Tierra de María

 

 

No porque este blog se llame Páginas del Diario de Satán me voy a convertir en el abogado del diablo, tal como se supone es el papel que desempeña el propio realizador Juan Manuel Cotelo en esta película. No es necesario ser abogado del diablo para poner en evidencia las graves debilidades de una realización puesta al servicio de la difusión de la fe católica.

En principio, cualquier cine de propaganda o concebido en función de alguna idea, doctrina o concepción suele renunciar a la creatividad en aras de persuadir a la audiencia, restringida o masiva, según el tipo de propuesta. Sin embargo, a lo largo de la historia del cine diversas obras han superado el corsé propagandístico para alcanzar alturas de excelencia artística (El nacimiento de una nación, El acorazado Potemkin, La fuerza de la voluntad; en menor grado, los documentales del cubano Santiago Álvarez, La hora de los hornos, La nación clandestina en América Latina). En el terreno religioso, las españolas Marcelino, pan y vino o Canción de cuna son dos muestras vivas de cómo el talento puede enriquecer las convenciones del género y superar las ataduras de las fórmulas del melodrama religioso con niños y curas.

Tierra de María apela a una combinación de procedimientos de ficción (la supuesta misión de “espionaje”; el rol del protagonista) y entrevistas (preparadas) con personajes reales que aparecen con nombre y apellido. Se trata, claro, de ofrecer una demostración de que sólo la creencia en Dios puede liberar a los seres humanos de las tentaciones que el diablo (desde los tiempos aurorales del género humano) ejerce sobre unos y otros.

No es éste el espacio para debatir en torno a esa creencia, sino para señalar que tal como se muestran las imágenes a lo largo de la película, y se intercalan los testimonios, con muy pocos cambios en la tónica de las respuestas, igual podría hacerse una apología de las creencias judías, musulmanas, budistas y otras, y con algunos cambios más, incluso el Estado Islámico podría valerse de una propuesta similar. Es decir, todo está absolutamente prefabricado y no hay un solo plano en la película que respire. El guión de hierro marca a fuego la totalidad de las escenas y lo hace, además, a partir de un supuesto demostrativo tan artificioso como el del juego de “espionaje” que articula el relato, con una entrevistador que hace preguntas servidas (y que en nada es un abogado del diablo), y con planos de factura publicitaria, no sólo en las entrevistas, sino en todas aquellas que ofrecen las imágenes del mundo.

El sentido católico, entonces, podría mutar fácilmente a cualquier otra matriz religiosa, sin que apenas se produzca el menor cambio, a diferencia de lo que ocurre en las auténticas obras que trasmiten sentimientos religiosos y que no suelen ser precisamente las que están hechas para convencer o para reforzar las creencias de nadie. Esas son obras cuyo sentido es intransferible como lo son, en general, las películas que valen.

Lo que pudo haber hecho Tierra de María y no hizo, es un documental sobre la fe y sus manifestaciones en el pueblo de  Medjugorje, en Bosnia-Herzegovina, ese que está en la culminación del film, como demostración de que el espíritu religioso puede aparecer donde menos se le espera. Tal vez se hubiese logrado un testimonio muy sentido del sentimiento católico, pero para eso, claro, se hubiese requerido un planteamiento muy distinto y un talento que no aparece ni por asomo en Tierra de María, probablemente una de las peores y más manipuladoras películas que se han estrenado en Lima en mucho tiempo.

Isaac León Frías

 

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