Crimen, Sicodelia y Minifaldas: ¿Cine de serie B en el Perú?

 

José Carlos Yrigoyen y Carlos Torres Rotondo, estudiosos de  diversas manifestaciones de la cultura popular en el Perú ( Poesía en rock , una historia oral. Perú 1965-1991, es otro libro de los dos) han publicado un más que estimulante y valioso volumen sobre una franja del cine hecho en el Perú muy poco conocida por no haber disfrutado, con alguna excepción, de una distribución comercial sostenida, y algunas, incluso, ni siquiera han sido exhibidas en salas de cine. Casi todas son películas de presupuesto ínfimo, argumentos truculentos y escasísima visibilidad pública y pertenecen, según los autores, a lo que podría considerarse un cine de serie B en el Perú.

El libro se llama Crimen, sicodelia y minifaldas. Un recorrido por la serie B en el Perú 1956-2001 e incluye, asimismo, segmentos sobre la literatura y el comic de ciencia-ficción. Yrigoyen y Torres sitúan el término de la serie B en la producción regular de los estudios norteamericanos entre los años 30 y 50, y lo extienden a otras expresiones sub-genéricas posteriores, entre ellas el llamado cine sicotrónico (“de corte sensacionalista, chocantes y de mal gusto”, según sus propios términos), incluyendo modalidades latinoamericanas como el subgénero de luchadores mexicano, las películas de horror del brasileño José Mojica Marins o las intrigas tremendistas del argentino Emilio Vieyra que tuvieron como figura principal a Libertad Leblanc.  Hasta aquí todo es razonable. Sin embargo, aplicar el término a lo hecho en el Perú durante más de 40 años es, por decir lo menos, altamente discutible y vale en el mejor de los casos sólo como una metáfora. Porque la serie B no florece en la discontinuidad y en el desorden, sino en la mecánica de la producción industrial o de sus intersticios.

Aquí no hubo nunca producción fílmica industrial y ese paquete de películas que se recorre en el libro son avatares, es verdad marginales casi todos, de una “primera línea” de producción escasa y relativamente inorgánica, si la comparamos con la que se realiza en países como Argentina, Brasil o México. El libro se centra, más que una serie B inexistente, en las expresiones  más bastas de un cine que, con muy pocos medios y cero talento, quiere conectar con sensibilidades populares a las que, supuestamente, no llega esa “primera línea”.

Eso se hizo de manera inconexa, desgajada una de las otras, salvo en la producción cochambrosa de Leonidas Zegarra, que recurre al video analógico y, después, al digital, después de su única experiencia fílmica, De nuevo a la vida.

No es, pues, serie B, sino una producción instersticial distinta a la que se viene haciendo en estos últimos años en diversas ciudades fuera de Lima con el soporte digital. Incluso, las mismas coproducciones con Roger Corman participan de esas características, aunque finalmente son más afines a esas tradiciones ligadas a la serie B de los complejos industriales, pese a que en rigor son ya una expresión de la decadencia de un modelo de producción económica y hallazgos expresivos que Roger Corman venía de forjar y fortalecer durante más de treinta años.

No obstante lo discutible que pueda resultar la apelación al término de serie B, el relato que enhebra el libro sobre ese variopinto conjunto de películas ofrece amplia y enjundiosa información, y se lee como quien sigue los incidentes de una intriga novelesca, incluso detectivesca, pues más aún que en otros casos de investigación periodística en los que hay que proceder de manera muy similar a la del buscador de pistas criminales, aquí los autores han tenido que desempolvar un terreno lleno de vacíos y silencios.

Como era previsible, los autores no han podido ver todos los materiales de los que dan cuenta, entre otras cosas porque no hay manera de ver todo eso, y parte del mérito del libro es que ofrece un mapa que seguramente habrá que ampliar y completar.  Una sugerencia para ellos o para otros, si es que quieren recoger el guante: ¿por qué no hacer un documental, no escrito sino audiovisual, sobre ese filón?  Sería utilísimo poder contar, además del libro, con un video que dé cuenta de esos materiales y los personajes, algunos muy pintorescos, que los promovieron. De hecho, uno siente que al libro le falta el acompañamiento de alguna de esas películas que se comentan o refieren.  Otra sugerencia para Yrigoyen y Torres o para otros investigadores: la exploración de la obra de un peruano en el extranjero, este sí más ligado a la serie B, Richard Harlan (Ricardo Garland) que dirigió películas en Cuba y en Argentina, pero sobre todo en las producciones en español que Hollywood activó en los años treinta para intentar ganar el mercado de habla hispana al sur de Río Grande. No lo consiguió, claro, pero seguir los pasos del hasta ahora desconocido Richard Harlan se plantea como un atractivo, aunque ciertamente enorme, desafío.

Isaac León Frías

 

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