa rastrear las huellas de lo natural y para ello apela a la tradición contemplativa y a las poéticas de lo irresuelto. Se percibe una rústica aspereza en el registro de las existencias cotidianas.
Sus películas esbozan retratos de seres solitarios, ensimismados, afincados en espacios particulares, sean urbanos o rurales.
En su primer largometraje, Los actores, acompaña el itinerario de cinco personajes agrupados en cuatro historias alternas. Una pareja de estudiantes de teatro entabla una relación amorosa; un vigilante deambula, mientras cumple sus rutinas en soledad; un actor aficionado se empeña en realizar una presentación en público y lo logra; una mujer mayor recibe el tratamiento médico para superar una enfermedad.
Todos ellos mantienen tensiones con sus entornos inmediatos: con la ciudad en la que viven, con la familia o con la pareja. Tensiones manifiestas a través del tedio, como ocurre con el vigilante, del malhumor de la mujer enferma o de la frustración del actor amateur. A ellos les agobia la experiencia del moroso transcurrir de las horas.
Los espectadores compartimos paso a paso esas atmósferas densas. La vivencia de la normalidad no da tregua; conduce a la frustración de las expectativas dramáticas y ofrece una sensación de incertidumbre. Los intérpretes naturales aportan una corporalidad que la cámara registra sin hurgar en las intimidades: solo representa acciones que se repiten de modo insistente, monocorde. Los personajes realizan las acciones mínimas que los relatos cinematográficos suelen obviar por su insignificancia.
El extrañamiento es la marca de los personajes de Forero. Son solitarios incómodos en compañía de semejantes. Para sortear esa pesadumbre, buscan alternativas o practican formas de resistencia. Algunos las encuentran en la simulación y la representación teatral, como ocurre con el “actor” que lanza peroratas contra el tabaquismo ante un auditorio escolar indiferente. Otros caen en el mutismo y se afirman en la marginalidad, como el vigilante. Los más activos y vitales deciden intentar la experiencia del tránsito por las carreteras. Parten hacia otros lugares, aunque no tengan derrotero preciso. Son aventuras mínimas, pero esenciales, que los afirman en sus convicciones. Al final de Los actores, la pareja se pregunta hacia dónde conduce la vía que recorre. No existe más respuesta que la incertidumbre.
Pero la huida hacia otros lugares no garantiza alternativas seguras. Partir no es apostar por la utopía ni buscar un remanso de paz o un reducto “verde”. Es simplemente el gesto de tranquila ruptura con un medio sofocante.
Ricardo Bedoya