Heddy Honigmann filma una emocionante “ceremonia del adiós”. No hay camino es el reencuentro con Lima -la ciudad en la que nació y de la que emigró en 1978-, con el pasado, con los amigos, acaso con algunos amores, con la memoria del padre severo hasta el autoritarismo, con los parques de Lince, con los alumnos de un taller dictado años atrás, con las historietas de Víctor Honigmann marcadas con los signos de una crueldad que la que ella misma fue testigo y, tal vez, víctima.

Pero también es la exposición de un método de trabajo, de la apuesta por lo aleatorio y lo impremeditado, del documental que no se ciñe a pautas preestablecidas, que está abierto a los hallazgos, que descubre situaciones autenticas y poderosas aunque parezcan frustrantes, como ocurre en la visita a su vieja casa de la quinta con farolito.

Y la película se cierra con un breve, muy breve, corto de José Luis Guerín, que es un homenaje a la amiga y a la colega admirada. Imágenes escuetas que crean una atmósfera crepuscular y serena a la vez. Imágenes de juventud contrastadas con las sombras que amenazan al mundo en Fausto. No puede haber un homenaje cinematográfico más bello que el que convoca a Murnau.

Ricardo Bedoya