Sobre la cuota de pantalla

El economista Enzo Defilippi me señala como el líder de “un grupo de cineastas, actores y críticos” para imponer una cuota de pantalla (“Ahora cuéntame una de vaqueros”. Sección Economía del diario “El Comercio”. 25 de abril de 2013)

Le agradezco a Defilippi por sobrestimar mis poderes, pero le estaría más reconocido si se hubiera ilustrado un poquito antes de escribir su artículo.

De haberlo hecho se hubiera enterado que los líderes y precursores de la cuota de pantalla fueron los negociadores, representantes del Perú, del Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos.   Puede encontrar la referencia en el capítulo II de excepciones al régimen general del Tratado de Libre Comercio entre Perú y Estados Unidos.

Y si hubiera revisado la ley de cine vigente se hubiera dado cuenta que en el Perú no se subsidia a nadie y nadie pide subsidios. El régimen es el de premios, que es cosa distinta.  

Pero volvamos a la “cuota de pantalla”.

Los países que adoptaron en algún momento esas reservas de programación  para sus películas nacionales lo hicieron como reacción ante la presencia avasallante de las Majors. Ellas no dejaban turnos de programación para las cintas locales o las arrinconaban a cines periféricos o en los horarios menos convenientes. O no les permitían “calentarse” en el mercado, logrando que la recomendación “boca a boca” surta efecto. Y es que muy pocas películas locales (sean coreanas, francesas, chilenas, argentinas o peruanas) pueden competir con el presupuesto de lanzamiento de las películas de Hollywood  y convocar a las masas desde el día de su estreno.

Es decir, fue una reacción ante un mercado desequilibrado e inequitativo.

En el Perú, la “cuota de pantalla”, más allá de haber sido formulada como una reserva facultativa del Estado en el TLC, no existe en la legislación positiva.   

A pesar de lo que piensa Defilippi, no puedo ser líder de ningún movimiento de opinión a favor de la cuota de pantalla porque tengo cada vez  más dudas sobre ella.

No dudo de su necesidad pero sí de la legitimidad de su aplicación.

Me explico. Concibo a la cuota de pantalla como una medida discrecional de la administración en casos de abundante producción  de películas peruanas y de cerrazón de las salas de cine. Pero siento un gran rechazo ante su naturaleza coercitiva y el carácter forzoso de su aplicación universal, a rajatabla.  

El mercado cinematográfico peruano está copado por la presencia de las Majors que han erradicado la diversidad de nuestra cartelera cinematográfica y maltratado a varias películas peruanas en el pasado. Es la cuota de pantalla real, establecida de facto, a favor de los blockbusters y de las películas que se deben programar  a cambio de tener acceso a ellos.

La forma de enfrentar esa imposición es mediante una política cultural que garantice el acceso de las películas peruanas a las salas de exhibición, procurando para ellas condiciones por lo menos iguales a las películas extranjeras de perfil medio. La “cuota de pantalla” es, al parecer, la institución que mejor ha funcionado en el mundo para lograr ese propósito.

Sin embargo, la ejecución práctica de esta institución me resulta difícil de aceptar. Me resisto a la idea de una imposición en todos los casos y sin una previa negociación con las salas y, en caso necesario, con mediación de la autoridad cinematográfica.

La exhibición obligatoria de películas nacionales en las salas no me parece un camino correcto, salvo cuando se produzcan casos muy concretos de abuso por la posición dominante de la empresa exhibidora o distribuidora. En ese caso, no tengo dudas de que el poder discrecional de la administración debe funcionar, y con todo rigor.

Creo que el debate sobre este tema debe empezar, pero esgrimiendo razones y teniendo en cuenta realidades económicas del mercado que, al parecer, algunos economistas no conocen o no quieren ver  (es el tema del siguiente post)

Ricardo Bedoya

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